Hay quien sostiene que lo asombroso de Messi es que viendo su zurda aún tenga la pierna derecha. No es el único arcano de este fenómeno de fenómenos, cuyo observatorio trasciende los títulos, los goles de otro planeta. Es mucho más que todo eso. Sin que estuviera previsto, aquel enclenque regateador a toda mecha ha evolucionado hacia un futbolista total, un jugador con momentos de Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona.
La versatilidad del primero, la puntería del brasileño, el despegue y frenada del holandés y el muestrario de prestidigitador de su compatriota, tan abracadabrante o más que aquel. Ha emulado los goles de todos los genios, hasta con la mano, y ya ha tenido su Gentile particular (Balenziaga). Su romance con la pelota no tiene fin. ¡Y le falta algo menos de un mes para cumplir solo 28 años!.
La primera vez que se vio algo parecido fue en México 70. Brasil jugaba con una delantera que fue apodada Los cinco dieces (Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino) porque cada uno de ellos llevaba el número 10 en la camiseta de su club. Es decir, cada uno de ellos estaba habituado a ser el cerebro, el organizador, el jefe. Y no crean que mandaba Pelé, O Rei, el mejor del planeta. Cuando se trataba de decidir, decidía Gerson. Por carácter (le llamaban O Papagaio porque no callaba y casi todo lo que salía de su boca eran órdenes) y por versatilidad (su zurda era tan eficaz en el puesto de ariete como en el de mediocentro). Pese a ser una delantera de dieces, en la derecha operaba alguien con vocación de delantero y una cierta velocidad; es decir, alguien que podía pasar por extremo: Jairzinho. En la izquierda, en cambio, estaba Rivelino. Un hombre bajito, con las piernas cortas, habituado a jugar al paso y especialista en el regate inmóvil.
Cuando Rivelino tenía un defensa delante, se detenía y bajaba los brazos. A su alrededor todos hacían lo mismo. Paraban y esperaban. Pasaban los segundos y se planteaban tres opciones. Una, el defensa pateaba la tibia de Rivelino. Dos, el defensa iba en busca del balón, pero ni el balón ni Rivelino estaban allí. Tres, el defensa seguía esperando, pero ni el balón ni Rivelino estaban allí. Fue uno de los mejores regateadores de todos los tiempos, además de poseer un disparo (la patada atómica) que generaciones de chutadores han tratado de imitar. Pues bien, parte de la magia de aquel equipo, aún hoy considerado el patrón oro, consistía en que el auténtico 10 jugaba en la banda izquierda. Porque además de driblar y chutar, Rivelino era un pasador genial. Y de esa asimetría se beneficiaban los demás dieces, en especial Pelé.
Hay otros casos gloriosos de asimetría. El Manchester United que remontó la gran final europea ante el Bayern, por ejemplo. David Beckham era el organizador y jugaba en la banda derecha. En el Real Madrid fue ubicado en el centro y perdió parte de su magia. Cuando se fue Beckham, el Manchester desplazó su capacidad de pensar hacia la otra banda, la izquierda, donde estaba Ryan Giggs. El Real Madrid de la Quinta del Buitre tenía su cerebro, Míchel, a la derecha, tan a la derecha que a veces podía pasar por extremo.
Instalar el estado mayor en un lado no significa que el juego pase por ese lado. Un buen organizador desplaza fácilmente el balón hacia la otra banda y fabrica ventajas en un segundo. Significa que el equipo contrario se ve ladeado, en la posición más difícil para la defensa. Dicho de forma simple, es mucho más sencillo defender el juego frontal que el lateral. El Messi delgado y explosivo de estos meses, desplazado hacia la derecha, crea para los suyos una superioridad casi antideportiva.
Artículo tomado de El Mundo y El País, con opiniones de Enric González y José Samano.