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Marcelo Gallardo en su mundo River contado en libro y por el colombiano Juan Fernando Quintero

Esta semana, el periodista y escritor, Diego Borinsky anunció el ansiado último libro de la colección de la era del técnico Marcelo Gallardo en River Plate de Argentina. 

Se trata del final de una trilogía que cuenta los buenos y malos momentos del Muñeco en el Millonario. Esta última entrega se llama “Gallardo Eterno”.

“Ha sido una historia hermosísima”. El 13 de octubre de 2022, Marcelo Gallardo anunció lo que todos los integrantes del mundo River se resistían a escuchar alguna vez. Y lo hizo dejando una frase que viajó a tatuajes, camisetas y stickers, como tantas otras en este tiempo. Después de ocho años y medio puso fin al ciclo más importante en la historia del club, no sólo por los 14 trofeos, las cinco eliminaciones consecutivas a Boca y la final épica de Madrid, sino también por el legado que dejó, y que va más allá de los éxitos deportivos. Lo cuenta en la contratapa de Gallardo eterno su autor, Diego Borinsky. Es un viaje al detrás de escena del desenlace de una de las etapas más brillantes del fútbol argentino.

Y continúa, al final de esas 543 páginas editadas por Penguin Random House y disponibles en Ebook: “Gallardo eterno es el episodio final de una saga iniciada con Gallardo monumental y continuada con Gallardo recargado. Recorre los últimos cuatro años del ciclo (2019-2022) y traza un balance completo, con viajes permanentes hacia el pasado para descubrir vivencias inéditas del protagonista central de esta era única e irrepetible. Con capítulos sorpresivos, como en los libros anteriores, historias de hinchas a los que el Muñeco marcó de un modo impactante y conceptos que transformaron ruedas de prensa en verdaderas lecciones del fútbol y liderazgo, Gallardo eterno cierra el círculo de una trilogía que no puede faltar en la biblioteca de todo riverplatense que se precie”. La obra que cierra la serie saldrá a la venta el 1 de junio.

La obra tiene un epílogo de Juan Fernando Quintero, ídolo del club que se convirtió en uno de los símbolos de la etapa de Gallardo al mando del equipo millonario. Ese pasaje lleva como título “Pacto de por vida”.

Compartimos a continuación un fragmento:

“En 2017, estando yo en el Deportivo Independiente Medellín (DIM), enfrentamos dos veces a River por la fase de grupos de la Copa Libertadores. En la ida perdimos por 3-1. Fue esa noche en que cayó un diluvio, hubo que suspender el partido como una hora, secar la cancha, y luego lo terminamos. Metí el gol del descuento sobre la hora, de penal. Ese día, en el que estuvimos tanto tiempo dando vueltas entre los pasillos y el campo para ver si se reanudaba, cruzamos alguna mirada con Marcelo. En la revancha, que ganamos por 2-1 en el Monumental, en el primer tiempo se fue una pelota al lateral, cerca de donde estaba Marcelo. Me miró, lo miré, y ahí mismo me acerqué a saludarlo. Le dije que lo admiraba mucho y le di la mano. Fue algo genuino que me salió en el momento.

El 13 de enero de 2018 me entró un mensaje en mi whatsapp.

–Hola, Juanfer, soy Marcelo Gallardo, ¿tenés un minuto para hablar?, decía.

Me llamó. Recuerdo muy bien ese diálogo. Me preguntó si estaba preparado para jugar en River. Hoy, que ya tuve la oportunidad de hacerlo durante más de tres años, me queda clarísimo qué me quería decir, cuál era el trasfondo de su mensaje. En ese momento ni siquiera sabía qué significaba el mundo River.

“Profe, he pasado por muchas cosas y situaciones en el fútbol y en mi vida, y este es el momento de ir a un club grande, una oportunidad que me está dando la vida. Gracias por interesarse en mí. Puede contar conmigo a pleno, haré lo posible para estar a la altura de un club como River”, fue mi respuesta.

[…] Lo que pasó en la semifinal en Porto Alegre fue increíble. Íbamos perdiendo por 2-0 en el global al terminar el primer tiempo y ahí pude ver realmente al líder. Para mí, en ese momento se marcó un antes y un después en la Copa. Al menos eso siento yo. Después hubo que jugar y que Rafa y el Pity metieran los goles, y terminar rechazando todo en el área, pero que baje tu líder al vestuario para darte su voz de aliento marcó la diferencia. Si no hubiera pasado eso, creo que la historia habría sido otra. Fueron sólo unas palabras sutiles, pero nos hizo creer que podíamos meterle dos goles al campeón de América en su casa y con su gente. Fue lo que dijo y cómo lo dijo.

“Ese liderazgo de Marcelo es extraño: cuando estabas bien, te hacía sentir que no habías logrado nada, y cuando estabas mal, sentías que te arropaba a vos y a todo el grupo. “¿Qué es lo que tiene este cabrón que te hace sentir así?”, me preguntaba. ¿El ganar tiene un precio? Sí. Implica sacrificio, cuidarse, prepararse en todos los aspectos, ser empático con tus compañeros, respetar al rival. Son muchas las cosas que el tipo tiene tan claras y por eso es tan exigente en el trabajo. Después, el ganar te lleva a que seas respetado y que te miren diferente. Eso aprendí de Marcelo. Me metí ese chip en mi vida.

[…] A la revancha en Madrid llegué con lo justo. Dos días después de la final suspendida en casa se me sobrecargó el gemelo izquierdo. Creo que fue por la frustración que vivimos de no poder jugarla, un tema psicológico fuerte. En Madrid no hice ningún trabajo táctico, el alta me la dieron el día anterior al partido. Y ese día nos quedamos pateando al final de la práctica con Marcelo y con Rodrigo Mora. Yo metí 3 o 4 goles muy parecidos al que terminaría haciendo.

-Quedate con ese pateo, quédate con eso -me dijo Marcelo. Fue así como lo cuento. Lo recuerdo y se me eriza la piel.

Yo creo mucho en la ley de atracción, creo mucho en las energías. Por supuesto también creo en mi trabajo y en mis condiciones. Pero en ese momento todo el mundo River tenía su energía concentrada y conectada. Y esto que ocurrió al final de la práctica fue muy especial.

En el gol recibí de Enzo y la toqué de primera para Julián, y apenas Julián la abrió a la derecha para Camilo yo, que venía corriendo, me frené para salirme de la marca, creo que era Jara, y eso me dio el espacio justo y la milésima de segundo necesaria para controlar el pase de Camilo y que me quedara para darle de zurda. Era controlar bien y patear. Por fortuna fue un hermoso gol. ¡Pasaron tantas cosas en ese momento por mi cabeza que lo mínimo era que nos miráramos con mis compañeros a la cara! Yo quería ver la reacción de mis compañeros, compartir ese instante con ellos, por eso me di vuelta y corrí de espaldas. Además, estaba frente a la tribuna rival, y mi mente y mi corazón estaban conectados con nuestro grupo. Vino el Pity y me dio una cachetada. Ni la sentí. Amo al cabrón del Pity.

[...] Su salida del club nos sorprendió. Al terminar el partido con Platense, salí del vestuario y vi que estaban Marcelo, su staff y el presidente en su oficina del Monumental, ahí mismo en el vestuario. «Algo está pasando acá», pensé, pero no le di importancia, ni se me ocurrió que podía tratarse de algo así. Al día siguiente al mediodía me entró un mensaje de Nicolás [De la Cruz]: «¿Viste lo que dijo tu papá?». Nicolás es mi amigo, y nos cargamos, pero eran muchos los compañeros que me decían que Marcelo era mi papá, jodían con eso. En realidad, yo creo que es un poco el papá de todos, no solo mío, aunque siempre sentí que nuestra relación era, y sigue siendo, muy especial.

[...] Jugar ese partido con Rosario Central fue muy difícil. Salimos todos muy emocionados del vestuario. El día anterior alguien del club me pidió si podía leerle a Marcelo una carta escrita por los socios. «¿Por qué yo?», le pregunté. «Porque sos el hijo», me respondió, sin vueltas. Y por supuesto que sí, era lo mínimo que podía hacer. No lo escribí yo, eh, sólo lo leí, fui el instrumento. No fue nada fácil. Ya había llorado durante el partido y también al terminarlo, cuando Marcelo fue saludando a uno por uno. Había descargado un poco de lágrimas, eso me ayudó durante la lectura. Sabía que no podía mirarlo a los ojos porque me iba a quebrar ahí mismo. Y él también. Pero hice fuerza y me contuve, tenía que leer con claridad para que toda la gente escuchara bien el mensaje. Por suerte lo pude hacer.

Con Marcelo siento que somos parecidos. Cumplimos años el mismo día, somos similares en personalidad, en nuestra manera de sentir. Soy frío, poco expresivo, pero también una persona muy sensible. Cuando leía la carta sentía que no le hablaba al entrenador sino a un amigo con el que había firmado un pacto de por vida. River es familia, representa eso, y me lo demostró a mí en estos años, y separarse de la familia cuesta, separarse del padre es muy difícil, porque es la cabeza de todo. En ese momento de lectura aguanté, pero lloré mucho ese día. Y ahora que recuerdo el momento, también me pongo mal y me dan ganas de llorar.

De todos los entrenadores que tuve aprendí cosas, pero este tipo es una persona diferente, especial, ha tocado alguna fibra más allá. Y no lo siento sólo yo, sino muchas otras personas. No es casualidad lo que ha ganado.

Como siempre mantuvimos el diálogo y sabía que a fin de año estaría en Colombia para visitar a su hijo Nahuel, lo invité unos días a mi casa en Medellín. Fueron tres días hermosos, geniales. Fue más como una terapia para nosotros. Tanto tiempo trabajando, siempre con obligaciones y partidos, que acá disfrutamos lo que éramos, lo que queríamos hacer: tomamos matecitos, charlamos mucho, comimos tortas fritas, disfrutamos de la vista al lago, habló bastante con mi hija y con mi esposa, también estuvo Rodrigo [Riep], que fue compañero y es amigo de Marcelo, jugamos pádel en pareja, y como era mi primera vez con el pádel no fue tan exigente como con el fútbol, ja, ja, escuchamos música, fuimos a alguna fiesta. Mis seres allegados le dieron las gracias. Y terminó ese año como tenía que terminar lo que sentí desde el primer día: con una buena amistad, compartiendo lo más simple, con los decibeles bajos, como personas normales. Yo me perdí la despedida con Betis, porque estaba en un compromiso con la selección de mi país, pero tuve mi despedida particular con Marcelo en Medellín tomando agua de color, como se ve en las fotos. Porque eso era agua de color”.

Fuente: Diario La Nación Argentina