Ángel Fabián Di María, quien actualmente milita en Portugal con el Benfica, es internacional con la selección Argentina desde 2008.
Sus goles en finales con la Albiceleste han sido muy importantes, además de su notable carrera a nivel de clubes europeos.
Ángel cumplirá el próximo mes de febrero 36 años de edad.
En la siguiente nota se hace un relato de la historia de vida de Di María:
Los Di María no tenían auto. Y Ángel había sido citado para jugar en Central. Don Miguel no sabía cómo hacer para llevarlo al nene. Ellos vivían lejos, en una angosta calle del noroeste de Rosario. La calle Perdriel. El barrio en los papeles se llama Unión. Pero los vecinos lo bautizaron La Esperanza o el Churrasco, vaya a saber uno porqué. Estaban a 9 kilómetros del lugar donde entrenaba Central.
No les alcanzaba para el colectivo. Y a pata no se podía ir. Así que Doña Diana agarró la bicicleta del fondo de casa. “Yo me ocupo”, dijo. Y ofreció una mirada cómplice.
Era fácil de adivinar que estaba diciendo: “subí que te llevó”. Durante años, la mamá del Fideo pedaleó kilómetros, todos los santos días, para llevarlo a entrenar. En el medio atravesaban fríos y calores, soles y lunas, vientos y lluvias y todos los peligros que usted pueda imaginar. Había que trepar subidas, y rezar en las bajadas, porque los frenos uno nunca sabe. La bicicleta se llamaba Graciela, esa era la marca del fabricante. Sin embargo, para los Di María, Graciela ya era una integrante más de la familia. En algún tiempo fue amarilla, pero con el devenir de los años, empezó a oxidarse y ya nadie se preocupó por su apariencia. La veían linda igual.
Como contó el mismo Ángel en una maravillosa carta en el medio The Players Tribune, Graciela se bancaba todo. Un día Don Miguel serruchó los laterales del canasto que la bici tenía delante. El de los mandados. Para que también pudiera viajar la hermanita del Fideo. Por allí la nena pasaba sus piernas. Ella re chocha, iba sentada, en primera fila. Había que verla a Doña Diana recorriendo todo Rosario con una nenita adelante, con un pibe atrás, un bolso de ropa y botines y algo más. Cuando Fideo ya tenía 15 años, un día Graciela desapareció. La dejaron apoyada contra un poste. Sin candado. Total quien se la va a afanar. Pero algún vivo se la robó. Y nunca más supieron de ella. Entonces después vino Kirdy, una motito intrépida, que atravesaba caminos bravos como las motos del Rally Dakar. Y más adelante, por fin, se pudieron comprar un rastrojero.
A pesar de haber ganado la Copa del Mundo, Ángel nunca olvidó a Graciela, ni a Kirdy, ni a la camioneta de su padre. Por eso, apenas llegó a Rosario, en junio pasado, le encomendó una misión a un artista de la ciudad. Por favor, Ezequiel, quiero hacerme este tatuaje. Ahí estaban ellas tres, Graciela, Kirdy y la chata. Viejas guardianas de sueños eternos. Sin ellas Ángel no hubiera podido jamás desplegar sus alas. Por eso la piel es un tapiz de símbolos, registro sagrado de momentos felices y de amor eterno.
Ahí está Di María. El héroe postergado. Le llegó de grande la gloria. Cómo un ángel que no encuentra las puertas del cielo. Si existiera la posibilidad de cambiar el libro de quejas por un libro de disculpas, no alcanzarían las páginas para pedirle perdón. Di María, tantas veces maltratado por llegar lesionado en las finales, fue el Ángel que eligió Diego para cuidar a Messi. Maradona lo convocó para su ciclo en el Mundial 2010. Y desde entonces, viene su historia con la Mayor.
Nacido en tierra santa, debió lidiar con técnicos que no querían dejarlo jugar por su huesuda apariencia. Pinta de equilibrista, parece que se cae, parece que no le da la fuerza, pero siempre hace pie. Porque tiene un corazón de hierro. Y si le das medio metro, saca el puñal de su botín izquierdo. Un día, tiró un centro de rabona en un partido con la Sub 20 en Japón. Y Ever Banega, que estaba ahí atrás, le dijo, ey buena, Fideinho.
A partir de ahí, nació el apodo del Fideo. Rosario Central, Benfica, Real Madrid, Manchester United, Juventus, PSG. En la final, Scaloni lo ubicó sobre la izquierda. Y Di María recuperó su vuelo para ser recordado como el flaco de los goles importantes. El gol en Beijing, el gol en el Maracaná, el gol en Wembley, el llanto en Qatar. Es el mejor de los mortales. Arriba suyo, solo están los dioses del fútbol. Según dijo, se retira de la Selección después de la Copa América. Ya cumplió su misión. En su nombre estaba su destino.
Fuente: Adrián Michelena - Este texto forma parte del libro "Relatos de Selección", hecho junto al fotógrafo Andrés Lino.