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Hace mucho tiempo que la guerra dejó de ser el motor del “progreso” tecnológico y científico y, de hecho, las últimas noticias sobre Ucrania nos recuerdan que la relación es justo la contraria: que la Guerra pone en riesgo la exploración espacial.

Sobre este tema el Diario La Razón de España presentó el siguiente artículo: 

Desde la revolución industrial las ciencias y la tecnología han ido desarrollando una relación totalmente inédita. Antes, los avances tecnológicos iban casi a ciegas, tal vez por intuición, pero siempre por golpes de suerte o por una infinita lista de errores. 

Sin embargo, a partir de este momento las ciencias comenzaron a orientar a la tecnología en sus empresas y la tecnología se puso al servicio de las ciencias; y no solo porque les prestara herramientas para sus investigaciones (microscopios, telescopios, la electrónica…), sino de una forma mucho más fundamental, aclarando el funcionamiento de algunos hechos que las ciencias se esforzaba por entender. 

Ahora, ambas están absolutamente imbricadas y no necesitan saciar voluntades belicistas para avanzar. De hecho, ha logrado mantener a flote aquel espíritu griego donde se valoraba entender por encima de aplicar. Ahora son autónomas y, gracias a los avances en cuestiones sociales y económicas, cuando buscan aplicaciones lo hacen persiguiendo fines más nobles, como la salud, la conservación del medio ambiente o el desarrollo de materiales más seguros. Sin embargo, todo ello podría estar en peligro.

 

Todo lo contrario

Hay que reconocer que, si tenemos en cuenta los presupuestos destinados a investigación y aquellos dedicados a cuestiones militares, la mayoría de los países están fuertemente desequilibrados. Un conflicto, en todo caso, podría desigualar más este reparto y restar a la ciencia los fondos que el ejército requiera. Sin embargo, hay una segunda manera en que la guerra puede afectar a la investigación científica, y es la de las colaboraciones rotas. Desde mediados del siglo pasado las ciencias han sufrido una explosión de megacolaboraciones entre distintos países. Solo así podíamos enfrentarnos a nuevos retos, poniendo en común el presupuesto y las mentes de varios países. De iniciativas como estas ha nacido el CERN, por ejemplo, ese anillo acelerador de partículas de 27 kilómetros de perímetro. Y, por supuesto, solo así hemos logrado explorar el espacio como lo estamos haciendo.

No podemos ni debemos ocultar que solo empezamos a invertir en la exploración espacial cuando vimos su potencial militar, al comenzar la guerra fría, cuando poner algo en órbita era una manera de decir: esto ha sido un satélite, pero la próxima vez podría ser una cabeza nuclear. Sin embargo, es igual de cierto que la carrera espacial terminó en 1975 con un símbolo de paz: la unión entre una nave soviética y una americana, permitiendo que sus tripulantes pasaran de una a otra para colaborar en unos experimentos. Tan solo 9 años después se propuso algo todavía más icónico: la construcción de una nueva estación espacial conjunta entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Desde entonces la colaboración entre distintos programas espaciales se ha vuelto la norma y la simbiosis es tal que muchos proyectos serían imposibles sin la participación de ambas agencias (NASA y Roscosmos). Precisamente por eso, la guerra entre Ucrania y Rusia ya está teniendo consecuencias en un escenario aparentemente tan alejado como puede ser el de la exploración espacial.

Fotogalería: Así se ven las huellas de la guerra en Ucrania desde el espacio  • Internacional • Forbes México

Las sanciones han dejado el mar revuelto y sin pescadores que reclamen sus ganancias. Roscosmos, por su parte, ha planteado abandonar su participación en la Estación Espacial Internacional en 2024 a pesar de las intenciones de Estados Unidos de alargar la colaboración hasta 2030. De hecho, las sanciones podrían adelantar notablemente este abandono ruso. Es cierto que la NASA podría intentar mejorar sus naves Cygnus para suplir las funciones que ahora cumple Roscosmos (manteniendo a la estación en órbita gracias a sus propulsores y el combustible ruso). Sin embargo, no está clara la viabilidad de esta solución y tampoco resolvería el mayor problema: la ruptura de esa colaboración que tan grande ha hecho a la exploración espacial.

Por otro lado, la misión conjunta de exploración marciana, ExoMars 2022, podría quedar cancelada a tan solo unos meses de su lanzamiento. La Agencia Espacial Europea ya ha indicado que, como pronto, tendrá lugar en 2024, pero Rusia podría oponerse, aunque la NASA encontrara una forma de suplir el cohete ruso Protón-M. Puede que su rover Rosalind Franklin nunca llegue a buscar vida en Marte. En cualquier caso, a esos futuribles se suman muchos hechos presentes. Rusia ya muestra desconfianza y amenaza con no poner en órbita los satélites del proyecto OneWeb si la empresa no demuestra que estos carecen de propósitos militares. El programa espacial ucraniano ha quedado bastante desarticulado, por supuesto, Rusia ha cancelado su colaboración con la NASA para explorar Venus y otros países han empezado a seguir sus pasos, cortando hilos con uno o con otro lado. Esto es lo que ha ocurrido en apenas dos semanas, pero lo que se avecina podría ser un punto final a la era espacial que conocemos. Solo el tiempo nos dirá si ha terminado el sueño y debemos despedirnos de lo que, hasta ahora, ha sido uno de los mayores logros colaborativos de la humanidad.

Fuente: Diario La Razón España 

 

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