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El periodista mexicano Erick Balderas estuvo presente el pasado miércoles en la victoria de Herediano 2-1 sobre el León que le permitió a los florenses clasificar a cuartos de final. Para el comunicador azteca esta fue una clara muestra de cómo en el futbol el esfuerzo y la sencillez muchas veces le gana al dinero y las figuras. 

Balderas publicó una nota en el Dairio mexicano Futbol Total que compartimos a continuación. 

CARTA DESDE UN MUNDO RARO 

Ahora entiendo muchas cosas, querida Chavela. Por ejemplo, aquello de ser humilde o aquello de ser bravía o aquello de ser festiva, pero sobre todo aquello que celebrabas con tequila en mano y a grito pelado cada que decías, al punto de la presunción, “ninguno pudo conmigo”.

Y es que luego de palpar la sencillez de aquella precaria casa toda pintada de rojo y amarillo, y de ver a todos sus habitantes enardecidos ante el mínimo agravio cometido por el visitante, y de notarlos a todos tan contentos luego del triunfo que los lleva a la próxima ilusión, pero sobre todo después de observar cómo vibran tus paisanos con la canción que sirve para presumir las victorias en Heredia, tu tierra, entendí por qué es preciso decir una mentira para inventarse un mundo raro, como el tuyo.

Porque allí, en ese campo cero estrellas, lo importante no era lo que se tenía, sino lo que se sentía. Ni tampoco la estructura del paisaje, sino lo que se vivía. Mucho menos la realidad del día a día, sino la magia del instante. A eso iba la gente portando la esperanza en la solapa de sus vestimentas rojas y amarillas: a inventarse un mundo sin dolor ni llanto.

Que el estadio Eladio Rosabal Cordero, de Herediano, no cumple con las condiciones adecuadas para albergar un partido de corte internacional, se sabe… pero qué le hace, como dirías. Al contrario, lo aprovechan todos los que allí dentro se saben locales para amedrentar al enemigo saltando desde sus asientos hasta el borde de la cancha con tal de gritarle al rival casi en el oído:“¡Hijo’e puta!”.

Porque viven el juego con la intensidad que tu vivías la vida, Chavela. Y siguen cada acción al filo del asiento, de su silla, de la grada o parados y encaramados sobre la frágil malla que aspira con sufrimientos a delimitar la alfombra sintética que le da forma al terreno de juego. Por momentos parece que se meten a la cancha, que están dentro, que nada puede impedirles cruzar la línea blanca de divide su pasión y el juego. Y gritan e insultan. Y exclaman y reclaman. Y alzan los brazos y aprietan los puños. Y asustan, alteran, intimidan y desquician… ¡Ponen nervioso a cualquiera!

Es parte de su juego, de su apuesta, de su esencia. Pareciera que ninguno, que nadie puede con ellos. ¡Ni el Rey León! Y ellos lo saben, por eso lo hacen una y cuantas veces quieran. Tienen la sangre caliente, como tú, Chavela. Y que nadie los busque porque los encuentra, como a ti, Chavela. Que en su casa los respeten, y el que no, que se atenga a las consecuencias de jugar en el corazón de Heredia.

Eso forma parte de su orgullo, es el mundo raro que se inventan. Y les resulta, les funciona. Porque con ellos cerca, su equipo crece. Y entonces los jugadores se envalentonan, como lo hacías tú, Chavela. Y van al frente porque nada ni nadie lo detiene, como a ti, Chavela. Así el campito sin estrellas se torna la más grande hoguera donde se consumen las ilusiones ajenas.

Si verlos amedrentar al rival impacta, oírlos gritar un gol aturde. Es el momento cumbre, la comunión suprema. Y no por el estruendo que produce la exclamación múltiple, sino por aquellos abrazos en los que se funden los partidarios con los jugadores en algún costado de la cancha ignorando la fragilidad de la alambrada. Pintura singular para un futbol tan escrupuloso como el de hoy, casi una fiesta de barrio… Un mundo raro.

Tan raro que la sensación allí dentro es la de estar en presencia de un linchamiento en alguna plaza pública, porque una vez que consiguen doblegar al osado forastero que pretendía robarles los puntos, se encienden las bocinas para que retumbe por las cuatro esquinas la melodía que los enorgullece: “Ninguno pudo con él, ninguno pudo con él, con el equipo Herediano, ninguno pudo con él”.

Y se van así del estadio, entre la bruma y la penumbra de la noche, con el pecho erguido, la frente en alto y cantando el estribillo que le da sentido a su mundo raro, ese sitio humilde donde le mienten a la vida y se vuelven bravos los pobladores de tu tierra, los heredianos, querida Chavela.

 

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