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Lionel Messi llegó al fútbol de los Estados Unidos e inmediatamente empezó a marcar diferencia. 

El argentino se convirtió en la gran figura del Inter Miami y el conjunto rosa logró ganar el título de la Leagues Cup. 

El Diario La Nación de Argentina presentó un amplio artículo sobre el impacto de Messi en el balompié de USA e hizo una comparaciones con respecto a otras figuras que a lo largo de la historia han llegado a la MLS. 

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Aquí la nota

Diez goles en ocho partidos. El primer título de campeón en la historia de Inter Miami, y la posibilidad de sumar otro dentro de un mes. Celebridades del deporte y el espectáculo en cada encuentro como local. Decenas de miles de suscripciones nuevas a Apple TV+, el único servicio de streaming que transmite la Major League Soccer (MLS). Millones de interacciones tras cada uno de sus goles, declaraciones, festejos y reacciones en clips subidos a las redes sociales, por cuentas oficiales y no oficiales. Cientos de nuevos pedidos de acreditaciones de prensa para sus partidos. Precios de entradas estratosféricos para ser testigo.

Se puede medir el desembarco de Lionel Messi en el fútbol de Estados Unidos desde casi cualquier métrica, noción o estándar, y en todas va a arrojar un resultado positivo gigantesco, aun a sus 36 años, aun al tener en cuenta la extraordinaria expectativa que se tenía ante la presencia de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos y capitán de la selección campeona del mundo. Y todo esto, sin que siquiera haya jugado un minuto en la liga todavía; sus partidos fueron exclusivamente por Leagues Cup, un torneo que cortó la temporada de la MLS, y la US Open Cup, la copa nacional.

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Aunque se trata de la mayor estrella que pisó una cancha de fútbol estadounidense al menos desde que Johan Cruyff arribó a Los Angeles Aztecs en 1979, Messi está muy lejos de ser la primera figura consagrada del deporte mundial en probar suerte en Norteamérica. Pero su impacto tan inmediato y avasallante, particularmente en la cancha, dispara la pregunta de si en el pasado reciente existió algún caso que se le acerque.

La polémica en torno a los títulos de Lionel Messi: ¿tiene 44 o 43?

La llegada de David Beckham a Los Angeles Galaxy en 2007 pasó a la historia como un éxito rotundo. El traspaso que cambió para siempre a la MLS, incluso en términos literales, con la regla de los Jugadores Designados (DP). Fue la irrupción que levantó significativamente el perfil del fútbol estadounidense: una celebridad que se rodeaba de estrellas del cine y la televisión, que aparecía en talk shows nocturnos y que se convirtió en la cara de decenas de patrocinadores. El impacto fue tal que se suele olvidar que en los primeros años de su travesía el inglés fue fuertemente resistido por los hinchas angelinos, a tal punto que salió dos veces en préstamo a Milan, de regreso a Europa. No fue hasta que el entrenador Bruce Arena le dio un ultimátum en 2010 que el ex mediocampista de Manchester United y Real Madrid alcanzó por fin alcanzó su máximo potencial en Estados Unidos, y así lideró a Galaxy hacia dos Supporters’ Shield (por ser el equipo que más puntos sacó en la etapa regular) y dos coronas de MLS, en 2011 y 2012.

Su principal socio en ambas conquistas fue el irlandés Robbie Keane, delantero que destacó en la Premier League jugando por Leeds United y Tottenham Hotspur, pero de una trascendencia sumamente reducida respecto a la de Beckham. Al contrario del inglés, Keane llegó como prácticamente un desconocido a Los Ángeles, al punto de que uno de los periodistas en la conferencia de presentación le preguntó por su “hermano” Roy, ex volante de Red Devils, con quien Robbie no tenía relación. Más allá de aquella confusión, terminó ligado por cinco años con Galaxy y se convirtió en uno de los mejores futbolistas de la historia de la franquicia. Cuando la dejó era el segundo goleador de todos los tiempos, con 104 tantos, 37 detrás de Landon Donovan.

Messi hace historia en EEUU: Inter Miami se consagró campeón por primera vez

Un año antes había llegado un astro del fútbol mundial, Thierry Henry, ídolo de Arsenal que seis meses antes de firmar con New York Red Bulls había conquistado el triplete en uno de los equipos más brillantes de la historia, el Barcelona de Pep Guardiola. Su impacto en la franquicia neoyorquina fue positivo, con 52 goles en 136 partidos durante cinco temporadas, en las que formó parte de un equipo muy fuerte junto a Rafa Márquez, Tim Cahill, Juninho Pernambucano y Bradley Wright-Phillips. Sin embargo, al momento de su retiro, en 2014, apenas había conseguido un Supporters’ Shield, en 2013, y anotado un solo gol en partidos de playoffs.

Con la llegada de las franquicias de expansión Orlando City y New York City FC, en 2015, arribó también una nueva oleada de figuras generacionales que estaba en el ocaso de sus carreras, y en su gran mayoría el impacto deportivo y cultural fue muy reducido. Kaká estuvo aquejado por lesiones en su paso por Orlando; Frank Lampard y Andrea Pirlo se retiraron en medio de indiferencia en Nueva York; Steven Gerrard corrió la misma suerte en Los Angeles Galaxy y el gran volante alemán Bastian Schweinsteiger pasó sus últimos días como futbolista desempeñándose como defensor en Chicago Fire. El único de este contingente que dejó una buena imagen al final de su trayectoria fue David Villa, que disfrutó de un fructífero paso por New York City y fue premiado como MVP (jugador más valioso) de la liga en 2016. Pero luego su figura quedó empañada por una denuncia de acoso sexual de una ex empleada del club, en 2020.

Aquellos casos reforzaron la idea de la MLS como destino preferido de las grandes estrellas para firmar un último contrato lucrativo antes del retiro, por lo cual en el último lustro un gran número de franquicias, en particular las nuevas, como Atlanta United, Austin, Nashville y Cincinnati, apostaran por reclutar más jóvenes y de más bajo perfil para desarrollarlos con el tiempo. Aun así, quedaría lugar para el que, hasta el arribo de Messi, fue el mayor caso de éxito del viejo modus operandi.

Por qué aseguran que Messi tiene 43 títulos y no 44?

A pesar de transitar la recuperación de una rotura de ligamentos, Zlatan Ibrahimovic causó un enorme revuelo en la liga cuando anunció en 2018 su incorporación a Galaxy con una publicidad a página entera en el diario Los Ángeles Times, en la que envió el mensaje a tono con su escasa modestia: “Querida Los Ángeles, de nada”. Su debut estuvo a la altura de aquel ambicioso agradecimiento previo. En pleno clásico contra Los Ángeles FC, y estando atrás en el marcador por 3-1, el sueco entró desde el banco, se presentó en sociedad con un golazo de volea desde tres cuartos de cancha para el 3-3 y cerró la remontada con un cabezazo para el 4-3 en tiempo adicional –y en fuera de juego, por cierto–.

Su presencia y su imagen lo llevaron a dar entrevistas en el prime time televisivo y reavivaron el interés en la franquicia angelina. Zlatan dejó en la organización californiana la asombrosa cifra de 53 goles en 58 encuentros. Pero el fenómeno no fue suficiente para fructificar en un trofeo para su equipo, y frustrado por el bajo nivel de sus compañeros y de la liga, Ibra regresó a Europa, donde al tiempo ganó una última Serie A, con la camiseta de Milan.

Aquellos casos reforzaron la idea de la MLS como destino preferido de las grandes estrellas para firmar un último contrato lucrativo antes del retiro, por lo cual en el último lustro un gran número de franquicias, en particular las nuevas, como Atlanta United, Austin, Nashville y Cincinnati, apostaran por reclutar más jóvenes y de más bajo perfil para desarrollarlos con el tiempo. Aun así, quedaría lugar para el que, hasta el arribo de Messi, fue el mayor caso de éxito del viejo modus operandi.

Messi, el hombre que calculaba

Columna escrita por el periodista José Edelstein 

Casi todo ha sido dicho sobre Lionel Messi, salvo que, como Beremiz Samir, un legendario personaje literario, quizás debería ser conocido a esta altura como "el hombre que calculaba".

Recibió la pelota apenas pasada la mitad de cancha, pegado a la línea de cal. Un defensor se agazapó delante suyo, pretendiendo intimidarlo, y durante uno o dos segundos Lionel arqueó su cuerpo abriendo un abanico de posibilidades, sin concretar ninguna de las previsibles. Amagó ir hacia el centro pero giró hacia la raya y aceleró a casi 32 kilómetros por hora en menos de tres segundos. Frenó en seco.

Parecía que había tomado una pésima decisión. Pero nadie sabe mejor que él que el desequilibrio en el fútbol lo provoca el rey de ese interminable baile de apariencias y máscaras: el amague. Otros dos defensores le cerraron el paso y en esa posición, con la pelota en su perfil derecho y tres rivales atentos a no dejarlo girarse, absolutamente nadie en el estadio -tampoco entre los millones de televidentes- podía imaginar que faltaban cuatro segundos para que Messi abriera el marcador.

Estaba a más de 40 metros del arco, tres defensores altos y corpulentos le cerraban el paso y, al frenarse, incluso había perdido la ventaja de su eléctrica velocidad con la pelota al pie. Lo razonable, seguramente pensó, era buscar a un compañero. Pero la imponente máquina de calcular de Lionel Messi -capaz de sopesar todas las posibilidades, saber dónde están propios y extraños, medir variables como la altura del pasto, la velocidad del viento, la presión del aire en el interior de la pelota y las condiciones atmosféricas, repasar la hemeroteca de la historia del fútbol y explorar todos los movimientos posibles en ese tablero verde sin escaques- no está en el interior de su cráneo sino repartida en todo su cuerpo. Sólo así puede explicarse lo que sucedió a continuación.

Con un suave toque de su pierna derecha se sacó de encima al primer defensor y con dos toques sucesivos de su pierna izquierda, cortos e inexplicables, logró puntear la pelota entre la otra pareja de defensores que había acudido a cerrarle el paso. La maniobra completa le llevó doce décimas de segundo. Los tres rivales quedaron desairados, atrás de la línea de la pelota, que nunca se le alejó a más de 60 centímetros, y en ese breve lapso, inopinadamente, la supuesta pésima decisión se convirtió en una jugada de peligro inminente.

DatoHavoline Lionel Messi se convirtió en el futbolista con más títulos de  la historia | StudioFutbol

Ya nadie pudo impedir que entrara al área, con el perfil cambiado. No había habitante en este planeta que no supiera a esa altura lo que iba a suceder: Messi buscaría cambiar el perfil para poder dejar la pelota a expensas de su pierna izquierda. Por supuesto que también lo sabía Aymeric Laporte, el actual defensor del Manchester City, quien le ofrecía con fingida generosidad, hija del temor, llegar a la línea de fondo, colocándose en una posición que parecía negarle toda posibilidad de hacer lo que todos sabíamos que haría. Y lo hizo, no sin antes fingir que aceptaba la invitación del defensor.

Un quiebre de cintura, seguido de un ligero toque con el exterior de su botín izquierdo, le dio -en un suspiro- una luz de un metro y medio para poder patear al arco. Y no demoró más el trámite: Messi apuntó al primer palo y le pegó con fuerza. Estaba a trece metros del arco. La pelota salió de su botín a casi 80 kilómetros por hora. El arquero intuyó la dirección de la pelota y pudo anticiparse. Se tiró antes de tiempo obligando a que la precisión del tiro fuera de menos de un grado. Ése era el ángulo que formaban la punta de los dedos del arquero y el poste, unidos por segmentos imaginarios a los bordes de la pelota. Meterla por ese resquicio era como acertarle a una naranja que está a cinco cuadras.

Para que la pelota -de 23 centímetros de diámetro- se colara entre el arquero y el poste, Messi tenía un margen de error de un milímetro y medio en el punto de impacto. ¡Un milímetro y medio! Algo así como el diámetro del orificio en el que insertamos el inflador. Por supuesto que fue gol y el Barcelona acabaría goleando al Athletic de Bilbao en esa final de la Copa del Rey del 30 de mayo de 2015. Pero el tema de estas líneas no es la enésima exhibición de Lionel Messi sino algo bastante más inquietante para un científico: ¿cómo es posible alcanzar semejante precisión?

Si quisiéramos insertar el inflador nos llevaría unos segundos acertar, y eso con la pelota sujeta bajo el brazo y no muy lejos de nuestros ojos. Messi realizó una compleja maniobra a lo largo de más de 50 metros, acelerando y frenando, con amagues y requiebres, sin que la pelota se alejara jamás de sus pies más de un metro, con varios defensores saliéndole al paso y otros tantos compañeros -integraban el ataque, recordemos, Neymar y Luis Suárez- pidiéndole a gritos el pase y, tras la última gambeta a un desconcertado Laporte, con la urgencia de otros dos defensores que intentaban cerrarle aún más el ángulo de tiro, sin agacharse a medir la circunferencia del balón en movimiento, fue capaz de patear con una precisión quirúrgica, sólo alcanzable en el ambiente controlado de un laboratorio y con apoyo tecnológico.

Cuenta Borges, entre sus muchos duelos de cuchilleros, aquél en el que Maneco Uriarte mató a Duncan: "Las armas, no los hombres, lucharon. (Los cuchillos) Habían dormido, uno al lado del otro, en una vitrina, hasta que unas manos los despertaron. Tal vez estaban agitados cuando despertaron; por eso tembló el puño de Uriarte, por eso tembló el puño de Duncan. Ambos sabían cómo pelear, no sus instrumentos, los hombres". Los cuchillos tienen la sabiduría de la pelea. La decisión de los cuchilleros, sus instrumentos, llega mucho más tarde.

Así, de ese mismo modo, es el cuerpo de Messi la portentosa calculadora capaz de toda la operatoria matemática y sensorial que ejecuta el prodigio, mucho antes de que pueda convertirse en un proceso racional. En sus piernas y brazos acontecen el álgebra y la exploración geométrica. En sus cinco sentidos se suceden, a trompicones, el torrente algorítmico y la forma más elaborada del conocimiento, esa adelantada de toda exploración a la que llamamos intuición. Su cerebro, conjeturo, está en un estado inefable en el que reparte el potencial de su urdimbre neuronal a todos los rincones del cuerpo. En ese estado de trance, Lionel Messi -su cuerpo- se convierte en la más sofisticada máquina de cálculo.

Más tarde, quizás cuando levanta los brazos con los dos índices apuntando al cielo en las postrimerías de la celebración del gol, recién ahí es cuando la sabiduría del cuerpo decanta, deviene cognición y es comprendida por él mismo.

A los demás -compañeros, rivales, público- nos lleva bastante más tiempo.

Fuente: Diario La Nación de Argentina - Página 12 

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