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Tras nueve meses de un embarazo más que problemático, no está claro qué clase de presidente dará a luz la FIFA esta semana. ¿Un jeque árabe que es garantía de rechazo y controversia? ¿O un burócrata sin carisma que, para más datos, vive a diez minutos de la casa del destronado Joseph Blatter?

Gane quien gane la elección del viernes en Zúrich, hay señales de que la FIFA podría seguir viviendo de sacudida en sacudida. Antes y después de la elección.

Antes, porque el FBI podría volver a desembarcar hoy, mañana o pasado en la ciudad para nuevos interrogatorios o procedimientos en el marco de la gigantesca investigación que saltó espectacularmente a la luz pública en mayo de 2015. Es una cuestión práctica: los estadounidenses saben que hasta 2019 no se volverá a encontrar a las 209 federaciones miembros de la FIFA en un entorno amigable. Dentro de dos años, por ejemplo, el congreso será en Rusia. Así, cualquier dirigente que dude de su situación legal tiene algo muy claro: es de sentido común alojarse en estos días lo más lejos posible del Baur au Lac, el ya emblemático hotel de las detenciones.

Y después, porque tanto el bahreiní Salman Ibrahim Al-Khalifa como el suizo-italiano Gianni Infantino tienen la posibilidad de llegar a la presidencia mucho más por ausencias de los peso-pesados que por méritos propios. Otra sería la historia de no haber caído en desgracia Michel Platini. Ni hablar de si Blatter no hubiese sido inhabilitado. Así, sin historia importante en el fútbol ni respaldos convencidos, a la primera sacudida que sufran -y sin dudas la habrá-, Al-Khalifa o Infantino podría notar que la FIFA y el momento les quedan grandes.

Pero eso es adelantarse un poco. Primero está la elección, y los últimos días demostraron que nada es demasiado si se trata de conquistar el sillón más codiciado del deporte mundial. Ni volar 26 horas en menos de dos días, ni buscar el aura del fallecido Nelson Mandela para sumar votos. Lo hizo Infantino, que aceptó a último momento una invitación de otro de los candidatos, el sudafricano Tokyo Sexwale, y voló el domingo de Ginebra a Ciudad del Cabo para visitar la prisión de Robben Island, aquella en la que el líder sudafricano pasó 18 años durmiendo en el piso sobre una esterilla. Sexwale, compañero de cárcel del que luego sería presidente de Sudáfrica, es también candidato a dirigir la FIFA, aunque incluso él admite que la postulación es a esta altura sólo testimonial.

"Soy realista. Estoy abierto a alianzas, a negociaciones", dijo ayer el ex ministro de Vivienda sudafricano, un hombre también controvertido en su país debido a los negocios que hizo en los últimos años. Que Sexwale se declare dispuesto a una alianza con Infantino debe sonarle a infame traición a Jérôme Champagne, un ex diplomático francés que recorre el mundo desde hace años defendiendo los derechos de las federaciones y los clubes africanos y latinoamericanos, además de ponerle especial atención a la causa palestina. Champagne llegó a ser secretario general adjunto de Blatter, junto al que impulsó Sudáfrica 2010, el primer Mundial de la historia en África. Y ahora ve cómo la UEFA, encarnada en Infantino, su secretario general, puede llevarse una tajada de los codiciados votos africanos. Champagne está convencido de que la europea es una confederación que daña al fútbol, de que su hemorragia de millones está matando al juego. Pero los africanos no parecen verse atraídos por ese discurso y votarán a Al-Khalifa o a Infantino. Durante el último fin de semana circuló incluso la versión de que Champagne renunciaría a la candidatura. "Es el mejor chiste que haya escuchado", dijo ayer el francés a la nacion.

Hay un quinto y último candidato, quizás el más conocido por los argentinos: el príncipe jordano Ali Bin Al-Hussein. En mayo recibió el apoyo de una UEFA sin candidato y obsesionada por derrotar a Blatter. Al-Hussein perdió sin atenuantes contra el suizo, y en el camino a su segunda postulación se quitó de encima a Diego Maradona, al que meses antes había dejado soñar con una hipotética vicepresidencia de la FIFA. Por las dudas, para que nadie pensara que abandonó la carrera, el jordano reclamó en público que se vote en una cabina transparente. "Sólo así se garantizará que cada votante seguirá sólo su corazón y su conciencia", argumentó. Ni él debe de creerse la frase de cara a una elección que convoca a las 209 federaciones miembros del deporte que más pasión y negocios genera en el mundo.

La Conmebol ya tiene decidido apoyar a Infantino, una opción que no deja de ser un gran desvío respecto de una tradición de décadas. Aliada con el brasileño João Havelange, primero, y con el anti-UEFA Blatter, después, la Conmebol siempre encontró la manera de contrapesar a Europa, pese a su inferioridad política de diez votos contra 54. Incapaz de generar un candidato propio -la razzia del FBI se llevó por delante a casi todos sus dirigentes de primera línea-, América del Sur no tiene opción real. Elige a Infantino o se decanta por un representante de la autocracia de Bahrein. Sería entregarse a un país sin historia ni peso en el fútbol y a un jeque seriamente cuestionado por organizaciones de defensa de los derechos humanos.

Aunque al final, lo que haga o no la Conmebol podría quedar en anécdota si se confirmara el último y persistente análisis: Al-Khalifa tiene ya mayoría con los votos de Asia y África, y el viaje de Infantino -que habría aceptado ser secretario general, número dos del jeque- fue para persuadir a Sexwale de dejar una carrera ya definida.

 

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