Griezmann, la forja de un goleador
La gran noche de Lucas Hernández
De la mano del técnico Diego Simeone el Atlético de Madrid sigue haciendo historia. El Cholo Se quedó en el cuarto escalón y asomó poco más que los ojos. Como en las películas de guerra, al estratega le faltaba la chaqueta de camuflaje en las escaleras del túnel de vestuarios. Había pasado un cuarto de hora desde que Nicola Rizzoli había pitado el final del partido y los jugadores del Atlético volvían a salir a un estadio medio lleno, de gente y de felicidad. Bueno, de felicidad no estaba medio lleno.
Estaba lleno entero.El entrenador del Atlético de Madrid miraba, como los cocodrilos en el agua, el festejo de sus muchachos sobre la hierba. «Es el lugar que me toca», concedía después en la sala de prensa, donde elaboró un discurso mesiánico en el que lo de menos, a estas alturas, es el fútbol.
Habló de valores, de pibes -él llama así a los niños, que por lo visto miraban al autobús cuando llegaban al estadio-, de esfuerzo, de sentirse inferior... Simeone en estado puro. Un Simeone que necesita las acotaciones porque si no, no se entiende.«De lo que más contento estoy es de poder transmitirle a unas personas [los jugadores, y los jugadores a la afición] cosas distintas al juego. Creemos mucho en los valores de la vida.
Tenemos un grupo de pibes [aquí vuelve a aludir a los jugadores] fantástico, que responde a los valores que ellos tienen en la vida: al respeto, al no dejar de intentarlo, a la perseverancia, a levantarse, a insistir por más que el otro sea mejor... Muchos valores», dijo, y confesó algo que no suele confesar, y es lo que les dijo a los futbolistas justo antes de salir por el túnel de vestuarios. «Les dije: 'Ustedes, como personas, tienen valores; transmítanlos al juego, y el juego les va a pagar'». Y el fútbol les pagó con las segundas semifinales en tres años.
Todos los jugadores salían tarde por la zona mixta del Calderón. Advertidos por su técnico de que lo más importante ahora «es el Granada», fue el capitán, Gabi, quien hizo un ejercicio poco habitual. Preguntado por la última jugada del partido (casi), fue sincero: «Es mano, pero no sé si es dentro o fuera del área», dijo, y al ser advertido de que la televisión le delataba, confesó: «Si es dentro, es penalti». Y a todo esto Torres, en un rincón del palco, se secaba el sudor de las manos para bajar al vestuario y celebrar con todos sus compañeros que su sueño sigue vivo. «Es un paso importante, pero no es nada extraordinario», cerró el Cholo.
Griezmann, la forja de un goleador
“El gol, se tiene o no se tiene”, dicen algunos clásicos. “Es lo único que no se puede enseñar”, relatan otros puristas. Griezmann no era un gran goleador cuando llegó al Atlético. En la Real era un jugador de banda desequilibrante, que no había pasado de 16 goles en Liga y de 21 en total en su última campaña allí. Las exigencias con las que se encontró en uno de sus primeros cara a cara con Simeone fueron la obligación de defender como uno más y aumentar su producción goleadora. En la proyección que el técnico dibujaba en su cabeza aunaba la velocidad y la técnica. Un estilete potencial, vamos. Hay en el Simeone entrenador una tendencia a cincelar jugadores que se amolden a su manera de entender el fútbol. Más allá de domesticarle en el esfuerzo, en el caso de Griezmann se trataba de la forja de un goleador.
En el proceso que ha llevado al menudo delantero francés a transformase en el goleador que es hoy, capaz de convertir dos goles sin intervenir apenas en el juego, ha habido al menos dos momentos decisivos. Uno fue en San Mamés la temporada pasada, cuando asaltó la titularidad de manera definitiva con dos goles a la contra. Hasta ese momento, Simeone le había cuarteleado hasta exprimirle y hacerle saber que la condición de indiscutible se la había ganado. Si en ese partido en Bilbao se consumó ya como el referente ofensivo del equipo, esta temporada, en otro partido con el Athletic disputado en el Calderón, Griezmann sintió de manera definitiva toda la confianza de Simeone como goleador. Ese día, su entrenador le había colocado en la derecha durante el primer tiempo. Firmó 45 minutos horrorosos. El propio técnico así se lo hizo saber, pero acompañó el análisis con una arenga. Simeone le dijo que no se preocupara si no tocaba el balón o si se equivocaba, que no lo iba a cambiar. Le espetó que lo único que no quería era que agachara la cabeza. El Cholo también le advirtió que estaba seguro de que iba a marcar. Así fue. Griezmann enganchó un disparo ajustado desde fuera del área. La reacción del jugador fue inmediata y se fue a abrazar a su entrenador ante la sorpresa de la grada y de sus compañeros.
Griezmann se presentaba a este partido con esas estadísticas que pesan sobre los jugadores determinantes. En siete partidos ante el Barça, desde que es jugador rojiblanco, no había logrado marcar. Se quitó ese lastre de encima con un cabezazo de nueve de toda la vida. Se elevó imperial para recoger un pase de alta escuela con el exterior de Saúl. Griezmann, que rebasa por poco el 1,70m, se sujetó en el aire para girar el cuello y mandar el cabezazo a la escuadra de Ter Stegen. Cuenta Martín Lasarte, el técnico uruguayo que tuvo en la Real, que Grizzie, como le apodan sus compañeros, mejoró su capacidad para marcar de cabeza porque él le hacía bajar a defender a los delanteros rivales en los córneres.
El espacio, a base de codos
Ahí aprendió a manejar su rapidez en la anticipación y a codear para ganarse el espacio. El tanto hizo reventar el Calderón. De nuevo, por cuarta vez en este curso, el Atlético se ponía por delante del Barça en el marcador. De nuevo, una prueba de resistencia que debía durar una hora.
En esa faceta aparecieron las dosis de peonadas que también le había inculcado Simeone en aquellas primeras charlas de hace dos veranos. Griezmann se alternó con Carrasco para estorbar a Busquets cuando el Atlético hacía el repliegue bajo. Le molestó varias veces al mediocentro azulgrana, al que también limpió alguna pelota. En esa faceta de trabajar y también ser la punta de lanza del contragolpe. Tuvo uno claro, pero llegó reventado para definir. Su consagración, su gol número 29 (seis en Champions) en lo que va de curso, llegó con el penalti. Lo ajustó y lo embocó pese a que Ter Stegen llegó a tocarlo. De nuevo, Griezmann corrió al banquillo, donde como un loco saltaba el entrenador que le forjó como goleador.
La gran noche de Lucas Hernández
"Este es mi sueño desde pequeño y voy a seguir peleando por él". Con estas palabras, pronunciadas en un perfecto castellano a pesar de haber nacido en Marsella (Francia) hace 20 años, se despachó Lucas Hernández en la zona mixta del estadio Vicente Calderón, después de que su equipo hubiera eliminado al Barcelona en los cuartos de final de la Champions.
Con el pelo encerado -la gomina hace tiempo que salió de muchos vestuarios, especialmente del Atlético-, se paró a analizar lo ocurrido en el campo, consciente de que los focos que le alumbraron ayer descubrieron a un jugador desconocido para muchos, pero que en el vestuario rojiblanco y en la pizarra de Simeone siempre ha contado con un hueco especial.
"Su partido me pone muy contento. Insistí mucho en que se quedara y menos mal que lo hizo. Para ustedes, según las cuentas que hacen, Lucas sería el cuarto central por detrás de Godín, Giménez y Savic, y ahí lo tienen, habiendo disputado los 180 minutos de una eliminatoria contra el mejor equipo del mundo", aseguró Simeone tras el encuentro. Lo cierto es que el argentino quedó encantado con el comportamiento del canterano durante la pretemporada, especialmente por su versatilidad, ya que su complexión física (183 centímetros y 76 kilos) unido a su perfil zurdo (junto a Filipe Luis, Saúl y Griezmann completa el póker de zurdos de una plantilla de 22 jugadores) le han permitido luchar por un puesto tanto en el eje de la defensa, como en el lateral izquierdo. De hecho, la salida de Siquieira al Valencia en el mercado de invierno estuvo avalada por Simeone ya que contaba con Lucas para esa posición.
Sin embargo, las lesiones de Giménez y Savic -el montenegrino parecía recuperado para el partido de ida pero se volvió a lesionar durante el entrenamiento previo al partido-, colocaron a Lucas en el escenario más comprometido para un futbolista que hasta ese momento solo había disputado 517 minutos repartidos en nueve partidos entre Liga, Copa y Champions. Ya en el primer asalto de Barcelona Lucas dio pistas de los motivos por los que ha convencido a Simeone. Muy preciso en el pase, apenas cometió errores de transición y se mantuvo firme por alto. Se centró en acompañar a Godín en el cambio continuo de marca, aunque le tocó principalmente ocuparse de Neymar. El brasileño llegó a retarle en un cara a cara, pero el defensa no le apartó el rostro. Ayer, en el Calderón, sus números dijeron mucho más: no cometió ninguna falta, le hicieron una, realizó cinco pases (uno a corta distancia, tres a media y uno a larga) y todos llegaron a su destino con éxito, lo que le valió alcanzar el 100% de efectividad y ser el jugador más preciso del Atlético.
El público le brindó una ovación cuando en un mano a mano con Messi el francés le rebañó la pelota tras haber permanecido inmóvil a los giros continuos de cintura del argentino. Estiró la pierna izquierda y se hizo con el balón sin derribarlo. "Desde el trabajo le llegó la fe", le alabó Simeone. Lo cierto es que con Lucas el Atlético maneja un dibujo algo más equilibrado en defensa, ya que Godín se ubica en el perfil derecho, dejando que sea el francés quien proteja el lado izquierdo, lo que permite al equipo combinar por la banda de Filipe Luis hacia donde habitualmente descarga el juego Lucas al tratarse de su perfil natural.
A pesar de que Savic ya se encontraba en perfecto estado para el partido de ayer, Simeone lo mantuvo en el banquillo hasta el minuto 90 de partido. Sustituyó a Augusto Fernández ("Lo pasó mal en la segunda mitad, ya estaba muy cansado y necesitábamos un perfil más alto y físico", se justificó Simeone) y se ocupó de defender el resultado ante el vendaval azulgrana. Pero Lucas siguió en su sitio, un lugar del que hoy por hoy, y conociendo a Simeone, parece complicado que vaya a despegarse. Sus dos noches de Champions hablan por él.
Fuente: Diario El Mundo - Diario El País