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Siempre me pregunto qué sentirá un niño cuando llega a una heladería y debe conformarse con mirar, a través de la ventana, sin poder comprar un helado.

Después de pasar minutos, pegando su carita al vidrio, sacando la lengua, de vez en cuando, babeando, degustando lo que no puede saborear, la dependiente sale del local y con voz autoritaria le dice: “Váyase de aquí. Está molestando los clientes”.

 

Europa se convirtió para nuestros futbolistas en una heladería. Y no por el frío que hace en el invierno con temperaturas bajo cero. Nos hemos distanciado tanto, que ya no tenemos oportunidad.

   

Tuvimos una época cuando saboreamos los mejores helados, cuando Paulo Wanchope, Celso Borges, Bryan Ruiz, Junior Díaz (poco valorado en Costa Rica), Pipo González, Oscar Duarte y Keylor Navas podían entrar sin problema a degustar, con su futbol, a cualquier heladería. No menciono a Joel Campbell porque nunca logró acentuarse y pasó desapercibido. Ahora Manfred Ugalde está intentando abrirse campo.

Que buenos tiempos aquellos. Después vinieron algunas réplicas que duraron muy poco tiempo. Jugadores que vinieron a Europa y se regresaron sin pena ni gloria.

Hubo un tiempo que se pensó que el mejor puente era primero viajar a la MLS y luego dar el salto hacia el Viejo Continente. Ninguno logró atravesar ese puente y han ido regresando a Costa Rica a terminar sus días como futbolistas. Incluso algunos aún muy jóvenes.

De vez en cuando escucho la euforia cuando algún entrenador o dirigente sale a la prensa diciendo que varios equipos de Europa están interesados en uno de sus jugadores.

Es interesante cuando escucho, a estos entrenadores y dirigentes o incluso a gerentes deportivos, tasando al jugador en al menos un millón de dólares, cuando en realidad no vale en este mercado ni cien mil. Incluso se les olvida, quizás por su fanatismo, que en Europa la moneda es el euro.

La brecha cada vez se amplía. La ventana en Europa, frente a la de Costa Rica es abismal. Nuestro sistema lo permite. Nos acostumbramos a esa forma de actuar. Lo permitimos todos. Tan fácil y sumiso que se ve desde adentro. Tan complicado que se mira desde afuera. Podremos reducir esa brecha. Podemos? Cómo hacerlo?

El principal problema es mental. Qué difícil es adaptarse a una cultura diferente. Comidas diferentes. Vencer la depresión cuando no puede salir de su apartamento porque el frío no lo permite. Vivir, incluso, con uno o dos jugadores más. No saber ningún idioma, excepto el español y quedar casi aislado. Tener una educación académica que no llega ni a secundaria. Poder ganarle al desánimo cuando entrena toda la semana y el día del partido ni siquiera es convocado. Y así poder aguantarse un año o más incluso sin jugar.

Es entonces cuando además de la depresión aparece la melancolía, el jugador se hunde, y solo piensa en regresar. Al volver su posdata es que no le cumplieron el contrato y le cambiaron las cláusulas pactadas.

El segundo problema es que las deficiencias técnicas, aunque los tengan como virtuosos del balón, son paupérrimas frente a los europeos, y las condiciones físico-tácticas están muy lejos de los estándares que buscan en los jugadores.

Lo peor viene en cadena: la sobre valoración de los dirigentes de equipos que piensan que el jugador vale mucho más. Es un aspecto rural de nuestro futbol. De falta de conocer la realidad. Valoramos sentimentalmente a un jugador cuando en realidad su precio es diez veces inferior.

Quizás, alguien de la heladería en Costa Rica vendrá a decirme : “Los helados aquí son muy buenos. Váyase que está molestando nuestros egos. Y no compare lo nuestro  porque lo nuestro es mejor y es nuestro”.

** El autor tiene una Maestría en Comunicación. Licenciatura en Periodismo y Educación Física. Además es entrenador de Futbol y Baloncesto. 

 

 

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