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El "Rey del Rock 'n Roll" Elvis Presley es hasta la fecha una figura enigmática. En un repaso por su controversial vida, el autor Ray Connolly destaca varias de sus excentricidades.

Ser Elvis (Alianza Editorial) trata de acercarse a la figura de Aaron Elvis Presley desde todos sus ángulos, narrando el ascenso y caída del ídolo del rock con cada concierto, cada pastilla y cada decisión que el rey tomó durante 24 años de carrera. La misoginia, las relaciones con menores de edad o el abuso de sustancias, conforman el decorado de una tragedia anunciada casi desde el primer acorde que el rey grabó para Sun Records en 1954. 

Ray Connolly hace un soberbio trabajo de investigación, recreando un Elvis cercano y personal, inmerso en unos Estados Unidos en constante transformación. Desde la idolatría de su público hasta la reclusión en Graceland y su distanciamiento del resto del mundo que le harían escoger "estar inconsciente antes que deprimido"

El NoDoz y la bencedrina corrían en una época en el que las recetas médicas se dispensaban en función de la necesidad, por encima del diagnóstico. Elvis no era un drogadicto, pero sintió desde muy joven el peso de una responsabilidad que le obligaba a mantener jornadas maratonianas.

Su matrimonio con Priscilla llegó en un momento de reclusión absoluta. Graceland se convirtió en su bastión personal, recibiendo exclusivamente las visitas de amigos y conocidos, un círculo cada vez más cerrado ante la desconfianza del rey. 

Connolly recoge una de las anécdotas más excéntricas del Elvis de la década de los 70. La recién estrenada película Woodstock había colocado el movimiento hippie en el ojo mediático. El cantante odiaba la nueva corriente antibélica que barría el país en plena guerra de Vietnam. Cuando el jefe de policía de Houston le otorgó su propia placa honorífica se prendió la mecha de una obsesión que le acompañaría en los años siguientes. 

Elvis llegó a coleccionar más de mil, de todos los cuerpos del país. Las noticias sobre las correrías de los Manson aumentaron sus tendencias paranoicas, decidió que no iría a ningún sitio sin sus pistolas, obligando al resto de su séquito a obtener una licencia de armas. En tres días se llegó a gastar más de 20.000 dólares en armas y munición en Beverly Hills.  

Las navidades de 1970 los gastos del rey habían aumentado tanto que las finanzas en Graceland peligraban, anunciando una ruina inminente si Elvis no dejaba de gastar a diestro y siniestro. Priscilla, El Coronel y su padre le reprocharon el tren de vida que llevaba, pero el cantante no se lo tomó bien y decidió huir de casa sin un rumbo fijo.

Elvis no había viajado solo en casi dos décadas. Su fama convertía cualquier excursión en un peligro que ni siquiera las dos pistolas con empuñadura de oro que le acompañaban a todos lados podían aliviar. Condujo hasta Memphis para tomar un vuelo a Washington, sin tener un destino claro. 

Una vez en Washington telefoneó a varios amigos para que se reuniesen con él, alquilando una limusina y revelando finalmente el motivo del viaje: debían ir a la Casa Blanca para que el presidente Nixon le diese una placa de la Oficina Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas, un departamento del FBI que hacía su agosto en plena década hippie. 

Presley garabateó una nota durante el vuelo en un papel de American Airlines, plagado de tachones y renglones torcidos. "He hecho un estudio en profundidad sobre el abuso de las drogas y las técnicas comunistas de lavado de cerebro y estoy justo en el meollo del tema".

El presidente recibió a Presley quien había tomado un par de bencedrinas antes de la reunión para mantenerse alerta. Allí empezó su diatriba contra los Beatles, Jane Fonda, el antibelicismo y el peligro de los jóvenes antipatrióticos. Nixon debía estar atónito, aunque complacido con una visita que coincidía con unos datos de popularidad por los suelos, solo dos años después estallaría el Watergate. 

Elvis extendió sobre el escritorio del presidente su colección de placas, rogando que le concediesen una de la oficina de Narcóticos, un deseo que le fue concedido. Radiante, el cantante abandonó la Casa Blanca con una anécdota que repetiría durante los meses siguientes a amigos y conocidos, complacido con su labor como ciudadano americano. 

 

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