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El Papa Francisco ha intentado mantener una actitud diplomática con Moscú ante la guerra de Ucrania, pero las tensiones con el patriarcado de Moscú no han parado de crecer. 

Un grupo de monjes ortodoxos en la disputada región ucraniana del Donbás atraviesa una particular crisis de fe. Mientras en los últimos meses decenas de religiosos ucranianos antiguamente afiliados al patriarcado de Moscú se han pasado a la Iglesia ortodoxa de Kiev, ellos han decidido no dar ese paso.

Situados en el Monasterio de Sviatohirsk, considerado uno de los sitios de peregrinaje más importantes para el mundo ortodoxo y situado a orillas del estratégico río Donets —actualmente, uno de los frentes en los que están avanzando las tropas rusas—, los monjes han sido acusados de traicionar a Ucrania por su negativa a abandonar la Iglesia del enemigo que lleva meses invadiendo su nación.

El Monasterio de Sviatohirsk es solo uno de los símbolos de los embrollos religiosos que la guerra de Ucrania ha traído consigo. Dentro de Roma, a miles de kilómetros de distancia, el Vaticano vive su propio dilema. El papa Francisco, que como sus predecesores activó desde un inicio sus canales diplomáticos para intentar frenar la guerra en la medida de lo posible, no parece muy convencido, meses más tarde, de su postura y vive sometido a una lluvia de críticas.

 

Algunos analistas consideran que esto se debe a que Francisco, poco a poco, está poniendo fin a su política multilateralista con Moscú y va camino de asumir una posición más rígida hacia el presidente ruso, Vladímir Putin. De ser así, el preámbulo habrá sido la creciente tensión entre el pontífice y el patriarca Kiril, jefe de una Iglesia que tiene 150 millones de acólitos en Rusia.

Seis años después del encuentro histórico (el primero en 1.000 años de historia) entre el Papa y el patriarca ortodoxo de Moscú, ocurrido en Cuba en febrero 2016, la relación entre ambos pasa hoy por sus horas más bajas. Tras semanas de mantener posturas diplomáticas, el Papa pasó en mayo a criticar al líder religioso ruso, que desde el comienzo de la guerra ha apoyado sin tapujos la invasión de Ucrania. “Hermano, no somos sacerdotes de Estado, no podemos usar el lenguaje de la política, sino el de Jesús. El patriarca no puede convertirse en el monaguillo de Putin”, afirmó Francisco, al relatar una conversación telemática mantenida entre los dos, en la que el ruso le leyó “todas las justificaciones de la guerra”. Visiblemente molesta, la oficina de prensa de Kiril respondió que "tales declaraciones no contribuyen a establecer un diálogo constructivo entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa rusa, que es particularmente necesario en este momento". El férreo respaldo de Kiril al presidente ruso ha sido la llama que ha avivado el fuego de la división. A finales de febrero, con la invasión de Ucrania ya en marcha, el patriarca, jefe de la Iglesia ortodoxa de Moscú desde 2009, aseveró que los opositores de Rusia en Ucrania eran “fuerzas del mal”. Posteriormente, sostuvo que en el país vecino había una lucha “metafísica” por culpa de algunas elites liberales extranjeras, que incluso pretenderían que los países lleven a cabo “desfiles gais”.

Foto: El papa Francisco. (EFE/Giuseppe Lami)

El Kremlin no se ha quedado al margen de este conflicto religioso. El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, acusó recientemente a Estados Unidos de estar promoviendo “la crisis entre los ortodoxos” y de financiar “al patriarca Bartolomé de Constantinopla y su política de división”. Moscú no perdona al patriarca ecuménico de la Iglesia ortodoxa, con sede en Turquía, por haber respaldado y oficializado la creación hace tres años de la Iglesia ucraniana independiente, que las autoridades religiosas rusas no reconocen. En aquel entonces, el Departamento de Estado de EEUU elogió el nacimiento de la joven Iglesia, cuyo patriarca es Epifanio I. Pese a las tensiones, el Papa, que sin duda tiene una mejor relación con Bartolomé que con Kiril, ha intentado mantener una difícil posición de equilibrismo diplomático ante el conflicto.

En una entrevista reciente al diario italiano 'Il Corriere della Sera', el pontífice criticó a Rusia, pero al mismo tiempo se quejó por la lógica armamentística de Occidente y la actuación expansionista de la OTAN en la región. “Las guerras se hacen por eso, para probar armas que se han producido”, añadió. Y, acto seguido, semanas después, envío su saludo al patriarca de Moscú en ocasión de su santo patrono. La tibieza de Francisco en las primeras semanas del conflicto, cuando no culpó directamente a Rusia por la guerra de Ucrania, también le han valido reproches de los sectores más conservadores de la Iglesia católica, siempre listos ellos en aprovecharse de cualquier fisura para atacar al argentino. En otro episodio, en el 'Vía Crucis' de la pasada Pascua, Francisco permitió que un mujer ucraniana y su amiga rusa desfilaran juntas, en un gesto que irritó a Kiev.

En esta guerra de desgaste y de ambigüedades, el resultado de las maniobras del Papa sigue siendo agridulce. La decisión de Kiril esta semana de cambiar su responsable de Relaciones Exteriores, Hilarion, ha sido vista desde el Vaticano como un reflejo de un reforzamiento del frente de los jerarcas ortodoxos rusos favorables a la invasión de Ucrania.

El metropolitano que lo remplazará, Antonio de Korsun, es considerado uno de los hombres más cercanos al patriarca, al haber sido, entre otras cosas, su secretario. La medida llega poco después de que, a finales de mayo, el patriarcado de Kiev de los ortodoxos ucranianos fieles a Moscú —la tercera gran familia ortodoxa que existe en Ucrania— anunciara que también ha cortado relaciones con Rusia, un revés histórico para Moscú. La razón del ejercicio de equilibrismo del Papa es que considera que a lo que se enfrenta el mundo actualmente es algo nuevo, una “Tercera Guerra Mundial en pedazos”, como dijo en su momento el propio Francisco y recordaba en una de sus últimas intervenciones el jesuita Antonio Spadaro, uno de los asesores más cercanos del pontífice argentino. Spadaro también añadió: “En este tiempo de guerra, están involucradas también las Iglesias y sus relaciones ecuménicas. El verdadero problema es que, si las Iglesias renunciasen a su diálogo de comunión a cualquier coste, se entregarían al nacionalismo”. Un análisis que, en los casos de Moscú y Kiev, parece llegar tarde.

Fuente: Diario El Confidencial España 

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