El problema de la basura espacial es una seria amenaza para la industria, el comercio y nuestro futuro como especie interplanetaria. Afortunadamente, acaban de lanzar la primera misión para solucionarlo desde el cosmódromo de Baikonur.
Hay más de 26.000 trozos de basura más grandes que una pelota de tenis orbitando la Tierra, más de medio millón del tamaño de canicas y unos 128 millones de objetos menores de un centímetro.
La mayoría de esta basura está viajando a 20.600 kilómetros por hora, seis veces la velocidad de una bala. A esa velocidad, el impacto de una de esas pelotas de tenis puede destruir un satélite de varias toneladas de peso. Un objeto del tamaño de una canica puede agujerear el blindaje de cualquier nave. Y un grano de pintura puede penetrar el traje de un astronauta como si estuviera hecho de papel.
Aparte de ese peligro permanente para los astronautas, lo más grave es que en cualquier momento puede haber una reacción en cadena que arrase con varios satélites vitales, con efectos potencialmente catastróficos para millones de seres humanos en la superficie.
Nuestras vidas en esta sociedad industrializada dependen totalmente de los satélites, desde las comunicaciones globales hasta el transporte por tierra, mar y aire, pasando por el control de cosechas y la predicción meteorológica.
El ser humano lleva lanzando objetos al espacio desde el 4 de octubre de 1957, cuando la Unión Soviética puso en órbita el Sputnik comenzando la carrera espacial. Y aunque el Sputnik terminó desintegrándose al caer a la Tierra, ahí arriba hay de todo.
El problema es realmente serio. Según el Dr. Heiner Klinkrad, un especialista en basura espacial que trabaja en el centro de operaciones espaciales europeo en Darmstadt, Alemania. Aunque es difícil de estimar, Klinkrad calcula que el tiempo medio de colisiones es de 10 años. Parece muy poco, dice, pero cuando tienes en cuenta de que una colisión puede destruir un satélite o la estación espacial, esta cifra es muy preocupante.
Ante esta perspectiva, la ESA y otras agencias y organizaciones están buscando una manera de limpiar la órbita terrestre. Pero la realidad es que todavía no hay una idea clara de cómo hacerlo. Por una parte está la propuesta de ClearSpace, la empresa que va a intentar completar la misión que la ESA anunció en 2019. Según la agencia espacial europea, será la primera misión que eliminará un “objeto inactivo” de la órbita terrestre en 2025.
ClearSpace-1 utilizará una nave equipada con tentáculos metálicos que atrapará el objeto y luego lo derribará de su órbita para destruirlo en la reentrada.
Pero a la ESA se le ha adelantado la misión de la que hablábamos al principio de este artículo: la ‘start-up’ japonesa Astroscale acaba de lanzar la primera misión diseñada para prevenir la basura espacial a bordo de un cohete Soyuz 2 desde el cosmódromo de Baikonur.
La misión demostrará cómo futuros satélites pueden ser equipados con anclajes magnéticos que hagan fácil su eliminación al final de su vida útil. La nave de Astroscale —cuyo eslogan es “asegurando la sostenibilidad espacial”— perseguirá una nave más pequeña con este anclaje, ensayando diferentes maniobras de captura hasta su caída a la Tierra en octubre o noviembre de este año.
Hasta entonces seguiremos lanzando satélites que pasarán a engrosar la nube de porquería espacial. Y, aun así, varios expertos apuntan que estas dos soluciones no podrán mantener el espacio limpio a no ser que vengan acompañadas de un marco económico que regule a los operadores.
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