No es el éxito de Pfizer sino de BioNTech. Mientras todo el mundo celebra a la farmacéutica estadounidense, en Alemania las miradas están puestas en un modesto laboratorio de la ciudad de Maguncia.
Ahora, 'a posteriori', parece incluso evidente que la certeza de que pronto se anunciaría una primera vacuna contra el coronavirus circulaba desde hace semanas casi como un secreto a voces en la prensa alemana, vinculado con esa tal BioNTech, una pequeña 'startup' biotecnológica de sofisticado nombre anglosajón y sobriedad teutona ubicada en el suroeste del país. Y fundada por hijos de inmigrantes.
Sobre todo el hecho de que BioNTech lleve la marca inconfundible de dos investigadores de origen turco, Ugur Sahin y Öslem Türeci, parece un curioso guiño a la globalización en tiempos de nacionalismos rabiosos y estrechos de miras. También la asociación que ambos firmaron con la estadounidense Pfizer es una muestra de que la carrera por la vacuna no solo vive de la competencia, sino también de la cooperación.
BioNTech desarrolló el medicamento gracias a una intrépida apuesta gestada muy temprano, ya en enero, según ha contado Sahin. Pfizer desplegó sus capacidades sobre todo para llevar a cabo la fase 3 de los ensayos, la que requería de una logística más compleja por la cantidad de test necesarios.
La estadounidense debe tener también un ahora papel crucial en la producción y distribución, si todo sale bien en las próximas semanas. La vacuna está ya casi lista para tramitar la autorización en Estados Unidos y en Europa, después de que los últimos resultados inmunológicos arrojaran una efectividad del 90% en la protección contra el covid-19.
También una historia turca
Sahin y Türeci crearon BioNTech en 2008, después de haber fundado su primera empresa farmacéutica ocho años atrás y con una clásica formación académica alemana, a caballo entre la investigación y la práctica médica, como respaldo.
Ambos se conocieron en un hospital del estado federal del Sarre, según han contado ellos mismos en los tiempos aún no tan lejanos en los que aún daban entrevistas con facilidad. Sahin, que llegó a los cuatro años de edad con su madre a Colonia procedente de Turquía, es la cabeza visible de BioNTech como director ejecutivo.
Türeci, nacida en Baja Sajonia, es la gerente médica. La empresa, en realidad, estaba hasta hace unos meses especializada casi exclusivamente en la investigación contra el cáncer, para la que apostaba por las tecnologías más avanzadas. BioNTech quiere convertirse en pionera en el uso del ARN mensajero, que aspira a transmitir al organismo las informaciones genéticas necesarias para combatir agentes infecciosos.
El espíritu innovador les dio resultados, porque la compañía recaudó unos 1.500 millones de euros en inversiones en los últimos años, según cifras del canal alemán n-tv. El semanario 'Der Spiegel', sin embargo, también ilustraba hace algunas semanas los riesgos de esa audacia empresarial: de 20 medicamentos que la firma desarrolla actualmente para la terapia del cáncer, ninguno ha obtenido aún la autorización. Porque todo sigue siendo muy nuevo y desconocido.
A "velocidad de la luz"
En enero llegó finalmente el momento que amplió el espectro, después de que Sahin se enterara a través de una publicación científica de la aparición de un nuevo tipo de coronavirus en la ciudad china de Wuhan. "El estudio describía la infección de una manera que me hizo llegar a la conclusión de que el brote no sería únicamente local, sino que se propagaría de forma pandémica. Nos consideramos obligados a hacer algo al respecto, porque tenemos las condiciones básicas para desarrollar vacunas", dijo Sahin recientemente en una entrevista radiofónica con un medio local, antes de que la euforia mundial los forzara a aislarse.
Algunas personas que conocen a la pareja cuentan que por el momento no contestan llamadas. Demasiado vértigo. "Es una sensación muy bonita tener la posibilidad de ayudar a personas en todo el mundo con el desarrollo de una vacuna contra el covid-19", comentaba también el investigador, con una voz suave y casi vacilante.
Al proyecto de investigación que comenzaron a comienzos de año para intentar conseguir la vacuna lo llamaron Lightspeed (velocidad de la luz), por la agilidad con la que esperaban lograr resultados. En marzo, según una reconstrucción de "Der Spiegel", ya tenían 20 candidatos. La selección final se redujo a dos y luego a la vacuna conocida por BioNTech ahora bajo el nombre BNT162b2. Teníamos la innovación, pero una vacuna necesita ensayos con más 40.000 personas.
Eso no lo podemos hacer nosotros, una empresa pequeña La cooperación con Pfizer para producir el antídoto contra el covid-19 es parte de una decisión pragmática, explica también el fundador de BioNTech. "Desde el inicio vimos que nosotros teníamos las capacidades de innovación y la tecnología, pero está claro que el desarrollo de una vacuna necesita de ensayos de fase 3 con más de 30.000 o 40.000 personas. Y eso no lo podemos hacer nosotros como una empresa pequeña", explica Sahin.
La mina de oro
El valor de BioNTech se disparó en la Bolsa alemana el lunes después del anuncio y la firma parece encaminarse hacia tiempos boyantes 12 años después de su fundación. La 'startup' germana y Pfizer han anunciado que esperan producir unas 50 millones de dosis este año y unos 1.300 millones en 2021. La euforia es grande, aun cuando algunos expertos advierten que los resultados definitivos de los estudios finales con la vacuna aún están pendientes.
Y aunque BioNTech ha arrojado pérdidas en sus últimos balances financieros —unos 350 millones de euros en los últimos nueve meses—, el destino parece ahora sonreírle a la empresa fundada por los hijos de inmigrantes turcos que llegaron hace décadas a buscarse la vida en la próspera Alemania. Simbólico, por eso, parece eso también el nombre de la calle donde tienen su razón social en la ciudad de Maguncia: La avenida "En la mina de oro". Tal cual.