El dos veces campeón de la NBA Lamar Odom se encuentra crítico, en estado de coma, en el Hospital Sunrise de Las Vegas después de haber sido encontrado inconsciente en la suite del prostíbulo Love Ranch de la vecina Pahrump.
Según declaró a la agencia The Associated Press Dennis Hof, propietario del burdel, el ex jugador, de 35 años, había pasado allí dos días «despreocupados, de diversión y relax», pero al tercero no despertó.
La tarde del martes una de las trabajadoras llamó a las oficinas del Sheriff de Nevada para informar que Odom estaba «boca abajo y expulsando todo tipo de líquidos» y, de inmediato, las autoridades médicas acudieron al lugar. Aunque de inicio fue ingresado en el pequeño hospital Desert View del municipio, pronto se decidió trasladarlo a un centro de la capital del estado.
Con urgencia se solucionaron los problemas de transporte, pues el ala-pívot no pudo ser evacuado en helicóptero por su estatura, 2,08 metros, pero no hubo la misma suerte con un cuadro médico exagerado: un fallo multiorgánico le dejó entre la vida y la muerte, mantenido por respiración asistida. Según publicó TMZ, líder de la prensa rosa en Estados Unidos, había consumido la noche anterior cocaína y opiáceos y, según informó E! News, había ingerido también varias pastillas de Herb Viagra, un supuesto estimulante sexual cuyo uso fue desaconsejado en marzo por la Agencia Estadounidense del Medicamento (FDA)
«Alguien drogó a mi hijo. Es imposible que haya estado de fiesta de esa manera. Sabía que algo estaba mal porque le estuve llamando todo el día y no respondía», replicaba su padre Joe, que lo abandonó por la heroína cuando era un crío, mientras su preparador físico, Fareed Samad, aseguraba que este verano había adelgazado 15 kilos y que «estaba intentando de verdad, con dos sesiones de entrenamientos diarias, volver a jugar». Al anunciarse la noticia de su desdicha, las reacciones se multiplicaron entre las estrellas de la liga. Kobe Bryant, compañero suyo durante siete temporadas, abandonó en el tercer cuarto un partido de pretemporada para coger un vuelo a Las Vegas, y Dwayde Wade, con quien compartió vestuario en el curso 2003-2004, escribió en Twitter: «No paro de pensar en mi amigo Lamar. Me pongo de rodillas y rezo. Por favor, Dios, haz que salga adelante».
Todos recordaban su extensa carrera en la NBA, que empezó en 1999 en la sima con Los Angeles Clippers y alcanzó la cima entre 2004 y 2011. Su naturaleza, «un base que juega de pívot», según lo definió su entrenador Phil Jackson, fue esencial en los últimos Los Angeles Lakers exitosos, como parte del triángulo ofensivo que completaban Kobe Bryant y Pau Gasol. Junto a ellos fue merecedor del anillo en 2009 y 2010 y el mejor suplente de la liga en 2011, y junto a Kevin Durant, en una selección de Estados Unidos aplicada, fue campeón del Mundial de Turquía...
Marcado desde la infancia
Fue el niño de Queens que enterró a los 12 años a su madre, víctima de un cáncer de colón; fue el nieto que despidió a su abuela-tutora cuando aún no era un hombre; fue el padre de Destiny, Lamar Jr. y Jayden que en 2006 lloró la muerte súbita de la pequeña, de sólo seis meses; y fue el amigo que este junio guardó luto por el disc-jockey Jamie Sangouthai, infectado por una aguja.
En definitiva, fue un extraviado y, al final, la confirmación de un problema del deporte de élite: la vida que hay después. La prueba que demasiadas veces la dependencia que provocan el juego, el dinero y las cámaras es dañina.Aunque la NBA lo intente resolver con cierta asistencia para retirados, aunque sus estadísticas señalen que el problema le es ajeno.
Apenas una veintena de jugadores han sido sancionados por «uso de sustancias ilegales», entre ellos el propio Odom, que en 2001 reconoció haber fumado marihuana, lo que invita a pensar que la adicción nace con la jubilación, pero no es así.
En algunos casos, se mantiene, en otros muchos, se multiplica. Difuntos como Dean Meminger, que falleció en 2013 a los 65 años por culpa del crack, o Roy Tarpley, que murió este enero al fallarle el hígado con 50 años, aumentaron esas prácticas nocivas por la inadaptación a la vida lejos de las pistas.
En general no se llega a esos extremos, aunque año a año se repiten los escándalos. Muchos fueron los jugadores de las décadas de los 70 y los 80 con constantes problemas con la cocaína (equipos como Houston Rockets, Atlanta Hawks o New Jersey Nets, todos en playoffs en 1986, tenían varios adictos en su plantilla), más los cazados en el ocaso de sus carreras o al concluir las mismas en posesión de cannabis, desde Kareem Abdul Jabbar a Allen Iverson, y aún más los detenidos por conducir o montar altercados bajo los efectos del alcohol.
Son valientes los casos de desintoxicados, como Chris Herren, que se retiró para rehabilitarse después de «estar 30 segundos muerto» por una sobredosis de heroína, o Keith Closs, hoy sobrio, que admitió que incluso bebía durante los partidos, pero son los menos. Como en otros deportes. El retiro o su simple amenaza han dejado muertos ilustres en disciplinas como el fútbol, el ciclismo o el waterpolo.
En todo el mundo se consideran las tragedias vividas por George Best, adicto al alcohol, o Marco Pantani, enganchado a la cocaína, aunque en España se recuerdan dos casos aún lacerantes. Las pérdidas de José María Jiménez en 2003, debilitado por años de abusos, y de Jesús Rollán en 2006, que no logró huir de las drogas, persisten como fatalidades patrias.