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Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. La sabiduría popular no suele equivocarse y sirve, en casi todos los casos, para entender a la perfección la realidad.

Muchos futbolistas, en su afán por mejorar deportiva o económicamente, han sacrificado una felicidad que ansían años después. Porque no siempre cambiar de equipo es un acierto y lo saben bien jugadores como Robinho, Neymar, Arda Thuram, Martín Vázquez o Griezmann. Alguno de ellos se arrepiente abiertamente del paso dado en su día, mientras que otros lo somatizan en privado a la espera del momento en el que puedan dar marcha atrás para recuperar sus vidas anteriores.

Las declaraciones de Griezmann, tras marcar un gol con Francia, suenan a nostalgia. «Deschamps sabe dónde ponerme», señaló ayer el galo como un dardo envenenado hacia Ronald Koeman y sus dos años pasados en el Barcelona. Desde que aterrizó allí, tras pagar su cláusula de salida al Atlético de Madrid, el delantero no ha encontrado su sitio. Ha pasado de ser la alternativa a Ronaldo y Messi en el Balón de Oro a ocupar un lugar en el banquillo azulgrana. Aunque nunca lo ha dicho en público, nadie duda de que Griezmann daría marcha atrás a su marcha del Wanda. Camino de ida y vuelta que otros muchos desearon en el pasado.

Echando la vista atrás, resuena el caso de Martín Vázquez, miembro de la «Quinta del Buitre», que a principios de la década de los 90 optó por convertirse en el jugador mejor pagado del Calcio antes de renovar por el Real Madrid. Su marcha fue un éxito en lo económico, pero nunca le reportó la felicidad que había experimentado en el conjunto blanco, al que volvió años después, por la puerta de atrás, y ya sin los galones que le habían llevado a ser uno de los mejores del equipo.

Más recientes son los casos de Robinho o Arda Turan. El primero dejó el Real Madrid por una cuestión económica. Después de años de adaptación, cuando parecía que por fin había alcanzado su lugar como madridista, se descolgó pidiendo el traspaso al Chelsea, que le ofrecía un contrato mucho más jugoso del que tenía en Madrid. Los blancos acabaron traspasándole al City por 43 millones de euros, en un intercambio que supuso el principio del fin para el jugador brasileño, cuyo rendimiento desde entonces cayó e picado.

 

En cuanto al delantero turco, muchos aún se acuerdan de sus declaraciones al ser presentado como jugador azulgrana. «Vengo al Barcelona para ganar títulos». Su deseo de levantar la Champions no se cumplió. Tampoco el de triunfar en el Camp Nou. De hecho, tras haber sido uno de los mejores de la Liga en su etapa como rojiblanco, Turan pasó al último lugar del banquillo del Barça. Su etapa como azulgrana fue infructuosa. Casi tres temporadas en las que apenas jugó 36 partidos y marcó cinco goles. Su deseo de ganar títulos se tradujo en una Liga, dos Copas del Rey y una Supercopa de España. Uno más que en su etapa con el Atlético, aunque en los éxitos azulgranas, sin tener ningún protagonismo.

Neymar es otro de los que ha declarado recientemente su arrepentimiento. Dejó el Barcelona buscando mayor protagonismo en el PSG, de donde trató de salir el verano pasado sin éxito. El brasileño pidió el Barça su regreso y trató de encontrar una salida hacia otros grandes clubes de Europa, pero las exigencias del PSG y su alta ficha frenaron su regreso al conjunto azulgrana, donde Messi le esperaba con los brazos abiertos. La situación de Morata también llama la atención, pues tras una explosión como madridista en 2016 fue traspasado al Chelsea a cambio de 80 millones. Desde entonces, el delantero internacional no ha terminado de encontrar su lugar. Dos años irregulares en la Premier antes de volver a España para jugar en el Atlético, de donde ha salido recientemente para volver a la Juventus.

La lista es interminable (Thuram, Jovic, Coutinho, Hleb, Cesc...) y el problema continuará pasando mientras la ambición y el interés económico prime por encima de la felicidad deportiva.

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