Con los herededores de Chespirito en franca pelea por los derechos de la famosa serie mexicana con Televisa, ahora todo apunta a que el famoso programa se mudará al mundo digital por youtube y las redes sociales
El Chavo del Ocho y el Chapulín Colorado se convirtieron en productos de consumo popular en toda Latinoamérica en los años setenta gracias a un ecosistema que pudo competir brevemente contra las cadenas de televisión norteamericanas. Roberto Gómez Bolaños, quien falleció en el 2014, era familiar del expresidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz (su madre era prima hermana del mandatario), quien creó en 1968 un nuevo canal, el Canal 8. Este fue el primer hogar de El Chavo del Ocho en 1971 y, cuando la serie fue ganando popularidad, se mudó en 1973 al Canal 2 de Televisa, que tenía mucho más poder en el precario mundo de la televisión abierta. “Los ratings se elevaron hasta las nubes”, escribió Gómez Bolaños en su biografía, cuando ocurrió la mudanza.
Televisa era una de las pocas empresas latinoamericanas que utilizaba entonces la tecnología VCR, como explicó a EL PAÍS Carlos Aguasaco, profesor de Estudios Culturales en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y autor del libro ¡No contaban con mi astucia! Esta tecnología de videocasetes —que en el mundo digital de hoy es una antigüedad— le permitió a la cadena de televisión producir muchas copias de un capítulo grabado y distribuirlas rápidamente a canales extranjeros. El primer país al que llegó El Chavo fue a Guatemala, pero rápidamente se mudó también al resto de Centroamérica, al Caribe (Puerto Rico y República Dominicana), y por último Sudamérica. En 1975, se estima, ya contaba con 350 millones de espectadores.
Aguasaco —que en 1981 veía El Chavo en Bogotá con una televisora blanco y negro cuando sus padres salían a trabajar— ha estudiado cómo las series de Chespirito lograron difundirse en el continente. “Fue más económico para las otras redes de televisión comprar una copia, reproducirla, y no tener que contratar actores... se volvió un producto barato para una audiencia familiar, en la época en la que la televisión se consumía en familia”. Para Televisa, además, un programa como El Chavo del Ocho era un producto de comedia clásica muy barata de producir. “Era como nuestro teatro del Siglo de Oro”, dice Aguasaco, que también ha escrito sobre la influencia de la novela picaresca en los personajes de Gómez Bolaños. “El Chavo tenía siempre tres paredes, y una pared invisible, que es la pantalla. Tenía los mismos actores, y se podía reutilizar la misma escenografía y los mismos libretos. Solo debían cambiar los argumentos”.
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La televisión latinoamericana de los setenta importaba entonces programas de Estados Unidos para llenar su horario familiar y, con el poder de Televisa, Gómez Bolaños logró competir con esos productos del norte. “Amigos de hispanoamérica, ya tenemos un héroe autóctono, un héroe local, ¡un héroe nuestro!”, grita eufórico el Doctor Chapatín en un capítulo llamado Conferencia sobre un Chapulín, de 1974. El superhéroe, dice Chapatín, había logrado opacar “las hazañas de Tarzán, Superman, Kalimán, Aquamán”. El Chapulín, que era “más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga”, era una parodia directa a los famosos superhéroes estadounidenses. Uno de sus poderes consistía en hacerse pequeño en vez de grande, y su valor estaba en tener miedo a cualquier aventura y no en ser temerario. “El valor no consiste en carecer de miedo, sino en superarlo”, explica el Doctor Chapatín. “El que se enfrenta al peligro sin sentir miedo no es un valiente, es un irresponsable.”
El Chapulín y el Chavo vendieron exitosamente humor carnavalesco en una comedia de situaciones que podía repetirse por décadas porque sus personajes nunca envejecen, como los personajes de Los Simpson. Con el tiempo, además, El Chavo jugó con el lenguaje e impregnó al español de un nuevo dialecto. Expresiones como “no contaban con mi astucia”, “fue sin querer queriendo” o “se me chispoteó” ya no necesitan mayor explicación entre los hispanohablantes.
Los personajes en la vecindad de El Chavo del Ocho también eran magnéticos porque reflejaban la situación precaria de millones de familias que habitaban las periferias urbanas del continente. Erica Colmenares, académica venezolana en California y coeditora del libro Resonancias de El Chavo del 8 en la niñez, educación y sociedad latinoamericana, veía El Chavo del Ocho en la Caracas de 1989, a los siete años. Cuando sucedió el Caracazo —una ola de protestas en contra de las medidas de austeridad que impuso el presidente Carlos Andrés Pérez— El Chavo del Ocho tenía casi la misma popularidad que los noticieros nocturnos. “Esas ideas de la buena vida que existieron en Venezuela, ya no existían”, explica Colmenares, “y los televidentes venezolanos forjaron un público íntimo con ese programa, uno con el que podían identificarse y reconocerse”.
“El Chavo es político en el sentido de que muestra la distopía de América Latina: cómo los ricos de América Latina tienen a los pobres clausurados a su miseria. Está el niño calle, la familia rota, el rico que abusa de los pobres, y la falta de Estado”, opina el crítico de televisión colombiano Omar Rincón. Don Ramón era un hombre eternamente desempleado que nunca podía pagar la renta al Señor Barriga. El Chavo, para bien o para mal, reflejó por cinco décadas la realidad de muchas sociedades latinoamericanas: en medio de Estados ausentes o austeros, la solidaridad de una vecindad era lo mínimo con lo que contaban para sobrevivir.
La caída de El Chavo
Pero El Chavo del Ocho era una serie política sin ser revolucionaria: retrataba la superioridad moral de los pobres y promovía la caridad, pero estaba ahí para entretener, no para hacer crítica a las élites. Por eso una de las críticas más comunes a El Chavo en México es que era producida por un hombre de clase alta, Roberto Gómez Bolaño, con un ángulo clasista. “Era una pobreza romantizada y hay cosas bastantes problemáticas en eso”, explica el argentino Daniel Friedrich, profesor de Educación en la Universidad de Columbia y también coeditor del libro Resonancias de El Chavo del 8. “La serie habla de cómo sujetos de clase media se imaginan la vida en una vecindad pobre, en los que puede haber un niño huérfano, pobre, hambriento... pero con una vida feliz”.
Una cadena hegemónica como Televisa difícilmente permitiría más crítica social que la que ofreció El Chavo del Ocho. Si bien la cadena convirtió a Gómez Bolaños en una leyenda latinoamericana, la cercanía de esta al poder político explican en parte por qué Chespirito y sus personajes son menos amados en México que fuera del país. “Televisa es lo que es el PRI a la esfera política”, explica el crítico de cine y televisión mexicano Arturo Aguilar.
La cadena de televisión trabajó durante décadas como portavoz del PRI, y cuando el desprestigio de ese partido creció a finales de siglo, hasta perder el poder en las elecciones del 2000, Televisa también recibió el golpe del público. “Cuando empezaron los años de alternancia en el poder, se creó un repudio mayúsculo contra esas figuras del pasado que coexistieron con ese sistema político”, explica Aguilar. Gómez Bolaños, una de esas figuras, no solo fue cercano al PRI, sino luego al partido de derecha PAN e hizo campaña a favor del expresidente Felipe Calderón.
Además, en una década que ha empezado a rechazar muchos de los productos machistas de la cultura latinoamericana, la misoginia de Gómez Bolaños —que también hizo campañas contra el aborto— se ha hecho evidente. “El Chavo tuvo cosas muy buenas”, admite Andrea Ortega-Lee, comediante en México que también creció viendo El Chavo del Ocho. La serie se atrevió a representar familias no nucleares, como Don Ramón que cuida solo a la Chilindrina, o Doña Florinda que también está sola con Quico. “Es valioso que se hayan presentado familias que se parecen a las mexicanas, pero también se ve cómo Don Ramón cría a la Chilindrina a golpes, y cómo la violencia contra El Chavo también se normaliza”, dice Ortega-Lee. “Se hizo una apología a la violencia, al bullying, hay una crianza con agresividad sin ningún tipo de castigo para ese tipo de violencia. Es más bien un punch line, como parte del chiste”.
Además está el rol de las mujeres, todas ellas amas de casa. Doña Cleotilde, por ejemplo, es conocida en la vecindad de El Chavo como la bruja del 71 y se le pinta como una mujer desesperada por la atención de Don Ramón. Doña Florinda es la madre soltera de Quico que busca la atención del Profesor Jirafales. “Es normalizar estos estereotipos: que si estás sola, te urge que un güey te saque de la pobreza en la que estás”, dice Ortega-Lee.
También hay un nivel de cansancio entre los mexicanos que han viajado al exterior, cuando el país ya produce series y películas de mucha mejor calidad, al encontrarse con una Latinoamérica que sigue consumiendo El Chavo del Ocho como si el país se hubiera quedado en los chistes de Gómez Bolaños. “Hay un rechazo al reduccionismo con el que los extranjeros ven a México”, explica Aguasaco.
La televisión abierta de hoy difícilmente podría crear estrellas continentales como El Chavo del Ocho porque el ecosistema de medios cambió radicalmente. Los nuevos personajes famosos, como Betty La Fea, no se distribuyen en su versión original en otros países sino que cada cadena de televisión compra las licencias para reproducir su versión local (La Fea Más Bella en México; Bela, e Feia en Brasil; Ugly Betty en Estados Unidos; Yo soy Bea en España). Los servicios de cable y las plataformas de streaming, como Netflix o Amazon Prime, también han dividido a las audiencias latinoamericanas, y eso hace más difícil unir frente al televisor a todos los televidentes de una región.
Pero —a pesar de ser una reliquia, con sus polémicas o su conservadurismo— El Chavo ha logrado sobrevivir como un símbolo cultural entre varias generaciones. La serie fue, en 2016, el primer programa de la televisión mexicana en obtener un millón de suscriptores en su canal de YouTube. “No hay en algún lugar del mundo un contenido que tenga más de 40 años y sea conocido por gente de todas las edades”, dijo entonces el presidente de la plataforma para América Latina.
Lymarys Caraballo, profesora cubana y puertorriqueña que trabaja en Nueva York, aún disfruta de El Chavo del Ocho con sus hijos. Hace unos años entrevistó a varios de sus familiares, viejos y jóvenes, que son seguidores de los programas de Chespirito. “El sentido del humor dice mucho sobre nuestro sentido de identidad, dice mucho sobre quién queremos ser, quiénes somos o cómo nos queremos mirar”, dice Caraballo, cuyos padres son cubanos y viven en Florida. “Creo que ellos no veían El Chavo, ni a su vecindad, como un fenómeno político sino como una reflexión sobre cómo nos ayudamos, ese sentido que todo el mundo puede hacer algo por el otro”. Cuba fue el único país en América Latina que no transmitía El Chavo del Ocho, porque la revolución lo impidió, así que los padres de Caraballo empezaron a querer a El Chavo después de abandonar la isla.
Después de hablar por teléfono con EL PAÍS, Caraballo le preguntó a su madre qué iba a hacer ahora que El Chavo no estaba más en la televisión. Sus padres “ahora están viendo El Chavo por YouTube, todas las noches, mientras juegan dominó”, escribió luego. Aunque El Chavo creció en una época dorada de la televisión abierta, sobrevivirá ahora en la plataforma que no le da espacio al olvido: Internet. El Chavo aún tiene futuro, y las redes sociales son su nueva vecindad.