Mario Barrios ha logrado retener su cinturón Welter del CMB, con un empate mayoritario —una tarjeta a su favor 115-113 y dos niveladas en 114-114— frente al legendario filipino Manny Pacquiao, quien a sus 46 años volvió al cuadrilátero tras más de tres años de inactividad oficial.
Ningún resultado, ni siquiera un nocaut en contra, recortaría el reconocimiento y la admiración que Manny ha cultivado a lo largo de 72 combates profesionales (récord: 62-8-2, 39 KOs).
Su legado permanece intacto, casi sagrado. Pero el interés de la noche no era el resultado, sino el veredicto del tiempo frente a su insistencia, su fuego interno, frente a un campeón 16 años menor, con ventajas físicas claras: Barrios mide 1.78 m frente a los 1.66 m de Manny, y con un alcance 10 cm mayor.
No lo vi con la condición requerida para pretender continuar. Me pareció marchito. Sin la velocidad endemoniada que alguna vez fue su sello, sin la precisión de bisturí quirúrgico ni la potencia suficiente para estremecer. Solo quedaba la experiencia, que le sirvió para ensayar algunas arremetidas cortas, no dañinas, frente a un rival que tampoco encendió el combate. Barrios no mostró hambre. Tenía dos escopetas en las manos, pero jamás las cargó de pólvora. Cuando por momentos se atrevió a dispararlas, Manny se vio en aprietos, pero fueron ráfagas tibias.
No fue una pelea para ser recordada. Fue borrosa desde los dos extremos del ring. Barrios pudo clarificarla, dejar huella, enviar un mensaje… pero no supo cómo. Esa es su culpa. El empate deja un sinsabor, como un plato sin sal: no fue escándalo, pero tampoco sustancia.
¿Y UNA REVANCHA?
No le veo sentido a una revancha, como sugirió Pacquiao en la entrevista post pelea. Se salió momentáneamente del Salón de la Fama de Canastota, donde fue entronizado en 2023, para intentar lo que nadie ha hecho: ser campeón mundial en cuatro décadas distintas (1990s, 2000s, 2010s y 2020s). Ya había ganado títulos en ocho divisiones distintas, algo sin precedentes. Pero incluso las leyendas tienen límites. Sugar Ray Leonard lo vivió frente a Camacho, Julio César Chávez ante De La Hoya, Roberto Durán con Joppy, Ali ante Holmes, y Tito Trinidad buscando un regreso ante Mayorga. No se puede pelear contra el calendario.
Cuando los músculos ya no obedecen al cerebro, no se toman riesgos innecesarios, como le advertía Cayo Mario al joven Julio César. Manny hizo su mayor esfuerzo, sí. Pero su techo actual es bajo. En la esquina, mientras resoplaba antes del último round, quiso mantenerse de pie, pero Freddie Roach —su histórico entrenador— lo sentó. No era momento de alardear.
EL CORAZÓN AUSENTE DE BARRIOS
¿Qué tan buen campeón lució Barrios (29-2-1, 18 KOs)? Careció del corazón de guerrero que debería caracterizar a todo boxeador que defiende una faja. No se le vio presión, ni lectura táctica profunda. Ese jab zurdo que podría marcar el ritmo fue esporádico, y sus combinaciones rectas brillaron por su ausencia. Tenía la mesa servida para imponer condiciones, pero se quedó en el centro del ring, sin iniciativa ni deseo de imponer su ventaja física. Esa pasividad le facilitó oxígeno a Pacquiao, que aún así no tuvo con qué capitalizarlo.
Barrios tiene herramientas: juventud, tamaño, alcance y pegada. Pero frente a un veterano en las postrimerías, lució tímido, y eso no es aceptable. En el asalto 11, pareció despertar, lo que hizo creer que el 12° sería definitivo. No lo fue. El suspenso se diluyó entre amagues y respiros.
COMBATE SIN ESENCIA
Fue una pelea entre uno de boxeo marchito y otro de boxeo perezoso. Esa combinación no puede producir un buen combate. Y no lo produjo.
Manny, con todo su historial glorioso y el respeto ganado a puños y valores, no tiene ya nada más que demostrar. Tal vez solo escucharse a sí mismo en silencio, como hacen los verdaderos grandes antes de cerrar la puerta con dignidad.
Nota escrita por Edgar Tijerino de 81 años es destacado periodista nicaragüense.