El estadounidense Erriyon Knighton, no ha ganado ninguna medalla en los Juegos Olímpicos de Tokio, pero ha maravillado. Tiene 17 años, es de Tampa Florida y es atleta porque, pese a ser tan rápido, el entrenador de fútbol americano de su instituto le dijo que le iría mejor corriendo que buscando balones por el aire.
De él se habla casi como se hablaba de Bolt en 2004, en los Juegos de Atenas, cuando el jamaicano también tenía 17 años y su nombre corría de boca en boca entre los especialistas, que se susurraban que habían visto un joven de 17 años desgarbado y flaco que había corrido los 200m en 19,93s en Kingston, el primer juvenil que lo hacía en la historia, y habían visto el vídeo, y se felicitaban de ese conocimiento profundo de la velocidad jamaicana en los tiempos en los que no existían las redes sociales capaces de hacer un nombre común y conocido en el universo entero de cualquiera, el paraíso de la fama fugaz.
Se hablaban maravillas de Bolt, y se disculpaba en sus 17 años, en su inexperiencia, y en su necesidad de crecer y fortalecerse, que no fuera capaz de pasar las series atenienses de los 200m, en las que corrió en 21,04s.
El nuevo norteamericano llegó a la final con aspiraciones, y bajó de 20s (19,93s), una barrera de excelencia que ya atravesó más baja en los Trials de Eugene en junio, cuando corrió en 19,84s, y su nombre, en un segundo, un vídeo, un tuit, ya se convirtió en nombre común, ya asociado a Bolt, a quien acababa de arrebatar un récord por primera vez, la plusmarca mundial sub 18 y sub 20 de los 200m. Y quizás las peleas más duras que mantenga en el futuro sean con el quinto de la noche, Joseph Fahnbulleh, un liberiano de 19 años, que también bajó de los 20s (19,98s).
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