A sus 36 años de edad y con un registro formidable, el uruguayo Edinson Cavani llegó al popular Boca Juniors de Argentina y le dieron la mítica camisa número diez.
Una brillante carrera, prestigio y dinero, pero hay algo que le falta .
"El fútbol me permitió tener una buena vida pero hay una cosa que no me deja: estar donde más me gusta, que es en el campo", confesó al diario Página 12 argentino.
Enorme carrera
Cavani, el uruguayo al que el mundo pudo ver brillar durante extensas temporadas en el primer nivel europeo, arribó a Boca con mucha ilusión.
La valija del artillero oriental llegaba sobrecargada: Danubio, Palermo, Napoli, Paris Saint-Germain, Manchester United, Valencia. Toda una revolución. En todos esos clubes, entre 2006, cuando debutó en la máxima división de su país, y 2023, el año en el que emprendió el esperado regreso al continente sudamericano, convirtió nada menos que 380 goles en 675 partidos disputados. Sumados con los 58 que marcó en 136 compromisos con la Selección de Uruguay, con la que ganó la Copa América de 2011 y a la que representó en cuatro Copas del Mundo, el acumulado es asombroso: 438 festejos en 811 apariciones oficiales. Un bombazo con pocos precedentes para el mercado de pases de la Argentina.
Cavani estuvo en la cumbre. Con 36 años, recorrió el planeta con sus goles y descolló en las primeras ligas de Europa. Fue pieza clave de una generación de futbolistas uruguayos que llevaron a su Selección a jugar el partido por el tercer puesto en el Mundial de Sudáfrica. Para dimensionar su figura alcanza solo un dato: es el séptimo máximo goleador en actividad; solo lo superan el portugués Cristiano Ronaldo, el argentino Lionel Messi, el polaco Robert Lewandowski, su compatriota Luis Suárez, el maldivo Ali Ashfaq y el francés Karim Benzema. Nacido el 14 de febrero de 1987, sin embargo, el Matador jamás extirpó sus orígenes. Salto, en el Uruguay profundo, a 498 kilómetros de Montevideo y en la actualidad con 124 mil habitantes, lo vio llegar al mundo y patear una pelota por primera vez. Fue en Nacional de Salto, una institución cuyo estadio de baby fútbol hoy lleva su nombre, donde tuvo sus primeros contactos con su alma de futbolista, en plena infancia feliz. En simultáneo, le gustaba pescar con su padre Luis y cortar el pasto en el campo.
La vida en el campo
“Mi estilo de vida es muy simple. El fútbol me permitió tener una buena vida pero hay una cosa que no me deja: estar donde más me gusta, que es en el campo. ¿Por qué me gusta tanto la naturaleza? No tengo la respuesta pero tiene algo que me atrapa: me aleja de la rutina, que suele ser dinámica y abrumadora. Me gusta caminar, tomar mate mientras miro el verde y el agua. Soy de la vieja escuela: no encajo mucho con las actitudes del fútbol moderno”, contó alguna vez el hombre que nunca deja de sonreír. El despegue.
Cuando tenía 14 años, en 2001, encaró su primer viaje a Montevideo para intentar dar el gran paso. Se probó en Liverpool, donde colmó la expectativa, pero tuvo una actitud fiel a su manera de ser: después de un mes decidió volver a Salto. Le faltaban su familia, sus costumbres y sus cosas: no estaba preparado para afrontar esa nueva vida. Pero el destino es el destino. Por eso volvió a hacer un intento en 2003 en Danubio, donde jugaba su hermano y actual representante Walter Fernando Guglielmone, quien tuvo varias reuniones en persona con Riquelme durante los pasos previos a su desembarco en Boca. Esta vez se quedó para jugar en la Cuarta División y, al poco tiempo, en 2006, llegó al primer equipo.
Con la camiseta de Danubio marcó 12 goles en 30 partidos, y en pleno receso, en enero del año siguiente, protagonizó la verdadera explosión: sobresalió con siete goles en el Sudamericano Sub-20 con la Selección de Uruguay, fue la figura para la clasificación al Mundial de Canadá y abrió los ojos de los clubes europeos. Con 20 años recién cumplidos, aterrizó en Sicilia para jugar en Palermo.
Lo que vino años después es historia. Fue ídolo de Napoli, donde Dios lleva el nombre de Diego Armando Maradona. Emergió como la quinta transferencia más cara del fútbol mundial cuando llegó al PSG, que en 2013 pagó 64 millones de euros por su pase, y fue el máximo goleador de la historia del club francés con 200 tantos hasta que irrumpiera Kylian Mbappé.Las luces, no obstante, no lo obnubilan. Boca es la excusa perfecta para confluir dos objetivos: mantenerse en el más alto nivel deportivo en busca de grandes títulos y quedar a un paso de volver a casa: “Son muchos años y muchos kilómetros en mi vida. Volver siempre trae muchas cosas a la cabeza, pero estoy feliz. Hice el proceso hace un tiempo: no fue por cuestiones deportivas o físicas, sino por el aspecto sentimental. Algún día tenía que acercarme a casa”.