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El doctor Luis Pintos, quien trabajó con Boca Juniors, relató a Diario Olé de Argentina cómo vivió Diego Armando Maradona su primer enfrentamiento ante River Plate. 

Dicho encuentro fue en 1981.  

Aquí la nota 

Yo era el médico de Boca cuando incorporaron a Diego en 1981. Él estaba citado por primera vez en La Candela para almorzar y, por su tardanza en el cumplimiento con la hora pactada, ya se tejían conjeturas de algún vedetismo de jugador estrella. Claro, en aquellos días la comunicación no era como hubiera sido hoy: sólo teníamos un teléfono fijo en la cocina de La Candela y teníamos que turnarnos para comunicarnos con nuestras familias. No había celulares, ni mensajes, nada... Y Diego no aparecía.

Se me ocurrió entonces agarrar el auto y tomar el camino, que era largo, hasta la entrada del predio, pensando que Diego pudiera haberse perdido y anduviera cerca. Llego al portón y lo veo: hacía un rato largo estaba sentado en el auto, con Cyterszpiler. Esperando. No se había bajado del auto para demostrarle quién era al empleado de vigilancia de la entrada. Nada de “veleidades de estrella”. Nada de eso. Así se comportó Diego durante aquel año y pico en Boca. Eso, esperar ahí, indica el respeto que sentía por ser citado a su primer día de concentración para formar parte de un grupo de jugadores del cual era hincha, muy hincha. Porque siempre fue muy buen compañero y amigo, como también nos dejaba ver cotidianamente el grado de preocupación que tenía por sus padres y hermanos, tratando de que compartieran la misma felicidad que él estaba gozando.

Hay un episodio que debería tomarse como ejemplo de vida por cualquier ser humano próximo a obtener un logro deseado largamente y que, una vez alcanzado, lo hace enfrentar con la realidad que, hasta ese momento, había sido sólo un sueño embriagador. Me acuerdo de que estábamos solos en el consultorio del estadio: Diego y yo, en aquella noche lluviosa poco antes de su primer enfrentamiento con River, y se escuchaba el característico ulular del hincha enfervorizado.

Los dos en silencio, yo en mi función de médico realizaba un vendaje protector en uno de sus tobillos, lastimado; Diego, acostado con su mirada hacia el techo, por donde brotaba el estremecedor canto de ambas hinchadas.

De pronto, escucho que este sensacional jugador ¡de escasos 20 años!, casi como un susurro, se auguraba a sí mismo que había llegado el momento: ”¿Querías partidos difíciles? Acá tenés tu partido difícil”. Esa frase no la olvidaré jamás, porque sirve y servirá eternamente y en cualquier profesión, frente a la ocasión trascendental que te da la vida.

La responsabilidad lo agrandaba, le inflaba el pecho. Cualidad sólo de los excelsos. Horas antes, y mediante aquel único teléfono que teníamos en la cocina de La Candela, Maradona había recibido la llamada de Don Diego. Por el tenor de las respuestas de su hijo y su voz quebrada, venían cargadas de emoción, seguramente antes compartidas en la intimidad de aquella familia.

Diego siempre dijo: “Yo no tengo presión por jugar al fútbol, presión tiene el laburante al que no le alcanza el dinero para vivir”, experiencia de laburantes vivida por su padre y su familia en la niñez de Diego.

El Metropolitano de 1981 es recordado por los simpatizantes de Boca como uno de los mejores campeonatos de su historia. 


Con Diego Maradona como bandera de aquel equipo dirigido por Silvio Marzolini, el Xeneize se consagró con 50 puntos, uno más que Ferro. 

El partido ante River, el 10 de abril, tuvo al 10 en su máxima expresión. Con una gran jugada, gambeteó a Ubaldo Fillol y a Alberto Tarantini, y definió a un palo. 
Gentileza Revista el Grafico

Fuente: Diario Olé Argentina 

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