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A los 86 años, el hombre que presenció 16 Mundiales recuerda al mito. Explica por qué no asegura que “El Diez” fue el mejor. El día que dejaron de hablarse y los reencuentros.

Lo trató por primera vez en la casa de Villa del Parque, cuando todo era una hoja en blanco, presentimiento del bueno. El enruladísimo Cyterszpiler compró "sandwichitos" en la panadería de la esquina y llamó a un grupo de periodistas para que conversaran con el otro enrulado. Enrique Macaya Márquez recuerda ahora ese día, mientras ve por televisión el funeral de Diego Maradona. Cuesta encontrar correlación entre eso que estaba germinando y esto que acaba de romperse.

La voz de Macaya fue por años el ruido de fondo de ese cuerpo maradoneano deslizándose a lo Barýshnikov. Diego le ganaba a la gravedad y a Macaya le tocaba racionalizar las volteretas espaciales de ese astronauta.

No habla un amigo. Ni un aplaudidor. Habla el señor de los 16 Mundiales examinados desde cada país organizador, el mismo que compartió México ’86, Italia ‘90’, Estados Unidos ’94 y Sudáfrica 2010 (éste último con DM como entrenador). No hay llanto, no hay falsa conmoción. Hay experiencia como quien mira un cuadro en perspectiva. “Mi relación con él estuvo atravesada por la distancia”.

 

-¿Por qué la distancia?

-Porque la pusimos los dos. Yo para poder juzgar su juego. Para mí era uno más, aunque no fuera uno más. A veces a él no le gustaba lo que yo decía.

-¿Se enojaba?

-Estuvimos dos años sin hablarnos. Ya en mi libro yo invitaba a Diego a una visita al psicólogo. Imaginaba que él llegaba y le decía: “No sé cuándo juego mal, porque me aplauden siempre”. Él arrastraba el prestigio. Y no siempre podía estar en el mismo nivel. Aunque es cierto que mínimas veces pudo haber jugado mal. Era milagroso.

-¿Por qué esos dos años sin hablarse?

-Tuvimos altos y bajos. La relación se fue endureciendo. Pero destaco algo. En 1994, semanas antes del Mundial de Estados Unidos, formábamos parte del ciclo Orsai de medianoche y le dijo algo que no le gustó. Él comentó al aire que llegaba tan cansado que no podía ni alzar a sus hijas. Le respondí que estaba mal entrenado. “¿Sabe por qué está cansado? Porque no entrena”. Pero al otro día compartimos un avión a Chile y me dice “quiero tomar un café con usted”. Fuimos a un bar, charlamos, me dio la razón y llamó a una cámara para decir “Macaya tiene razón”. Eso habla bien de él. Del respeto que tenía por la opinión del otro. Reconocía sus errores, tenía hidalguía para eso. No vas a encontrar quien te diga que ha sufrido una traición de Maradona.

 

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-¿Qué le provoca ese Diego fresco inicial, ese que estaba por armarse?

-Yo estaba encantado. Él tenía el encanto del que está creciendo. Me gustaba esa identidad del que venía con todo en contra, preocupado por qué iba a comer y se abría camino. Pero nunca me interesó forjar una relación desde el admirador consecuente.

-¿Lloró alguna vez por/con Maradona?

-Nunca. Ni con Maradona ni con ningún futbolista. Lo que no significa un mérito. Soy un tipo que vive lo sentimental a distancia porque me refugio en el análisis.

-¿Ni el Mundial 86’ vivido desde México lo descolocó?

-Intento la imparcialidad, pero claro que fue algo maravilloso. La Selección alzó la copa y venían a felicitarme los colegas de Sudamérica. “¡Pero yo no jugué!”, les explicaba. Ahora con los años entiendo que fui un pedacito mínimo de ese fútbol campeón, desde mi lugar, analizándolo. Porque quien critica contribuye a que algo sea mejor.

 

El 20 de noviembre Enrique cumplió 86. Será justicia que su nombre entre al Guinness como el hombre que más Mundiales cubrió. Tiene casi la misma edad que el fútbol profesional argentino (el amateurismo se abandonó en 1931). Desde Suecia 1958, viajó consecutivamente a cada edición, hasta Rusia 2018. No piensa en Qatar 2022: el coronavirus lo obligó al aislamiento y al fin de los viajes. Desde marzo suelta sus comentarios en canal 9 y DirecTV vía Skype y Zoom.

Imposible no hilar esta tecnología con la de aquel debut mundialista del desastre de Suecia que cubrió para la radio. Cuenta la leyenda que salió en un DC7 de Panair de Brasil, junto a Ortega Moreno. Creyeron que aterrizarían en Hamburgo, pero llegaron a Frankfurt. Un ferry a Dinamarca, otro al sur de Suecia. Enrique no hablaba inglés, pero llevaba en su libretita las frases de emergencia.

"Transmitíamos directo, sin retorno de Buenos Aires, sin pausas comerciales. La ilusión duró poco. Seis goles nos hizo Checoslovaquia. Me volví loco y volví a fumar después de tres años de haber dejado. Fue una buena lección para nuestro orgullo. Creer que éramos superiores, pero no teníamos roce internacional ni conocimiento de rivales extranjeros. Éramos el granero del mundo, pero cuando tuvimos que dar examen, nos bocharon”.

Canillita a los 8, cadete de Radio El Mundo a los 15, el Macaya del barbijo hoy gambetea al retiro, no puede amigarse con la idea. En el cuerpo de un hombre que trabaja desde hace 78 años, la quietud es algo inexplorado, amenazante.

La voz en flashback de Fútbol de Primera contempla azorado lo que nunca imaginó. Su encierro en un país cuyo aire está enviciado de coronavirus. Las canchas se abren pero el fútbol no tiene público. El público está todo en la calle ahora, colgado de los puentes, dejando florcitas en la intersección de Segurola y Habana.

 

-Nunca dijo que Maradona era el mejor. Usted que los vio a todos, ¿no piensa que es hora de dar el brazo a torcer?

-Siempre fue absurdo plantearlo. Para mí los cuatro son Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona. No hay forma de probar la superioridad de uno sobre otro. Y la estadística no sirve porque también puede utilizarse para mentir.

-Pero tiene que jugarse por un apellido…

-Tal vez me traiciona la emoción en elegir a Di Stéfano, porque yo era un pibe y entraba a la casa de él. Era su vecino. Él era un trabajador que sudaba sangre, clase media alta, no tenía que trabajar, se cuidaba para jugar, tenía un índice atlético de los mejores. Diego en cambio era un creador inesperado. Absurdo comparar. Eso sí, el mejor fue el de Nápoli, enchufado al máximo. Pagaba los aviones de su bolsillo para no perderse un partido con la Selección argentina. No concebía no vestir esa camiseta.

-¿Qué va a extrañar más de Maradona?

-Todavía no lo sé, estoy obligado a mirar hacia atrás para hacer ese ejercicio. Maradona es un misterio: veo llorar a los que nunca lo vieron jugar. Es el ser argentino mismo: amaga a la derecha, pero se va por la izquierda. Nunca supe si él fue la debilidad más fuerte o la fortaleza más débil.

Fuente: Clarín

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