Pelé deslumbró al mundo siendo muy joven. A los 17 años fue una de las figuras de Brasil, en la obtención de su primer mundial. Por casi 20 años, desarrolló su carrera profesional en la liga brasilera. Sólo al final, ya con 35 años salió a jugar a la liga de otro país.
Diego Maradona jugó por más de cinco años en la liga de su país, primero en Argentinos Juniors y después en Boca Juniors. A los 22 años salió a jugar a Barcelona y luego a Napoli. Es decir, su carrera transcurrió adentro y afuera de su país.
Por el contrario, Messi nunca jugó en la liga argentina, jamás vistió la camiseta de un equipo de su país. Emigró a España a los 13 años con el fin de hacer parte de las divisiones menores del Barcelona. Ya todos saben la leyenda en la que se ha convertido.
Una desproporcionada brecha salarial entre las superestrellas y los demás jugadores.
Así lo demuestra el estudio Globalización y desigualdad: el caso del fútbol internacional, elaborado por los investigadores de la Universidad de los Andes Nicolás Valbuena, Alejandro Gregory y el ahora rector de la institución, Alejandro Gaviria.
Con esto se ponen de presente las similitudes del caso del fútbol con algunos fenómenos más extendidos que afectan, en buena medida, el comportamiento de la economía global.
El fútbol es un ejemplo de la llamada economía de las superestrellas: el aumento de las audiencias y los consecuentes cambios institucionales llevaron al surgimiento no solo de unas cuantas superestrellas globales; ocasionaron también la creciente dominancia competitiva de unos cuantos equipos europeos.
De acuerdo con el informe, por ejemplo, en la liga española, el aumento del coeficiente Gini (0 significa igualdad total y 1 es la máxima desigualdad) es notable y parece haber ocurrido a finales de los años noventa.
Los equipos más importantes se convirtieron en multinacionales. Tienen sofisticadas estrategias comerciales. Cultivan marcas de reconocimiento global. Las principales ligas europeas comenzaron a ser seguidas, primero con curiosidad, luego con fervor en buena parte del mundo.
Según el estudio, "la revista del Manchester United vende más de 50 mil copias en China. Juventus tiene más de 1.200 grupos de hinchas en el mundo". El canal de TV de Real Madrid es visto en más de 40 países.
Algunos equipos han sido adquiridos por magnates árabes o rusos que han visto en el fútbol no solo una forma de entretenimiento, sino también un negocio lucrativo. Primero, fue la globalización de los hinchas y los jugadores, después vino la de los dueños.
Los grandes centros económicos del mundo son también los grandes centros del fútbol: Milán, Londres, Paris, Barcelona, Madrid, Múnich, etc. El fútbol no está ajeno a las fuerzas globales.
Pero, además, este fenómeno ha traído un cambio en la ‘identidad’ del juego de las selecciones. Se pasó hacia una ‘europeización’ y homogenización del juego en las selecciones nacionales.
En 1970, 96 por ciento de los jugadores de las selecciones participantes jugaban en las ligas locales. En 2018, este porcentaje había caído a 24 por ciento.
No es extraño escuchar en analistas de fútbol que su selección perdió ‘la identidad’. El ‘jogo bonito’ de Brasil y el toque toque de Colombia se han ido transformando en un juego vertical y de balones largos (como ocurre en Europa). Es un juego más homogéneo.
Pero, además, al igual que ocurre con muchos de los productos que consumimos hoy en día, los futbolistas pierden su ‘vida útil’ mucho más rápido. Despegan muy jóvenes en alto nivel pero también su juego se apaga más pronto.
"En la economía global, el cambio tecnológico, la globalización y la erosión de las instituciones han producido un aumento de la desigualdad", asegura el informe.
Esto sugiere la existencia de fenómenos similares en otras industrias globales: la industria del entretenimiento (actores), la industria de software e información (programadores), la industria farmacéutica (científicos), las universidades (investigadores) y otras más.