Calidad o cantidad. Esa es la cuestión. Ese es el dilema digno de Shakespeare que se plantea el mundo del fútbol tras conocerse, el pasado martes 10 de enero, la decisión de la Fifa de que a partir del Mundial de 2026 participen 48 selecciones, en vez de las 32 que lo hacen en la actualidad.
Eso significa que al evento que se celebrará dentro de nueve años y medio, y cuya sede aún no se ha escogido, asistirá una de cada cuatro de todas las asociaciones que conforman la Fifa.
Se jugarán 80 partidos –24 más que en la actualidad–, pero quienes lleguen a semifinales disputarán los mismos 7 partidos que se juegan en el formato actual. Durante los primeros 20 días de la competición se jugarán 4 diarios, pero bastarán 12 estadios, como en los mundiales actuales.
Gianni Infantino, presidente de la Fifa, afirmó que no se trata de una estrategia comercial y política sino deportiva, y asegura que este es un formato para el siglo XXI. “Es una decisión positiva en cuanto al desarrollo del fútbol. Para Alemania, por ejemplo, cualquier formato es bueno porque siempre estará allí. Para otros países, en cambio, es una oportunidad de participar en un evento que se produce cada cuatro años. El fútbol es más que Europa y Suramérica. Es global. La fiebre del fútbol en un país que se clasifica para jugar un mundial es la mejor promoción que puede hacerse”.
Pero no han faltado las voces que señalan que la verdadera motivación de la Fifa es económica, ya que un mundial con más equipos le representa a esa organización un incremento astronómico en sus ingresos. Estas mismas voces dicen que nada garantiza que mejore el espectáculo, pues consideran que clasificarán equipos de escaso nivel técnico. Los críticos también piensan que esta es una jugada política cuya finalidad es tener contentos al grueso de países que han mantenido en el poder a los últimos jerarcas de la Fifa, de la línea de João Havelange.
Este dirigente brasileño, que tomó el control de la organización rectora del fútbol en 1974, fue el gran artífice de que este deporte dejara de ser un asunto entre Europa y Suramérica y se convirtiera en un fenómeno de interés mundial. También se encargó de convertir a la Fifa en una poderosísima organización. La creación de torneos de categorías juveniles y la promoción del fútbol en continentes con poca o nula tradición hizo que, en menos de dos décadas, Estados Unidos fuera sede de un mundial (algo inimaginable en los años sesenta) y que las naciones históricas perdieran peso en las decisiones de la asociación. Actualmente, gracias a un sistema democrático, tiene igual peso el voto de Alemania o Argentina que el de San Vicente y las Granadinas o Guinea Bissau.
Esto ha hecho que para Havelange y sus sucesores (Joseph Blatter e Infantino) sea de gran importancia tener contentos a sus socios de las confederaciones que hace cuatro décadas no tenían casi ningún peso. Y una de las mejores maneras de lograrlo es dándoles a estas naciones emergentes más cupos al mundial. De hecho, la campaña que le permitió a Infantino ser presidente de la Fifa hace casi un año fue prometer puestos extra en la competición. De esta manera, el dirigente suizo le cumple a quienes lo apoyaron, amarra votos futuros y le permite a la organización incrementar sus ganancias.
Un problema, sin embargo, va a ser encontrar un país organizador que, además de construir o adecuar 12 estadios, tendrá que garantizar la infraestructura necesaria para alojar y movilizar a 48 delegaciones deportivas, más los periodistas y seguidores de cada una de ellas que quieran ir a apoyar a su equipo o a cubrir su desempeño para los medios de cada nación. Por esa razón es muy probable que la única solución sea que dos y hasta tres países organicen los nuevos megamundiales a partir de 2026.
¿Cómo se jugará este ‘mundial del siglo XXI’, que recuerda en varios aspectos al socialismo del siglo XXI? Mientras a Brasil 2014 asistieron 13 equipos de Europa, 6 de Sudamérica, 5 de África, 4 de Norte y Centroamérica y 4 de Asia, un preacuerdo que aún no se ha ratificado indica que a partir de ese momento clasificarían 16 equipos de Europa. De África lo harían 9 y un país más tendría la opción para intentar clasificar en un repechaje. De Asia, 8 lo harían de manera directa y otro más iría al repechaje. De Suramérica clasificarían 6 selecciones de manera directa y el séptimo iría a repechaje. Igual ocurriría con Centro, Norteamérica y el Caribe. Por Oceanía clasificaría un equipo de manera directa.
Los 48 equipos se distribuirán en 16 grupos de 3, que jugarán todos contra todos. De cada grupo clasificarán 2 y se jugarán 5 rondas de eliminación directa, desde dieciseisavos hasta la gran final.
Esto significa que (como ocurre desde el mundial de 1986) muchos dirán que ‘el verdadero mundial comenzará con la eliminación directa’. Es decir que la primera fase, como lo ha sido en la mayoría de los mundiales posteriores al de 1982, será más como un fogueo.
Una cuestión que preocupa a muchos analistas es una primera fase con grupos de tres equipos, ya que los rivales que se enfrentan en el último partido del grupo ya conocerán los dos resultados previos del tercero, y podrían ponerse de acuerdo para obtener un resultado que les conviniera a ambos. Una posible solución que se ha hablado para este inconveniente es no permitir empates en esta primera fase. Si en los 90 minutos el resultado está igualado, se decidiría un ganador con lanzamientos desde el punto penal.
El mundo del fútbol apenas comienza a digerir la noticia y puede que aún sea muy temprano para sacar conclusiones definitivas. El siguiente paso es poner a marchar la idea y ajustarla. De todas formas, en 1982, cuando el cupo de los mundiales pasó de 16 a 24 equipos y en Francia 1998, cuando pasó a 32, se oyeron muchas voces adversas. Pero la evidencia empírica muestra que los aficionados y los periodistas terminaron adaptándose, y muy rápido, a estos cambios.
Fuente: Revista Semana