Isha Tejan-Cole Johansen es la cabeza principal de la Federación de fútbol de Sierra Leona, uno de los países más pobres del mundo. Es la única de su género que preside una asociación nacional en el ámbito de la FIFA.
En Sierra Leona, como en tantos rincones de Africa, el fútbol resulta una ventana al resto del universo.
Johansen se define como una mujer "emprendedora, humanitaria y enstusiasta de los deportes".
Amante del futbol
En ese instante Isha Tejan-Cole Johansen no parece ella. No es la presidente de la Football Association de Sierra Leona ni la dirigente que lucha contra el ébola desde su lugar ni la elegante señora que camina los pasillos de la FIFA. Ella, en el Kongresshaus de Zurich, se muestra como lo que es en esencia: una apasionada del fútbol.
Pide sin inhibiciones, en pasillos y en la zona mixta, serlfies con las grandes figura de hoy de de ayer. Se muestra sonriente con Cristian Ronaldo, el ganado en esa Gala del Balón de Oro. También aparece allí con otras figuras a las que admira, con Clarence Seedorf o Lionel Messi. Luce feliz.
Detrás del glamour que en ese rato representa hay una historia más dolorosa. Isha es una mujer en un espacio difícil en un momento difícil. Es la única de su género que preside una asociación nacional de fútbol en el ámbito de la FIFA. Dice sin vueltas que está cumpliendo un sueño, que le encanta lo que hace. Se define en su cuenta de Twitter (@ishajohansen2), que no llega a los 300 seguidores, como una mujer "emprendedora, humanitaria, enstusiasta de los deportes". Pero no es fácil lo que le toca vivir: en su país se vio obligada a parar el fútbol a consecuencia de un virus que mata, el ébola. "Queremos que el deporte sea un lugar en el que los chicos de nuestro país encuentren un camino, un espacio de encuentro", suele señalar ella, quien alguna vez fundó -hace una década- un club de fútbol, el FC Johansen, una suerte de tributo a dos cuestiones centrales: lleva su impronta de joven apasionada por el deporte -como su abuelo- y el apellido de su marido noruego, Arne Birger Johansen.
Nació en Freetown, la capital de Sierra Leona. Y allí vive, más allá de sus viajes en búsqueda de futuros para su país. Y por ser residente de su país llegó a la presidencia de la SLFA -la Asociación local- ya que sus rivales en las elecciones de agosto de 2013 preferían habitar en Europa, como Mohamed Kallon -emblema del fútbol del país, ex delantero de Inter, jugador vigente y dueño de una fundación que intenta sacar de la calle a muchos chicos de su país y también presidente de un club que lleva su apellido-, quien se quejó a la FIFA. De todos modos, Isha fue homologada por la máxima entidad luego de una inspección en Sierra Leona. En un fútbol -y en un país- proclive a la corrupción, ahora una mujer llega tras los pasos de una búsqueda compleja: cambiar la historia.
Es un territorio hostil para vivir. Sierra Leona -antigua colonia británica, independizada del Reino Unido en 1961- es uno de los cinco países más pobres del mundo. En la lista de Indice de Desarrollo Humano confeccionada por la ONU sólo supera a cuatro países del vecindario: Níger, República Democrática del Congo (ex Zaire), República Centroafricana y Chad. Con un dato que cuenta que el pasado no fue para nada mejor: en nueve de los últimos 20 años fue el último país en este rubro. De algún modo, el país más golpeado del mundo. Allí, se crió -en circunstancias más ventajosas- Isha.
En ese rincón tan maltratado, el fútbol aparece como una ventana al mundo. Y también como un retrato. En 2000, el seleccionado -conocido como Los Leones Estrellas- fue retirado de la competición previa a la Copa de Africa a consecuencia de una Guerra Civil que generaba vergüenzas por todos lados: niños solados, masacres, amputaciones y el financiamiento de armas a través de la obtención de diamantes con el recurso inhumano del trabajo esclavo hasta morir. Lo muestra -de algún modo o de varios- la pelìcula Diamante de sangre, protagonizada por Leonardo Di Caprio y candidata a cinco premios Oscar en 2007.
En ese escenario, la posibilidad de jugar bien con una pelota de esas que piden clemencia de tanto uso permite el arduo sueño de emigrar y ser como algunos de los que la televisión ofrece desde las Ligas de elite. Kei Kamara, el capitán del seleccionado, juega en el Middlebrough, de Inglaterra. Rdoney Strasser, mediocampista destacado en los seleccionados juveniles, actúa en la Reggina, de Italia. También hay otros que emigraron a Suecia, a Finlandia, a Bielorrusia, a Chipre, a Azerbaiyán, a Francia. Ellos son los espejos a la distancia. Pero el camino no es sencillo. Casi todo lo contrario.
Lo exhibe, con la crudeza de las historias que lastiman, el film Catorce kilómetros, del cineasta andaluz Gerardo Olivares. En Sierra Leona acontece lo mismo que en casi todos los rincones profundos de Africa que el film retrata: chicos que caminan la adolescencia deben recorrer el Sahara con sus pies y con su alma entera en nombre de llegar a esas pateras que invitan a la fantasía de acceder al Viejo Continente. Ese es el principio. Después llegan los representantes y, frecuentemente, las restricciones por falta de documentación. Poco más tarde deben jugar a la altura de la necesidad de los que aportan billetes para no ser deportados. También dependen del azar de que no los mate alguna bala por exclusivas cuestiones de origen. No es casualidad lo que sostiene Isha en una reciente entrevista con FIFA Weekly: en Sierra Leona, país de mayoría musulmana, "el fútbol es la segunda religión de todos". Y al dios de ese fútbol le rezan de algún modo. Para tratar de vivir mejor.
Nota: Diario Clarín