De vez en cuando, los dioses del fútbol bajan del Olimpo y se van a compartir con los hinchas, cuando esto sucede grandes cosas pasan en un encuentro de fútbol.
Estadio Olímpico de Múnich, final de la Eurocopa 1988, la tribuna hervía al compás de un gran partido de fútbol entre dos equipos muy diferentes entre sí: Holanda (*) versus la extinta Unión Soviética. Minuto 54 de juego, un centro desde la izquierda de Mühren, bastante pasado y complicado, le llegaba a Marco Van Basten, quien sin ángulo apenas, sin pensar que estaba ante 73 mil espectadores en el estadio, sin temer enviarla a las nubes, se acomodó con derecha y sacó una volea imparable para el gran guardameta ruso Rinat Dasáyev y se inmortalizó de paso con el mejor gol de la historia de la Eurocopa. Es probable que hasta en la URSS hayan aplaudido ese misil hecho gol, porque el arte se aprecia por igual en todo el mundo.
Atrás quedaba aquel niño que había crecido en Utrecht compitiendo con sus amigos a ver quien podía enviar la pelota más lejos. También quedaban atrás meses de sufrimiento debido a su maldito tobillo; una Euro, en la cual no debía haber participado debido a sus lesiones, habría de quedar para la historia como la Euro del gol imposible de Van Basten.
Rememora el histórico goleador "oranje" que "esa era una pelota perdida, pero cuando el centro llegó pensé: por Dios, tengo que meterla, estoy demasiado cansado para hacer otra cosa. Y entró, desde un ángulo imposible. Ni yo mismo me lo creía. Mis propios compañeros me decían '¿Qué ha pasado? ¿Cómo has hecho?'. Pero yo no tenía ni idea. Se necesita mucha suerte con un disparo como ese. Es una de esas cosas que a veces simplemente ocurren. Intentas hacerlo, pero necesitas mucha suerte"
Van Basten comenzó aquella Eurocopa como suplente. En su primera campaña en el Milan apenas había jugado once partidos de Liga con tres goles. Llegó con un tobillo maltrecho y se fracturó la clavícula en octubre. Reapareció en abril siguiente. A partir de entonces no jugó ningún partido completo, aunque marcó un gol importante para conquistar el scudetto ante el Nápoles en San Paolo. Rinus Michels confió en él y le convocó para la Eurocopa.
Comenzó de suplente. Sus palabras, un verdadero ejemplo. "Michels eligió a Bosman, que ya había jugado unos cuantos partidos y lo había hecho bien. No había razón para cambiar. Nunca hay que cambiar las cosas cuando se gana y Holanda estaba ganando. Para mí no fue un gran problema quedarme fuera. No estaba en buena forma. No tenía razones para pensar que yo debería estar en el once inicial. Yo estaba ahí mirando, aprendiendo y esperando mi oportunidad".
Ésta llegó inmediatamente. Fue tras la derrota en el primer partido contra la URSS. Salió como titular en el segundo juego contra Inglaterra. "Cuando vi mi nombre en la pizarra entre los titulares para enfrentar a Inglaterra me di cuenta de que iba en serio, ahí empezó la Eurocopa para mí". En el Rheinstadion de Dusseldorf, marcó ese día tres goles. El puesto ya fue suyo hasta la final. En la semifinal contra Alemania, con 1-0 en contra, volvió a aparecer. Le hicieron el penalti que Koeman transformó en el empate y anotó el segundo tanto, el que valía la final que lo elevó a la gloria. Con esos cinco goles se proclamó máximo goleador de la competición. Tenía entonces 23 años y un futuro esplendoroso por delante que solo las lesiones truncaron. No obstante, antes de su retiro a los 28 años, ganó en tres ocasiones el Balón de Oro (1988, 1989 y 1992) y con su incomparable Milan obtuvo dos Copas de Europa consecutivas (1988 y 89). Bendecido por los dioses pero con su propio talón de Aquiles.
(*) la nomenclatura actual correcta es Países Bajos.
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