Aunque se sabe que Gabriel García Márquez era todo un maestro para convertir las visiones, las anécdotas y los detalles de la realidad en la más maravillosa literatura, pocas personas de carne y hueso tienen el privilegio de aparecer, con su nombre y su apellido, en una de sus novelas.
Una de ellas, como no, fue su esposa: Mercedes Barcha Pardo. Ella fue la costeña de ascendencia egipcia que lo volvió loco cuando él apenas tenía trece años. La mujer que lo esperó por años mientras él mandaba cartas desde París y los países que estaban del otro lado de la Cortina de Hierro. La esposa que lo mantuvo vivo cuando él escribió durante 18 meses una de las novelas más reconocidas del ‘boom‘ latinoamericano. Y el personaje público que, hábilmente, esquivaba las preguntas de los mejores entrevistadores para mantener en privado su vida íntima y poder ser reconocida, simplemente, como la esposa de Gabo. O, simplemente, la Gaba.
Mercedes Barcha tenía 87 años cuando murió la tarde de este sábado en Ciudad de México, donde vivió desde los años sesenta. Nació en Magangué en 1932, cuando el pueblo era todavía una ciudad comercial próspera a orillas del río Magdalena a donde llegaban vapores desde Barranquilla. A mediados de los años cuarenta, toda la ciénaga debía tener esa imagen señorial que todavía se alcanza a percibir en los vallenatos viejos. Mercedes era la hija del dueño de la farmacia del pueblo y, según Gerard Martin, el biógrafo de García Márquez, Gabriel, el hijo del telegrafista de Aracataca, y Mercedes, la hija del boticario de Magangué, se conocieron en medio de los mandados que les ponen a hacer a los niños cuando están de vacaciones.
La historia oficial es mucho más sencilla: Gabriel le dijo a Mercedes que algún día iba a volver a pedirle matrimonio. “Muchos sabían que en la inconsciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos casamos catorce años después”.
Lo interesante es que esa historia oficial está recogida en ‘Crónica de una muerte anunciada’, una de las novelas más brillantes del nobel colombiano.
La boticaria silenciosa
En las últimas páginas de ‘Cien años de soledad’, cuando Gabriel García Márquez comienza a contar en clave la historia de sus días como periodista en Barranquilla a través del grupo que se reunía alrededor del Sabio Catalán, aparece Mercedes, una mujer que se vuelve novia de Gabriel y que es la dueña de la única botica que hay en Macondo. La describió como “la boticaria silenciosa” y como una mujer “de cuello esbelto y ojos adormecidos”. En esos breves fragmentos, él estaba recordando su vida en Barranquilla a comienzos de los años cincuenta, cuando trabajaba en ‘El Heraldo’. Y tenía una columna –que escribía con seudónimo– titulada ‘La Jirafa’. El título, dijo mucho después, era una manera de recordar a su enamorada. Estaba, sin duda, cumpliendo la promesa que le había hecho años antes en Magangué.
Por esa misma época, Demetrio Barcha, el papá de Mercedes, se fue a vivir con su familia en Barranquilla. En 2012, en una entrevista con Héctor Feliciano, la Gaba recordó que todos los amigos de García Márquez del Grupo de Barranquilla, como los escritores Alfonso Fuenmayor y Álvaro Cepeda Samudio, eran también amigos de su papá: "En ese momento ellos eran unos bohemios locos. Yo, una niña pura. Yo iba al colegio de las monjas en Medellín". Gabo y ella comenzaron a verse, aunque, según afirma Feliciano, la mayoría de su noviazgo se dio a través de cientos de cartas que Gabo le mandó mientras él construyó una sólida carrera como periodista en Bogotá, París y varios países de Europa del Este. Sin embargo, apenas regresó, cumplieron la promesa: se casaron en 1958 y poco después tuvieron sus dos únicos hijos, Rodrigo, que hoy es director de cine, y Gonzalo, que es diseñador, editor, tipógrafo y artista. Después se convirtió en su principal apoyo y lo acompañó por todo el continente: vivieron en Caracas, Bogotá y Nueva York, antes de establecerse, definitivamente, en Ciudad de México.
El polo a tierra
Quienes los vieron en eventos públicos, o quienes eran amigos íntimos de la familia, dicen que Gabo no era sin ella, que donde fuera el escritor, ella estaba. De hecho, él siempre la vio como su apoyo principal: “Mercedes es una gran amiga, y es difícil encontrar ese equilibrio entre el amor y la felicidad –le dijo Gabo al diario ‘O Globo‘ en una entrevista que fue publicada en 1988–. Un buen matrimonio debemos hacerlo todos los días. Todos los días tenemos que luchar para ajustarlo, porque todas las noches se desarregla y todas las mañanas necesitamos arreglarlo de nuevo”.
Nunca se supo mucho de Mercedes Barcha. Nunca dijo qué le gustaba comer ni qué música escuchaba cuando estaba sola. Se sabía, solamente, que nunca permanecía lejos de un cigarrillo y que era quien se encargaba del hogar. Quienes la conocieron elogiaban su practicidad, su inteligencia y, sobre todo, su silencio. La Gaba no daba muchas entrevistas. Y cuando las daba, siempre con el visto bueno de su marido, era capaz de esquivar las preguntas íntimas con una agilidad sorprendente que dejaba desarmados a los periodistas.
Por eso, la mejor descripción que se hizo de ella, la pudo haber dado la agente literaria de García Márquez, Carmen Balcells: “Se puede decir cualquier cosa de ‘la Gaba‘ –dijo cuando le preguntaron–, siempre que se parta de la base de que es perfecta.
Cuando lo dijo, tal vez estaba pensando en una de las anécdotas más conocidas de la pareja: en 1965 se dirigían a Acapulco por carretera para tener unas vacaciones familiares y, de repente, en la mitad de la carretera, García Márquez detuvo el coche y dijo que ya sabía como contar el cuento, que tenía que comenzar a escribir. Mercedes aceptó que no hubiera vacaciones y también se comprometió a mantener la casa por unos cuantos meses para que Gabo dejara de trabajar y escribiera ‘Cien años de soledad’.
Aunque los pocos meses se convirtieron en un año y medio, Mercedes siempre se aseguró de que no faltara el papel en la casa ni las flores amarillas que el futuro nobel siempre mantenía sobre su escritorio. “Cuando el dinero se acabó, ella no dijo nada. Mercedes logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne, el panadero el pan y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Tú ya sabes la cantidad de locuras que ella me ha aguantado”, le dijo Gabo a Plinio Apuleyo Mendoza en las conversaciones recogidas en ‘El olor de la guayaba’.
Por todo eso se dice que la literatura del mayor escritor que ha tenido Colombia no habría podido ser nunca sin Mercedes Barcha. Y por eso, además, todos los lectores de la obra de Gabriel García Márquez le debemos gratitud, también, a ella.
Fuente: Revista Semana