Durante los ocho años del ciclo del técnico Carlos Salvador Bilardo al frente de la selección mayor de Argentina, Roberto Mariani formó parte de ese cuerpo técnico.
Juntos lograron el título mundial en México 86 y el segundo lugar en Italia 90.
Mariani brindó una entrevista al diario La Nación de Argentina que presentamos a continuación:
Los recuerdos materiales cabrían en una caja de zapatos. Se reducen a una camiseta y un conjunto de gimnasia incompleto. Roído el color original y con un diseño tan distinto a los actuales, en esa indumentaria se evidencia el paso del tiempo.
Pero hay un elemento más que Roberto Mariani, integrante del cuerpo técnico de la selección en los ocho años del ciclo de Carlos Salvador Bilardo, atesora con un valor especial. Pese a los 30 años transcurridos, el desgaste no hizo mella sino que, por el contrario, fulgura todavía más que antes: la medalla de subcampeón del mundo en Italia 90.
"Salir segundo también es un mérito. Es importante y tiene un valor importante. Por algo se llegó a la final, con todo lo que hubo que luchar. No cualquiera está en el último día de una Copa del Mundo", considera en una perspectiva de tres décadas. En la charla telefónica con LA NACION resaltará en más de una ocasión haber quedado solo detrás del campeón, lejos de los axiomas con filo de estigma que sentencian olvido para el segundo o lo colocan a la cabeza de la fila de los perdedores.
Había sido el primero en llegar al predio de la Roma, en Trigoria. Ya lo conocía por el plano que le había dado Carlos Bilardo, en el que el entrenador había dibujado desde las habitaciones destinadas a cada futbolista hasta los pasillos y la enfermería. Varios días antes del debut frente a Camerún y mientras la selección intentaba tomar forma en los amistosos en Israel y España, Mariani estaba en la capital italiana con Julio Onieva, cocinero de la delegación, para que todo estuviese listo.
Dino Viola, presidente desde 1979 del club propietario de las instalaciones, había facilitado el trabajo de esa reducida comitiva de dos hombres. Parte del acondicionamiento implicaba recibir los víveres provenientes de Argentina, incluida el agua mineral (para evitar los problemas que habían sufrido en México cuatro años antes) y la carne procedente de un frigorífico de González Catán que quedaría a disposición de los asadores, don Diego y Coco, el padre y el suegro de Maradona.
Los 22 mundialistas que en pocos días estarían otra vez en Italia eran los que eran. Dos desafectaciones habían provocado un cimbronazo, sobre todo entre los campeones del mundo. "Las salidas de Valdano y Brown causaron angustian y desazón. A Carlos le costó prescindir de dos jugadores como ellos, con todo lo que representaban. Pero nunca tuvo dudas en la conformación de la lista. Estaba seguro que los jóvenes tenían condiciones, aunque no sé si se los pudo adaptar rápidamente a la exigencia de un Mundial", recapitula.
Cada mañana se dedicaba a revisar la prensa italiana, rastreaba cualquier comentario que pudiese revestir interés. Encontraba recurrentes las declaraciones de Joao Havelange, presidente de la FIFA, sobre lo difícil y poco probable que resultaba que una selección y un entrenador pudiesen repetir el título del mundo. "Cada vez que decía esas cosas en cada nota que le hacían en Italia a mí me llamaba la atención, me causaban una sensación rara".
Mariani era el responsable de uno de los principales mandamientos de la doctrina bilardista, los videos para estudiar rivales y corregir movimientos propios. En el tránsito de un partido al siguiente de los siete que Argentina disputó entre el 8 de junio y el 8 de julio de 1990 en Milán, Nápoles, Turín, Florencia y Roma, el plantel estaba reunido frente a un televisor coronado por una videocasetera. Al momento del darle play a la cinta el control remoto falló. Se había quedado sin pilas. Antes las primeras risas de los jugadores, Mariani sacó de uno de sus bolsillos pilas nuevas, las cambió y la acción comenzó a reproducirse en la pantalla. "Siempre había que estar atento a todo, incluso a eso que podía parecer una pequeñez. Nada estaba librado al azar, no nos podía faltar nada. Si estábamos en el desierto, había que tener agua. Bilardo estaba en todo, no se le escapaba ningún detalle. Era un adelantado porque se anticipaba a todo. Cuando algo podía ocurrir, él tenía el instinto para detectarlo antes. Se planificó todo para repetir el título, aunque no se pudo".
Los contratiempos por lesiones estuvieron desde antes del primer partido y hasta el último. La circunstancia más crítica estalló desde la fractura de Nery Pumpido ante la Unión Soviética. Mariani recuerda que para reemplazarlo se barajaron dos nombres, los de Julio César Falcioni y Ángel David Comizzo, quien terminó siendo elegido para viajar desde Argentina. "El destino quiso que Goyco fuera fundamental, pero lo fue por su mérito. Un tipo muy trabajador y con un espíritu de lucha tremendo. Pudo mostrar todas las condiciones que tenía en el momento más importante de la carrera de un futbolista, un Mundial".
"Fue un Mundial en el que teníamos muchas ilusiones y tantas posibilidades que se fueron diluyendo desde antes de arrancar por las lesiones. Cada partido el equipo se resentía más por esas dificultades. Diego nunca estuvo en plenitud, no se entrenó en todo el Mundial prácticamente, primero por el problema en la uña y después en el tobillo. Pero con ese espíritu que tenía como nadie siguió de pie y corriendo. Sí lo sorprendió tanta hostilidad del público italiano fuera de Nápoles. Vivíamos en ese ambiente sin respiro y a Bilardo le dolía mucho no tener un equipo físicamente como necesitábamos". Ante ese escenario, destaca la repentización del DT para seguir adelante: "Como siempre, Carlos rehizo al equipo prácticamente desde la nada. Tenía mucha sagacidad para arreglarse con lo que estaba a disposición y tácticamente buscaba poner en cancha a un equipo que contrarrestara al rival".
Durante los partidos, Mariani se situaba al lado del banco de suplentes junto con Rubén Moschella, el gerente administrativo de la selección. Ambos estaban en contacto con el profe Ricardo Echevarría y el multifuncional Galíndez para lo que se necesitase. Desde ese lugar observó cada detalle de la definición en el Olímpico de Roma. "Codesal marcó muy rápido un penal raro. Hubiese sido más lógico si cobraba una falta anterior dentro del área contra (Klaus) Augenthaler. De haber estado todos y en plenitud, esa final pudo ser distinta. Por todo eso queda la espina. Una de las cosas por las que la gente recuerda tanto ese Mundial es por el dolor que nos causó perder así y por cómo se había avanzado a los tropiezos, con las victorias apoteósicas contra Italia y Brasil No hay dudas que haber llegado a la final fue algo muy importante".
Con el dolor de la final en carne viva, Bilardo juntó al cuerpo técnico para decirle que se tomaría un tiempo de descanso y que cada uno comenzase a buscar su propio destino. Roberto Mariani supo que el último Mundial romántico y analógico era el final de una etapa tan intensa como no volvería a tener. Italia 90 marcaba el final de una era.
Fuente: Diario La Nación Argentina