Crisis y alarma total en Rusia: Grupo Wagner se rebeló contra Putin
Yevgeny Prigozhin se hizo millonario gracias a sus vínculos personales con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ganando contratos lucrativos de catering y construcción con el gobierno ruso mientras creaba una fuerza mercenaria conocida como Wagner.
Un hombre que pasó de vender hot dogs en puestos callejeros después de cumplir nueve años de prisión por robo, a convertirse en uno de los más influyentes del régimen ruso.
Tras la invasión rusa a Ucrania, lanzó a sus combatientes a la batalla, mientras sus filas se llenaban de reclutas prisioneros. En los últimos meses, Prigozhin también ha emergido como una poderosa figura pública: ha utilizado las redes sociales para convertir la brutalidad y el discurso duro en su marca personal. Sin embargo, al mismo tiempo, comenzó a lanzar acusaciones contra los líderes militares de Rusia, culpándolos por no proporcionar a sus fuerzas suficientes municiones e ignorar los problemas de los soldados.
Pero hasta el viernes —cuando los generales rusos acusaron a Prigozhin de organizar un golpe de Estado— Putin no había reaccionado a las acusaciones en línea de Prigozhin, a pesar de haber encarcelado o multado a muchos otros críticos de la guerra.
Esgrimiendo vulgaridades, haciendo caso omiso de la ley y mostrándole lealtad a nadie más que a Putin, Prigozhin, un hombre de negocios conocido como el “chef de Putin” debido a sus contratos de catering con el Kremlin y el ejército ruso, se ha convertido en un símbolo de la Rusia en tiempos de guerra: despiadado, descarado y rebelde. Fue un cambio notable para Prigozhin, quien reconoció el otoño pasado que había fundado Wagner.
En Moscú, ha sido asediado por preguntas abiertas y críticas. Los analistas han expresado dudas de que su reclutamiento de prisioneros y su respaldo a las ejecuciones extrajudiciales tuvieran un atractivo generalizado.
Años atrás, la abogada opositora rusa Liubov Sobol declaró a The New York Times que al empresario de 61 años “no le dan miedo los trabajos sucios”. En efecto, Prigozhin es el fundador del grupo paramilitar Wagner, acusado de violaciones a los derechos humanos, crímenes de guerra y actos terroristas en diversos conflictos. Pero su despiadado accionar quedó aún más al descubierto con su participación en la invasión a Ucrania.
Nacido el 1 de junio de 1961 en San Petersburgo, Prigozhin estudió en un secundario deportivo y se destacaba en esquí de fondo, disciplina que practicaba con su padrastro, Samuil Zharkoy. Pero a pesar de su interés por el deporte, desde muy joven comenzaron sus problemas con la ley. En 1979 fue detenido por robo. Dos años más tarde, lo procesaron por reincidencia, sumado a cargos de asociación ilícita, fraude y reclutamiento de menores para someterlos al ejercicio de la prostitución. En época de la Unión Soviética conoció la rigurosidad de las penas, y fue condenado a 12 años de prisión. Finalmente cumplió nueve en una colonia penal y cuando salió, perdonado, el mundo había cambiado tras la caída de la URSS.
Ya en libertad, primero instaló varios puestos de venta de hot dogs con su padrastro. Luego, le ofreció su visión logística a un compañero de escuela, Boris Spektor, quien era propietario de una popular cadena de supermercados (Contraste). Éste aceptó y le cedió el 15% de la empresa. Pero Prigozhin tenía un sueño: tener un restaurante a la orilla de un río. Así es cómo en 1995 compartió este anhelo con Kirill Zilminov, director general de Contraste, a quien rápidamente le interesó la idea de armar algo propio. Además, los ingresos en la cadena de supermercados empezaban a caer. Apenas un año después, en 1996, abrieron “Antiguas Costumbres”, que se convirtió en uno de los primeros restaurantes de élite en San Petersburgo.
El rápido crecimiento del emprendimiento les permitió abrir otros restaurantes, y en 1997 compraron un barco, lo adaptaron y lo llevaron al río Nevá, donde inauguraron “Isla Nueva”. El establecimiento pasó a ser habitué de ricos, famosos, y gran parte de la élite rusa. En 2001 fue nada menos que Putin para agasajar al presidente francés Jacques Chirac. Prigozhin, uno de los dueños del restaurante, fue personalmente a llevarles los platos a los mandatarios. Desde entonces, comenzó una estrecha relación con Putin. Encantado con la comida y el servicio, el presidente ruso le encargó los banquetes del Kremlin en cada recibimiento de jefes de Estado, que le valieron el apodo de “chef de Putin”.
Esa vínculo le permitió entablar muchos contactos en el Kremlin, como con Viktor Zolotov, director de la Guardia Nacional de Rusia, o Roman Tsepov, empresario de seguridad y confidente del presidente.
Sus arcas, en tanto, también empezaron a crecer considerablemente. A tal punto que llegó a ubicarse entre los 100 más ricos del país. Se compró una mansión en San Petersburgo, una casa de veraneo en el Mar Negro, un yate de 35 metros y un avión privado. También fue capaz de darse un gusto: comprar un Lincoln Continental de la década de 1960, su automóvil favorito. En 2010 fundó una fábrica de alimentos precocidos envasados al vacío, única en el país. Sin embargo, periodistas críticos del Kremlin denunciaron que esa compañía funcionaba a modo de cártel. Como ocurría -y ocurre hoy en día- con los empresarios amigos de Putin, la empresa de Prigozhin ganaba todos los concursos a los que se presentaba y los contratos le reportaban miles de millones de rublos. Entre 2013 y 2018, según denunció la Fundación Anti Corrupción (FBK), que fundó el preso político Alexei Navalny, Prigozhin se benefició con contratos gubernamentales por unos 3.100 millones de dólares.
Desde 2010 suministra alimentos a la Agencia para el Manejo de Emergencias; desde 2011, a las escuelas de Moscú; desde 2012, a las fuerzas armadas. Desde 2014 se ocupa de los servicios de limpieza de los establecimientos militares; desde 2015 también de las viviendas y los servicios comunales asociados a ellos. Desde 2016 se encarga de toda reparación en las instalaciones dependientes del Ministerio de Defensa.
En total, la abogada Liubov Sobol, de FBK, le calculó cerca de una treintena de negocios con el estado. A los que habría que sumarles los emprendimientos que no se formalizan en contratos.
Pero a mediados de la década de 2010, los planes de Prigozhin comenzaron a adquirir una dimensión geopolítica. Así nació lo que él denominó la “Agencia de Investigación de Internet”, cuya verdadera misión era darle empleo a trolls de bajo coste para difundir desinformación y propaganda. La agencia salió a la luz por sus intentos de interferir en la política estadounidense. Algo que el propio “chef de Putin” reconoció el año pasado: “Hemos interferido (en las elecciones estadounidenses), estamos interfiriendo y seguiremos interfiriendo. Con cuidado, con precisión, quirúrgicamente y a nuestra manera, como sabemos hacerlo”.
El pasado mes de julio, el Departamento de Estado de Estados Unidos ofreció una recompensa de hasta 10 millones de dólares por información sobre Prigozhin en relación con su “participación en la interferencia electoral en Estados Unidos”. El empresario ruso también fue objeto de sanciones por parte de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea.
Desde entonces, Prigozhin ya no era sólo un hombre que se había enriquecido bajo el régimen de Putin, o simplemente el chef del ex agente de la KGB. Se había convertido en uno de sus instrumentos y, en muy poco tiempo, su Ejército ya no sólo estaba formado por trolls.
En 2014, en el marco del ataque inicial de Rusia a Ucrania con la anexión ilegal de Crimea, Prigozhin fundó el Grupo Wagner, que se presenta como una “empresa militar privada” pero en realidad se trata de una organización paramilitar respaldada por las fuerzas armadas rusas. Sus combatientes participaron en la ocupación ilegal de Crimea y en las batallas mucho más sangrientas en el este del país.
Desde su fundación hasta el día de hoy, los mercenarios de Wagner son conocidos por sus despiadadas violaciones a los derechos humanos en zonas de conflicto de todo el mundo. “En su brutal defensa del régimen de Al Assad en Siria, los mercenarios de Prigozhin cimentaron su reputación como los oscuros ejecutores de Putin, llevando a cabo misiones que el ejército ruso no llevaría a cabo abiertamente, o no podría hacer en absoluto”, señala el OCCRP en su informe.
El grupo también aplica la misma crueldad con los propios. Muchos de sus combatientes son convictos que, a cambio de ganar su libertad, son enviados a los campos de batalla. La mayoría no cuenta con preparación adecuada, por lo que terminan siendo poco más que carne de cañón. Los que se niegan, no obstante, pueden terminar muy mal. Un ex combatiente que logró huir de las filas del Grupo Wagner, declaró recientemente a activistas rusos que la organización paramilitar ejecutó al menos a diez hombres por haberse negado a ir a luchar a Ucrania.
El grupo, vinculado a la agencia de inteligencia militar rusa, el GRU, se desempeña principalmente para servir a los intereses del Kremlin. Pero al mismo tiempo desarrolla otras misiones, más mercenarias, como proporcionar seguridad a regímenes dictatoriales en la República Centroafricana y Sudán, así como en la Venezuela de Nicolás Maduro, entre otros países. “Dondequiera que vayan los combatientes de Wagner, es seguro que les seguirán las violaciones de los derechos humanos. De Siria a Camerún, de Somalia a Malí, han sido acusados de violaciones, robos, asesinatos y torturas”, agrega el contundente reporte de OCCRP.
Las mismas violaciones, robos, asesinatos y torturas que han perpetrado los mercenarios del Grupo Wagner desde el pasado 24 de febrero para respaldar la invasión de Putin a Ucrania.
Aunque las empresas de mercenarios son técnicamente ilegales según la Constitución rusa, lo cierto es que se han convertido en un componente clave de la estrategia de “guerra híbrida” que viene llevando a cabo Moscú y ofrecen al jefe de estado ruso un medio con el que “ejecutar sus objetivos políticos y hacer avanzar los intereses de seguridad nacional rusos en todo el mundo”, de acuerdo a un informe del Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
Los mercenarios del Grupo Wagner han sido acusados de haber perpetrado ataques contra barrios residenciales, así como de ejecutar a civiles cerca de Kiev. De hecho, durante los primeros días de la invasión, el gobierno de Volodimir Zelensky denunció que Putin envió a sus mercenarios para “asesinar” al presidente ucraniano y a su familia.
Prigozhin se hizo filmar durante el fin de año realizando una visita al frente de guerra en Ucrania, donde combaten sus milicianos a sueldo pagados por el jefe del Kremlin. En uno de los segmentos más impactantes se lo puede apreciar mientras contabilizan una gran cantidad de cadáveres de sus soldados, envueltos en bolsas negras, mientras son apilados. Prigozhin camina por los pasillos de un edificio en ruinas, donde han esparcido los cuerpos de sus subalternos por el suelo.
Este material evidencia la frialdad con la que se maneja Prigozhin. Con los cadáveres dentro de las bolsas negras, según el asesor del Ministro del Interior de Ucrania, Anton Gerashchenko, el jefe de los mercenarios le dice a los cuerpos: “El contrato está terminado. Hasta luego, muchachos, ¡feliz año nuevo!”.
El OCCRP advierte que, si bien Prigozhin y sus mercenarios son utilizados por Putin “para trabajos especialmente sucios o delicados”, su creciente influencia también abre la posibilidad de que el empresario “se convierta en su propio centro de poder”. De hecho, en los últimos meses fue muy crítico de la actuación de los militares rusos en Ucrania.
“Pase lo que pase, Prigozhin seguirá siendo una figura importante en el mundo del crimen organizado y la corrupción. Con el ejército ruso cada vez más mermado y agotado, puede que sean el ‘chef de Putin’ y sus mercenarios matones los que marquen la diferencia en el campo de batalla en los próximos años”, concluye el informe de OCCRP.
Fuente: The New York Times - Infobae