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MARADONA: "EL EQUIPO DEL MUNDIAL DEL 86 ES IRREPETIBLE" 

Instante mágico: Diego sale a gritar el mejor gol de la historia.

El 22 de junio de 1986 Argentina e Inglaterra se enfrentaron en los cuartos de final del Mundial México. Ese día la gran figura fue Diego Armando Maradona, quien anotó lo que muchos consideran el mejor gol de la historia y también un tanto que se hizo famoso como “la mano de Dios”. 

El partido al final terminó 2-1 a favor del equipo Albiceleste, escuadra que alzaría el cetro en suelo azteca. 

Diario Clarín reconoció así aquel gran día para Argentina: 

Allá arriba, en el colmado palco de prensa del majestuoso estadio Azteca, uno piensa que ese pase corto del entrañable Negro Enrique a Maradona, en campo propio, será uno más. El inicio de una maniobra más, encabezada por el genio de Fiorito como tantas otras, pero demasiado lejos de los dominios del arquero Shilton para motorizar ilusiones desmesuradas.

Allá abajo, en un césped verde como nunca, el muchachito que tantos sueños soñó en sus noches de purrete pobre, está a punto de iniciar la aventura más fenomenal gestada en una cancha de fútbol.

Allá arriba, con el eco del gol con la mano todavía repiqueteando en los pupitres, con discusiones prolongadas incluidas, recién se fija la vista más detenidamente en la coyuntura cuando Diego cruza la mitad de cancha con la prepotencia de su fútbol sin igual.

Allá abajo, el muchachito de la zurda acaricia la pelota, como la acariciaba en los potreros polvorientos y desparejos de su barrio, la lleva bien pegada a su botín, pisa de a poco el acelerador, y los dos primeros ingleses -superados, impotentes, atribulados- le miran el diez blanco sobre la espalda azul; apenas eso hacen, no les queda otra alternativa.

Allá arriba, los ojos ya no se apartan de esa carrera mágica. Y se van abriendo, abriendo, abriendo, cada vez más. Y si los ojos se agigantan, el cuerpo se sacude, el corazón se paraliza, la mano derecha se olvida de la birome y de la libreta de apuntes. Y la butaca ya no cuenta: eso se vive de pie, no existe otra manera.

Allá abajo, el muchachito de la melena renegrida y enrulada pasa rivales vestidos de blanco como si fueran muñequitos de metegol. Corre, amaga, corre, amaga. Un tal Butcher hace el ridículo, pero es el más optimista y el más consecuente en su intención de destruir la hermosura. Hasta tira un manotazo que se dibuja en el aire. Todo es estéril.

Allá arriba, mientras el borde del área está a centímetros de la osadía ilimitada, ya se palpita que el the end será feliz, inmensamente feliz. Los 114.580 privilegiados, extasiados, azorados, maravillados, contienen la respiración a la espera del estallido anhelado sin distinción de colores ni de nacionalidades. A esa altura de la andanza, todos son Maradona. Todos quieren ser Maradona.

Allá abajo, el muchachito de la gambeta encara a Shilton, el arquero que uno supone que no para de rezar, y lo deja sentado, despatarrado, a la buena de Dios. Butcher, el incansable, se juega la última ficha: trata de cruzar con su pierna izquierda la pierna izquierda del artista.

Allá arriba, argentinos y mexicanos, colombianos y japoneses, uruguayos y sudafricanos, hombres y mujeres, padres e hijos, abuelos y nietos, ya no dan más de tanta ansiedad, de tanta emoción maniatada, de tanta admiración desparramada.

Allá abajo, el muchachito de la película que ya es el muchachito de la historia, saca el zurdazo deseado por él, por sus compañeros, por los adoradores de un juego que saben que nadie los puede representar con mayor fidelidad. La pelota se envuelve en la red. Y el muchachito corre y corre, ya no para marear a ingleses desconcertados sino para celebrar su obra. La obra de todos los tiempos.

Allá arriba, el estruendo.

No hay que apelar siquiera a los archivos para recrear esa mezcla perfecta de habilidad, talento, repentización, destreza, inventiva, guapeza, optimismo, despliegue, velocidad, coraje. Y belleza sublime. Ese trayecto de 53,5 metros, esos 10,6 segundos que duró la exhalación, están tan frescos en la memoria como si hubieran transcurrido ayer. Uno -que por siempre le dará las gracias a su bendita profesión- recuerda con claridad qué ropa tenía puesta; que tomó en el desayuno; el viaje en auto al Azteca, en medio de los insoportables embotellamientos del DF; quienes fueron sus compañeros de pupitre; quienes lo abrazaron primero; cuántas veces se comunicó con el diario; cuántas notas escribió para llenar aquel suplemento deportivo en blanco y negro.

Aquel domingo 22 de junio de 1986, de calor abrasador y de cielo diáfano, Maradona fue tan grande que tuvo tiempo, en noventa minutos, para que sus acciones esenciales para el 2-1 contra Inglaterra que clasificó a la Selección a las semifinales, quedaran estampadas en los libros con dos etiquetas indelebles: La Mano de Dios, por el gol con trampa; y El Gol del Siglo, por el gol más gol de todos los goles de las Copas del Mundo.

 

Maradona: “El equipo del Mundial 86 es irrepetible” (Entrevista Diario Olé) 

Maradona y su nieto Benjamín, recordando el Mundial 86 con Olé.

Se abren las puertas del barrio privado en Tigre. La cita es a la tardecita en las canchitas del predio. Diego Armando Maradona espera haciendo lo que más le gusta, jugar a la pelota. Benjamín, Rocío, Gianinna, Dalma y varias amigas arman lo que sería un fútbol mixto. 

El 10 está eufórico porque metió la asistencia del gol triunfador y su amado Benja convirtió previamente. "Dale, sacanos fotos, somos los campeones". Le alcanzamos la réplica de la Copa del Mundo, se sorprende, la besa. Y empieza a festejar con su nieto y las compañeras de equipo. "Dale campeón, dale campeón".

Rocío le arrima ropa de abrigo. El astro, entonces, empieza a revivir el Mundial de 1986 junto a Olé. Primero a través de fotos: "Qué lindos momentos". Benjamín disfruta mientras comparte escena con el 10. "Tu abuelo levantó esa copa", le decimos al hijo de Gianinna, y Diego señala: "El sabe, ¿no, Babu?". Benja sonríe con la timidez de su niñez. Y posa con Maradona. "Le encantan las fotos", dice la mamá. Y no se metan con el nieto, eh: "Ah, porque a vos no te gustan las cámaras...", le retruca Diego y estalla la risa.

Predispuesto, Maradona dialoga, firma fotos, le dedica frases a Olé por sus primeros 20 años y habla... "El plantel del 86 lo era todo. El equipo que hicimos, que construimos en el predio del América fue maravilloso. Fue algo que lamentablemente no se va a volver a dar, a ver, a repetir. Le pediría a Dios que lo repita, pero es muy difícil, muy difícil. Tener tantos hombres que quieran la pelota, tantos hombres que se la jugaran por una camiseta. No quiero comparar a nadie con nadie. Nosotros fuimos un equipo, el de Menotti fue otro, el de Bielsa fue otro, el mío fue otro, son todos distintos. Pero ante el equipo del 86 hay que sacarse el sombrero por la calidad humana, por todo lo que dio a pesar de las muchas barreras que nos pusieron", sostiene.

-¿Qué barreras?

-No teníamos ropa, en la concentración no había agua caliente. Yo no sé si a Bilardo le gustaba vivir en Fiorito o qué, pero nos llevó al predio del América que era un desastre, porque no estaba terminado. Me acuerdo de que con Pasculli pusimos revistas de chicas, no muy tapadas, para cubrir los ladrillos que se nos caían encima. Lamentable. Pero bueno, ése es el Mundial que la gente recuerda, que lleva en el corazón por todo lo que había pasado en Malvinas.

-¿Pensaban en Malvinas, sobre todo antes del partido frente a Inglaterra?

-No, para qué te voy a decir una cosa por otra. No pensábamos en los tiros, en la guerra. Cuando me cayó la ficha sí lloramos todos juntos, por los chicos que nos mataron los ingleses pero que también nos mataron los argentinos, porque mandar a chicos de 17 años a pelear a las Malvinas... Fidel Castro me dio un dato la última vez que lo fui a ver. Los ingleses habían metido ya 10.000 gurkas esperando a los chicos argentinos. O sea que como inteligencia nosotros creíamos que estábamos adelantados y los ingleses ya nos estaban esperando para emboscarnos.

-¿Y qué otro partido tenés en la memoria?

-Los que jugamos contra Bélgica y Uruguay. Contra Uruguay jugué mi mejor partido del Mundial, lejos... Y con Bélgica hice dos golazos cuando no se podía romper el resultado.

-¿Qué título Olé le pondrías al Mundial del 86?

-El Diario hubiese titulado: "A lo Olé, campeones"...

Diego termina de redondear una tarde entre amigos, fútbol y Olé. "Bueno, vamos, no se olviden la pelota", le dice a su entorno. Esa que no se mancha. Esa que lo hace feliz.

Fuente: Diario Clarín – Diario Olé 

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