El tenista español Rafael Nadal ya no es el mismo de antes. Su nivel ha decaído considerablemente y otros, poco a poco, le han sido sacando ventaja.
El periodista argentino, Sebastián Fest, presentó una nota en el Diario la Nación de su país haciendo referencia al momento actual de Nada y aquí lo compartimos:
Rafael Nadal ya no es Rafael Nadal. Puede volver a serlo, claro, pero el primer tramo de 2016, continuidad del desconcertante 2015, confirma algo inimaginable hasta hace poco: los nervios le están ganando la partida al español. No sólo ya no es rey y señor en el rectángulo: mucho más preocupante para sus perspectivas es que ya no es dueño de sus emociones.
Hay que ir a la cabeza del nueve veces campeón de Roland Garros para intentar entender qué le está pasando. La derecha es un problema, el saque también, la movilidad está a años luz del Nadal del esplendor, pero todo se inicia en su mente, el más poderoso de sus golpes en la década larga de éxitos que protagonizó.
Esa mentalidad, esa fe que antes le permitía ganar partidos imposibles, le sirve ahora para consolarse de derrotas improbables. El virus de la duda anidó en su mente probablemente en enero de 2014, con aquel insólito bloqueo de espalda en la final de Australia que perdió ante Stanislas Wawrinka. Es la mente, sí, porque semanas atrás el entorno de Nadal estaba feliz de que, por primera vez en mucho tiempo, se entrenara horas y horas sin sentir dolor. El dolor está ahora en otra parte, ya no es físico.
"No me voy preocupado porque no hice un mal partido, hice cosas buenas", dijo tras la derrota del sábado el español, muy lejos de ese jugador que atemorizaba tenística y psicológicamente a los rivales ya desde el vestuario. Hoy no es así, se le animan, saben que tienen enfrente la posibilidad de una victoria de esas que dan lustre al currículum.
Y un dilema no menor para el español; qué hacer con el tío Toni, el hombre que lo formó como jugador y en buena parte como persona, pero que el viernes a la noche le dijo a cientos de espectadores en el Buenos Aires que, si su sobrino no decidió aún cortar su relación con él como entrenador, es en parte porque es su tío. Sólo el mejor Nadal podrá resolver tanto desconcierto
