El fútbol en Francia ha sido cosa de provincias. En el caso del Paris Saint-Germain, impaciente hasta la ansiedad, necesitada hasta la angustia, tomó el camino más corto y se arrojó en brazos de Qatar. Así se destaca en una nota del diario el Mundo.
Con un presidente de aquel país que, además, como director ejecutivo de beIN Media Group está siendo investigado por irregularidades en la concesión de los derechos televisivos de los Mundiales de 2026 y 2030, el PSG es un protectorado qatarí en Occidente. El poder de Nasser Al-Khelaïfi es evidente.
Una sucursal de Doha. Cedió su alma en 2011 a Qatar Sport Investment, una sociedad afiliada a Qatar Investment Authority. Y vendió su cuerpo a Qatar National Bank, Qatar Tourism y varios patrocinadores más, todos con sede en el Emirato.
Esta es la nueva revolución francesa, alimentada con petróleo y dirigida desde el Golfo. La que deja atrás la riqueza comunal británica para exhibir la obscena propia. La que ha permitido sin pestañear fichajes de 222 millones (Neymar) y 180 (Mbappé).
La artificial relación económica que dinamita el fair play financiero, crea una espiral inflacionaria y rompe, por elásticas que fueran, las reglas de juego.
La UEFA, la FIFA o ambas, o quien corresponda, no tiene prisa para aplicar su propio 155. Después de todo, Qatar ofrece al fútbol un marco de opulencia que conviene al negocio y el PSG representa en Occidente al organizador del Mundial de 2022.
Se precisan muchas tragaderas para que los parisinos (y los franceses todos) admitan tamaña mixtificación, aunque prometa títulos, de la vieja naturaleza, recluida en el harén qatarí. ¿No era el fútbol un sentimiento? Los aficionados del PSG lo deben de tener muy fuerte, o muy débil, para que, a él entregados, vivan felices en cautiverio.
Fuente: Diario El Mundo España