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La agitación mediática que provocó el coronavirus fue sustituida este fin de semana en Alemania por la división social que genera el fútbol.

De un lado, los aficionados agrupados en torno a los grupos ultras, que provocan interrupciones sistemáticas de los partidos en una campaña que sostiene que los clubes deben seguir siendo propiedad de la mayoría de los socios. Del otro, la federación alemana de fútbol (DFB), la patronal de la Bundesliga, y las empresas que los financian, encabezados por el pertinaz Dietmar Hopp.

Negros, musulmanes, mujeres y homosexuales han sido objeto de reiterados insultos a lo largo de la historia de la Bundesliga. Jamás estas descalificaciones provocaron la interrupción de un partido. La expresión hurensohn —“hijo de puta”— estampada en sucesivas pancartas dirigidas a Hopp este fin de semana, provocó la interrupción del Hoffenheim-Bayern, el Dortmund-Friburgo, y el Unión Berlín-Wolfsburgo. El árbitro del Meppen-Duisburgo, de Tercera División, interrumpió ayer el partido en una efusión de escrúpulos al detectar un mensaje contra Hopp en otra pancarta en la grada: “Si Dietmar tiene suficiente dinero, los mentirosos de la federación expulsan a la gente para mantener su bienestar”.

Los aficionados de los clubes más tradicionales se han unido contra la decisión de la federación de castigar colectivamente a los seguidores del Borussia Dortmund. La pena prohíbe a todos los hinchas amarillos —sin discriminar— visitar el estadio del Hoffenheim durante dos años por insultar a Hopp reiteradamente con pancartas que le tachaban de hurensohn desde 2008. Ahora los ultras del Mönchengladbach, el Bayern, el Schalke, el Borussia, el San Pauli o el Unión Berlín insultan al unísono al hombre al que consideran la punta de lanza del capital que viene a ocupar el lugar de los viejos socios.

Jugador de la cantera y él mismo socio del Hoffenheim desde niño, Hopp amasa una de las mayores fortunas de Alemania desde que fundó el grupo tecnológico SAP. Con un patrimonio estimado en 5.000 millones de euros, no dejó de invertir en su club. Su sueño, convertir una institución de pueblo en una referencia nacional, se consumó con el ascenso en 2008. Lo logró después de inyectar más de 150 millones, bien administrados por el sagaz Ralf Rangnick, su director deportivo.

En consideración de su calidad de benefactor excepcional, en 2015 la Bundesliga permitió a Hopp hacerse con el 96% de las acciones. La medida representó la penúltima excepción a la norma del 50+1, la ley que pretendía preservar el carácter comunitario de los clubes garantizando la propiedad a la mayoría de los socios. Así el Hoffenheim se unió al Leipzig (Red Bull), al Wolfsburgo (Volkswagen) y al Leverkusen (Bayer), tres clubes propiedad de empresarios.

Emil, el padre nazi

Nacido en Heidelberg en 1940, en plena Guerra Mundial, Hopp no solo se reconoce conservador. Habla con franqueza del notorio pasado de su padre, Emil Hopp, oficial de las brigadas de asalto del partido nazi que durante la Noche de los Cristales Rotos cumplió diligentemente con la orden de quemar la sinagoga de Hoffenheim. Preguntado al respecto, Hopp se mostró comprensivo: “Lo que hizo mi padre es condenable; aunque nadie muriera. Mi padre era maestro de primaria. Cuando le encargaron destruir la sinagoga ya tenía tres hijos. De no haber obedecido le habrían echado del trabajo y su familia habría afrontado una época sin esperanza”.

Hopp se siente víctima de algo que él percibe como un nuevo totalitarismo. Tras ver la pancarta evocadora de su madre que desplegaron el sábado los hinchas del Bayern, declaró: “Todo esto me recuerda a los capítulos más oscuros de la historia alemana”.

Lo ampara la federación, vinculada económicamente a Hopp mediante un acuerdo de patrocinio y suministros con SAP. Alarmado ante la solidaridad entre aficiones y el anuncio de manifestaciones en toda Alemania, el presidente federativo, Fritz Keller, puso en alerta a sus árbitros. El jueves la DFB publicó una circular advirtiendo a los hinchas de que si insultaban a Hopp se seguiría un protocolo rígido: a la primera, aviso por megafonía; a la segunda interrupción del partido; y a la tercera suspensión. La directiva del Bayern, que también ha firmado un acuerdo de intercambio con SAP, se solidarizó con Hopp. El presidente del Unión Berlín, no lo comprendió: “El ejercicio de la libre expresión también abarca observaciones presuntamente soeces”.

Dietmar Hopp responde con denuncias penales a los hinchas que lo insultan. Hay jueces que le amparan. La deriva mercantil del fútbol, también.

Fuente: El País

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