En ocasiones, el destino, que no la casualidad, hace un guiño desde el principio de la vida de los seres humanos.
Cuando aquel humilde albañil inmigrante de Argelia, de nombre Smail Zidane llegó a Francia, no habría soñado jamás que uno de sus retoños nacería en el barrio más empobrecido y problemático del puerto de Marsella, La Castellane, y que llegaría a la avenida madrileña de La Castellana, como el futbolista más caro de la historia en su traspaso de la Juventus de Turín al Real Madrid en el 2001.
Zinedine Yazid Zidane, el chico callado y tímido, que amaba a su familia y admiraba a su padre, quien era capaz de pasar noches sin dormir para llevar sustento a los suyos y hacía hasta lo imposible para que sus hijos fueran personas de bien, alejadas de los vicios y la delincuencia de ese barrio bravo en que les había tocado vivir.
Cuentan qué fueron a buscar, de la vecina ciudad de Cannes, para contratar a ese chico de apenas 14 años que daba señales ya de ser un portento futbolístico en ciernes. Dos años vivió bajo el amparo de uno de los directivos del club de la ciudad. Tras ese periodo de crecimiento, enseñanzas y fortalecimiento de su carácter, Zinedine debutó en primera en 1989 y todo empezaría a ir tan rápido que pronto llegarían los traspasos, primero al Burdeos, luego a la Juve y posteriormente al todo poderoso equipo de la casa blanca, por la bicoca de 77 millones de euros, récord para ese tiempo.
Consagrado con su selección francesa en 1998, a la cual lideró para hacerla campeona del mundo por primera vez en su historia; brillante en Italia como (casi) ninguno, llegaría al Real Madrid a marcar época y escribir con letras de oro su legado.
Futbolista elegante, de lujo; solo le faltaba el esmoquin para deslumbrar en el verde de cualquier terreno de juego. Fantasía pura, sus ruletas aún se mencionan en cualquier charla de aficionados. Anotador de un gol épico de volea que le entregó al club de Santiago Bernabéu la novena orejona de su historia. Quizá muy pocos recuerden ese partido, pero ese gol es de los que quedan en la memoria colectiva de todos los aficionados al fútbol. Y como no recordarlo, si aún la emoción se presenta a flor de piel reviviendo aquel centro a lo loco de Roberto Carlos que le llegó como lluvia del cielo a Zinedine quien se acomodó, perfiló su cuerpo y de zurdazo increíble la envió al ángulo derecho del portero Hans-Jörg Butt del Leverkusen alemán.
Y así, después de muchos trofeos conseguidos, entre ellos un Mundial, Eurocopa, Champions League y tres veces jugador del año para la FIFA, en su viaje predestinado de La Castellane hasta La Castellana, Zinedine Zidane seguía siendo el mismo personaje silente, mesurado y tímido que su padre protegió de la delincuencia y de los vicios de su barrio. Para fortuna del fútbol y de todos los aficionados del mundo.
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