Muy por encima del más sentido homenaje que le tenían preparado, estuvo la grandeza de un jugador irrepetible: Kobe Bryant. Aunque era la noche para dejarse emocionar, una vez más, el que puso los pelos de punta al personal fue el propio homenajeado. Así de grande y de generoso era su baloncesto, coronado con 60 puntos y una actuación propia de una final de la NBA, la que logró ganar en cinco ocasiones.
Kobe Bryant se despidió tras 20 años de inquebrantable fidelidad hacia Los Ángeles Lakers, poniendo en pie al Staples Center y convirtiendo un partido de trámite frente a Utah Jazz, un simulacro de encuentro amistoso, en una nueva gesta inolvidable.
Anotó los últimos 17 puntos de su equipo y dio la asistencia que remataba la victoria por 101 a 96, asombrando a propios y extraños con 37 años a cuestas.
Eso sí, al final fue capaz de contener las lágrimas. Y eso que la carga fue pesada. Lo intentaron de todas las formas posibles, con sus seres más cercanos presentes, con Magic Johnson de maestro de ceremonias otorgándole el título honorífico del mejor Laker de la historia, que no es poco; y con su presunto archienemigo de vestuario apoyando a pie de pista, un Shaquille O'Neal que también lo declaró como el más grande que haya vestido de oro y púrpura.
Después le pusieron un vídeo en pantalla gigante para tratar de derrumbarlo. Hablaron casi todos, Derek Fisher, Lebron James, Dirk Nowitzki, Phil Jackson, Kevin Garnett, Gregg Popovich y su amigo Pau Gasol.
"Estoy tan orgulloso de ti", dijo el español. "Espero que esta amistad dure el resto de nuestras vidas". Después, en Twitter le llamó hermano. Aún así, Bryant aguantó estoico el chaparrón. La emoción, por dentro, abrazándose a Magic, a Byron Scott, su último entrenador, y saludando desde el centro de la pista ante la ovación general, sonriente. En paz.
Fuente: DiarioEl Mundo