Si a Molly Seidel le hubieran dicho el viernes pasado que iba a clasificarse para los Juegos Olímpicos, probablemente se habría reído en la cara de quien se lo planteara.
De hecho, tal como ella misma dice, todavía no se lo termina de creer. Y sin embargo es completamente cierto. Esta mujer de 25 años será una de las representantes de los Estados Unidos en la prueba de maratón que se disputará (si el coronavirus lo permite) en Tokio 2020 este verano.
Una de tantas deportistas de élite que irán a Japón, puede pensar el lector. Pero el caso de Seidel es particularmente llamativo porque no es una atleta profesional. De hecho, la carrera en la que consiguió el billete para el Lejano Oriente, el preolímpico disputado el sábado en Atlanta, ha sido la primera maratón de su vida.
Y su rendimiento en ella ha sido asombroso. Dos horas, 27 minutos y 31 segundos (a modo de referencia, el récord mundial está solo 13 minutos por debajo) que le dieron el segundo puesto en la competición nacional clasificatoria y, por tanto, una de las tres plazas del equipo estadounidense en la cita más importante del panorama internacional en atletismo. Con ella irán Aliphine Tuliamuk y Sally Kipyego, ambas de origen keniano.
“¿Qué está pasando?”, decía Molly, incrédula todavía horas después, esforzándose en asimilar lo que había logrado. Porque nadie contaba con que una atleta como ella, que no se dedica al deporte a tiempo completo, pudiera lograr semejante proeza. La corredora, natural de Brookfield (Wisconsin), vive en Boston compartiendo un apartamento con su hermana y se entrena en los ratos libres que le deja su trabajo como camarera en una cafetería. Es más: para redondear sus ingresos también se emplea como cuidadora de niños.
Sí que es cierto que Seidel, en sus primeros años, sí que apuntaba maneras y consiguió buenas marcas en su etapa de estudiante en la universidad de Notre Dame, en Indiana. De hecho, llegó a proclamarse campeona interuniversitaria en pruebas más cortas (cross country, 3000, 5000 y 10.000 metros). Entre sus logros de juventud está ser la primera mujer capaz de proclamarse campeona nacional de cross country tanto en categoría de instituto (2011) como de universidad (2015).
Numerosos patrocinadores se interesaron por quien parecía la próxima gran estrella del atletismo norteamericano. Pero, tal como cuenta Runner’s World, en 2016 su progresión se vio frenada por las lesiones. Esto, sumado a la dificultad para gestionar las altas expectativas que había sobre ella, le causó una depresión e hizo que se le agravara un antiguo trastorno alimenticio que, aunque ya ha superado, todavía hoy le genera problemas: su densidad ósea es menor de lo normal y es más propensa a sufrir fracturas por estrés (de hecho, en 2018 una rotura en la cadera la mantuvo medio año parada).
Cuando intentó volver a competir, las marcas que le habían hecho ofertas ya no estaban ahí. De manera que optó por centrarse en la recuperación psicológica, manteniendo un perfil bajo y con trabajos alejados del deporte, como el de la cafetería. En ese negocio pocos compañeros y clientes sabían que entre ellos hay una atleta de élite. “Quizás las cosas cambien un poco cuando vuelva a Boston”, bromea Molly en el New York Times.
Porque la corredora nunca había abandonado por completo el atletismo. Siguió entrenándose en un grupo local, el Freedom Track Club, y después a las órdenes de Jon Green, su actual técnico, a quien no le gusta mucho que compatibilice las carreras con los otros empleos. “Lo de la cafetería me parece bien. Pero lo de cuidar niños no tanto, porque requiere muchos desplazamientos en coche, estar demasiado tiempo sentada en el tráfico en hora punta”, dice Green. Ya habían decidido que, en lugar de continuar con pruebas cortas de hasta 10.000 metros, intentarían pasarse a distancias más largas, debido a que el tipo de entrenamiento y alimentación necesarios para ellas se adapta mejor al tratamiento para su bulimia.
Hace apenas medio año ella misma veía imposible no ya lo que acaba de lograr, sino siquiera la posibilidad de intentarlo. Pero su rendimiento empezó a mejorar, hasta el punto de que logró ganar la media maratón de San Antonio el pasado diciembre, lo que le permitió acceder a la clasificatoria de Atlanta, que ya de por sí era un gran éxito viniendo de donde venía. Teniendo en cuenta que iba a ser la primera maratón completa de su vida y que se enfrentaba a las mejores especialistas del país, Seidel habría estado más que satisfecha quedando por encima del 20º puesto.
Nadie esperaba, sin embargo, que le saliera la carrera perfecta. Las condiciones tanto del recorrido, con muchísimos desniveles, como del ambiente, frío y ventoso, no parecían favorecer. Pero a unos ocho kilómetros de la meta logró meterse en la escapada clave y aguantar en ella. “En ese momento sabía que o me metía en el equipo olímpico o me hundiría en la miseria”, reconoció después. Afortunadamente para la épica del deporte, ocurrió lo primero, y su progresión va en aumento, así que habrá que estar muy pendiente de ella este verano en Tokio.
Fuente: Yahoo Deportes