Los científicos plantean una idea provocadora, que no ha sido comprobada: que las mascarillas exponen al usuario a la cantidad justa de virus para provocar una respuesta inmunitaria protectora. Una teoría interesante que presenta The New York Times.
Mientras el mundo espera la llegada de una vacuna segura y eficaz contra el coronavirus, un equipo de investigadores ha presentado una nueva teoría provocadora: que las mascarillas podrían ayudar a inmunizar, de manera burda o rústica, a algunas personas contra el virus.
Esa idea, que aún no ha sido comprobada, fue descrita en un comentario científico publicado el martes en el New England Journal of Medicine y está inspirada en el antiguo concepto de variolación, que consiste en la exposición deliberada a un patógeno con el fin de generar una respuesta inmunitaria protectora. Esa práctica arriesgada fue probada contra la viruela hasta que finalmente cayó en desuso, pero allanó el camino para el surgimiento de las vacunas modernas.
La explicación médica
Exponerse al virus, mientras se usa un cubrebocas, no sustituye a una vacuna auténtica. Pero los datos de animales infectados con el coronavirus, así como la información obtenida en los estudios de otras enfermedades, sugieren que las mascarillas, al reducir la cantidad de virus que se encuentran en las vías respiratorias de una persona, podrían reducir las posibilidades de que el usuario se enferme. Los investigadores sostienen que si una pequeña cantidad de patógenos se filtra, podría hacer que el cuerpo produzca células inmunes que recuerden el virus y se queden para combatirlo.
“Pueden tener este virus pero permanecer asintomáticos”, dijo Monica Gandhi, médica especializada en enfermedades infecciosas de la Universidad de California en San Francisco, y una de las autoras del comentario. “Entonces, si se pueden aumentar las tasas de infección asintomática con los cubrebocas, tal vez eso se convierta en una forma de aplicar la variolación en la población”.
Eso no significa que las personas deban ponerse una mascarilla para inocularse intencionalmente con el virus. “Esa no es la recomendación en absoluto”, dijo Gandhi. “Tampoco lo son las fiestas de varicela”, agregó, refiriéndose a las reuniones sociales que mezclan a las personas sanas con las enfermas.
La teoría no puede ser probada directamente sin ensayos clínicos que comparen los resultados de las personas que usan cubrebocas en presencia del coronavirus, con quienes no los usan, una configuración experimental que, además, resultaría poco ética. Y aunque los expertos externos están intrigados por la teoría, se mostraron reacios a aceptarla sin más datos y aconsejaron que se interprete de manera cuidadosa.
“Parece un salto”, dijo Saskia Popescu, epidemióloga de enfermedades infecciosas con sede en Arizona que no participó en el comentario. “Pero no tenemos mucho para respaldarlo”.
Tomada de manera incorrecta, la idea podría hacer que los enmascarados adoptaran una falsa sensación de complacencia, poniéndolos en mayor riesgo que antes, o que tal vez se reforzara la noción incorrecta de que las cubiertas faciales son completamente inútiles contra el coronavirus, porque no pueden lograr que el portador sea impermeable a las infecciones.
“Queremos que la gente continúe con todas las estrategias de prevención”, dijo Popescu. Eso significa mantenerse alerta para evitar las multitudes, procurar el distanciamiento físico y la higiene de las manos, comportamientos que se superponen en sus efectos, pero que no pueden reemplazarse entre sí.
Detalle de la teoría
La teoría de la variolación del coronavirus se basa en dos suposiciones que son difíciles de probar: que las dosis más bajas del virus provocan una enfermedad menos grave y que las infecciones leves o asintomáticas pueden estimular la protección a largo plazo contra episodios posteriores de la enfermedad. Aunque otros patógenos ofrecen algún precedente para ambos conceptos, la evidencia del coronavirus sigue siendo escasa, en parte porque los científicos solo han tenido la oportunidad de estudiar el virus durante unos meses.
Los experimentos en hámsteres han sugerido una conexión entre la dosis y la enfermedad. A principios de este año, un equipo de investigadores en China descubrió que los hámsteres alojados detrás de una barrera hecha de mascarillas quirúrgicas tenían menos probabilidades de infectarse con el coronavirus. Y los que contrajeron el virus se enfermaron menos que otros animales que no tenían máscaras de protección.
Algunas observaciones en humanos parecen respaldar esta tendencia. En entornos abarrotados donde las mascarillas se utilizan ampliamente, pareciera que las tasas de infección caen en picada. Y aunque las cubiertas faciales no son capaces de bloquear todas las partículas de virus entrantes para todas las personas, parecen estar relacionadas con una enfermedad de menor intensidad. Los investigadores han descubierto brotes —en gran parte silenciosos y asintomáticos— en lugares que van desde cruceros hasta plantas de procesamiento de alimentos, todos abarrotados y donde la mayoría de las personas usaban cubrebocas.
Se han recopilado datos que relacionan la dosis con los síntomas de otros microbios que atacan las vías respiratorias humanas, incluidos los virus de la influenza y las bacterias que causan la tuberculosis.
A pesar de décadas de investigación, la mecánica de la transmisión aérea sigue siendo en gran medida “una caja negra”, dijo Jyothi Rengarajan, experta en vacunas y enfermedades infecciosas de la Universidad de Emory que no participó en el comentario.
Eso se debe, en parte, a que es difícil precisar la dosis infecciosa necesaria para enfermar a una persona, dijo Rengarajan. Incluso si los investigadores finalmente establecen una dosis promedio, el resultado variará de una persona a otra, puesto que factores como la genética, el estado inmunológico de una persona y la arquitectura de sus conductos nasales pueden influir en la cantidad de virus que pueden colonizar el tracto respiratorio.
Y eso confirmaría la segunda mitad de la teoría de variolación, que las mascarillas permiten la entrada de virus en cantidad suficiente para preparar el sistema inmunológico, podría ser aún más complicado. Aunque varios estudios recientes han señalado la posibilidad de que los casos leves de COVID-19 puedan provocar una fuerte respuesta inmune al coronavirus, no se puede probar una protección duradera hasta que los investigadores recopilen datos sobre las infecciones durante meses o años después de que se hayan superado.
Rasmussen dice que es importante recordar que las vacunas son intrínsecamente menos peligrosas que las infecciones reales, por lo que prácticas como la variolación (a veces llamada inoculación) finalmente se volvieron obsoletas. Antes de que se descubrieran las vacunas, los médicos se las arreglaban frotando trozos de costras de viruela o pus en la piel de las personas sanas. Las infecciones resultantes generalmente eran menos graves que los casos de viruela que se contagiaban de la manera típica, pero “definitivamente la gente contrajo viruela y murió por variolación”, dijo Rasmussen. Y la variolación, a diferencia de las vacunas, puede hacer que las personas sean contagiosas.
Gandhi reconoció estas limitaciones y señaló que la teoría no debe interpretarse como algo más que eso: una teoría. Aun así, dijo: “¿Por qué no aumentar la posibilidad de no enfermarse y tener algo de inmunidad mientras esperamos la vacuna?”.
The New York Times
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