Un relato fantástico por el fervor del tico Ernesto Adduci
Chicago. Costa Rica siempre ha sido un país peculiar. Es difícil explicarse por qué pasan las cosas que pasan, de hecho los ticos ya no nos cuestionamos estas situaciones.
En los 80’s un hombre de nombre Mel Rosen lanzó la señal de Canal 19. Era un combinado extraño que pasaba desde juegos de equipos de Chicago, hasta porno ya tarde en la noche. Lo conocí años después en mi primer trabajo en Publicidad. Era una fiesta de Halloween en la agencia y si bien no pude hablar mucho con él, pude agradecerle por “regalarnos” los partidos de los Cubs y los Bulls a mi más tierna edad. No se me borra la postal de mi cabeza, pues –si bien era mayor-, andaba disfrazado como si fuera un niño. Nunca más supe de él y sin duda él no se acuerda de mí.
Pasados los años, el cable en Costa Rica comenzó a darnos la señal legítima de WGN Chicago. Era un canal de los que se denominaban “autobús”, porque uno se montaba o bajaba a la hora que quisiera. Pasaban desde noticias, hasta Bozo el Payaso, hasta los partidos de los Cubs y Bulls, pasando por maratones de los Tres Chiflados. Me recuerdo en uniforme de colegio, donde llegaba y almorzaba en la cama, viendo un juego de los Cubs. La tendencia siguió hasta la universidad, donde seguí paso a paso la carrera de aquel glorioso equipo de Sandberg, Grace y Dawson que ganara la División. Eran los años en que Jordan aún no había ganado un anillo, pero en que volaba más alto que nadie. Sin embargo lo que a mí me impresionaba eran las tomas de los veleros en las tardes soleadas del Lago Michigan que transmitían desde los partidos en Wrigley Field. La pausa de la gente comiendo un hot dog, o los niños felices que saludaban a cámara. Con los Cubs me enamoré del baseball.
En el verano del ’99 me invitaron a un taller en Chicago, era mi primer encuentro con la ciudad. Tan mala suerte tuve que los Cubs jugaban de visitante. No me detuve y decidí tomar un tour del estadio. Subí a la caseta desde donde Harry Caray cantaba “Take Me Out To The Ball Game” y desde ahí mire los veleros en el lago. Corrí las bases como si fuera un niño y al entrar al vestidor mire los casilleros de los que eran mis amigos.
A finales del 2000 me invitaron a trabajar en los Estados Unidos. Las estrellas no tenían otro destino para mí que Chicago. Esos primeros años fuí a muchísimos partidos y llevé a mas amigos y familiares a Wrigley Field. El baseball se volvió una religión y los Cubs, mi santo. Hasta esta fecha no entiendo como mi esposa no me dejó, pues los Cubs juegan –al menos- 182 partidos al año y yo los miraba todos, ya fuera en directo o en tv. La verdad, estaba en el cielo.
Cuando los Cubs llegaron a las finales de la División en el 2003, conseguí boletos para el sexto juego de la Serie. Todo parecía que era el definitivo. Los Cubs ganaban el partido 3-0 en el octavo. Recuerdo haber bajado rápidamente por una cerveza y escuchar los cantos de los fans. Estábamos a seis outs de la Serie Mundial, algo que no había pasado en décadas. Al volver a mi asiento, un hombre de apellido Bartman (quien ahora tiene otro apellido) interfirió con Moisés Alou quien prácticamente tenía la pelota en el guante. Esa jugada desencadenó una de las peores series de errores que he visto en mi vida. El resto es historia. Al año siguiente Sammy Sosa hizo trampa con su bate con corcho y juré no comprar un boleto más al estadio.
Este año un amigo me volvió a invitar y decidí llevar a mi hijo. Cuál fue su suerte que en el medio de la sexta, Anthony Rizzo le dio una pelota con la que practicaba. Él va a guardar ese objeto toda su vida, pero para mí, el momento fue más valioso. Me volví a enamorar de los Cubs.
Este fin de semana se juegan tres partidos de Serie Mundial en el Norte de Chicago, a cinco cuadras de nuestra casa. La ciudad ha esperado 108 años y hoy estalla en azul, blanco y rojo. Los colores de mi Patria, los de mi familia y los de mi equipo. El círculo se cierra. Go Cubs!
*Ernesto Adduci es publicista y vive en Chicago desde el 2000.