Esta semana ciudades de toda China se apresuraban a instalar camas de hospital y construir clínicas de detección de fiebre, mientras las autoridades informaban de más muertes y crecía la preocupación internacional por la inesperada decisión de Pekín de dejar que el coronavirus circule libremente.
China comenzó a desmantelar este su estricta política de “cero COVID”, de confinamientos y pruebas diagnósticas, tras las protestas contra unas restricciones que habían mantenido a raya el virus durante tres años, pero con un gran coste para la sociedad y la segunda mayor economía del mundo.
Ahora, a medida que el virus se extiende por un país de 1.400 millones de habitantes que carecen de inmunidad natural tras haber estado protegidos durante tanto tiempo, crece la preocupación por las posibles muertes, las mutaciones del virus y el impacto en la economía y el comercio.
Riesgo de nuevas variantes
“Cada nueva oleada epidémica en otro país conlleva el riesgo de nuevas variantes y este riesgo es mayor cuanto mayor es el brote y la actual oleada en China se perfila como grande”, afirmó Alex Cook, vicedecano de investigación de la Escuela de Salud Pública Saw Swee Hock de la Universidad Nacional de Singapur.
“Sin embargo, inevitablemente China tiene que pasar por una gran oleada de COVID-19 si quiere llegar a un estado endémico, en un futuro sin confinamientos y sin los perjuicios económicos y políticos que de ello se derivan”, agregó
El portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Ned Price, declaró el lunes que la posibilidad de que el virus mute a medida que se propaga en China es “una amenaza para la gente de todo el mundo”.
Pekín informó el martes de cinco muertes relacionadas con el COVID, tras las dos del lunes, que fueron las primeras víctimas mortales notificadas en semanas. En total, China ha informado de sólo 5.242 muertes por COVID-19 desde que la pandemia surgió en la ciudad central de Wuhan a finales de 2019, una cifra muy baja para los estándares mundiales.
Sin embargo, hay crecientes dudas de que las estadísticas estén reflejando el verdadero impacto de una enfermedad que está arrasando las ciudades después de que China eliminara las restricciones que incluían la mayoría de las pruebas obligatorias el 7 de diciembre.
Desde entonces, algunos hospitales están desbordados, las farmacias se han vaciado de medicamentos y muchas personas se han autoimpuesto confinamientos, poniendo a prueba los servicios de reparto.
“Es un poco molesto reabrir de repente cuando el suministro de medicamentos no estaba suficientemente preparado”, dijo Zhang, un repartidor de 31 años de Pekín que no quiso dar su nombre completo. “Pero apoyo la reapertura”.
El 10% de la población mundial podría infectarse pronto
Algunos expertos en salud calculan que el 60% de la población china —equivalente al 10% de la población mundial— podría infectarse en los próximos meses y que más de dos millones podrían morir.
En la capital, Pekín, los guardias de seguridad patrullaban la entrada de un crematorio designado de COVID-19, donde periodistas de Reuters vieron el sábado una larga fila de coches fúnebres y trabajadores con trajes protectores contra materiales peligrosos que transportaban a los muertos al interior. No pudieron determinar si las muertes se debían al COVID-19.
En Pekín, que se ha convertido en el principal foco de infección, los viajeros, muchos de ellos tosiendo en sus mascarillas, volvieron a los trenes para ir a trabajar y las calles volvieron a la vida después de haber estado prácticamente desiertas la semana pasada.
Las calles de Shanghai, donde las tasas de transmisión de COVID-19 están alcanzando a las de Pekín, estaban más vacías y los trenes subterráneos sólo iban medio llenos.
“La gente se mantiene alejada porque está enferma o tiene miedo de enfermar, pero ahora creo que es sobre todo porque está realmente enferma”, dijo Yang, un entrenador de un gimnasio casi vacío de Shanghai.
En las últimas semanas, las altas autoridades sanitarias han suavizado su tono sobre la amenaza que supone la enfermedad, dando un giro de 180 grados con respecto a mensajes anteriores en los que se afirmaba que el virus debía erradicarse para salvar vidas, incluso mientras el resto del mundo se abría.
También han restado importancia a la posibilidad de que la variante ómicron, ahora predominante, pueda volverse más virulenta.
“La probabilidad de una gran mutación repentina (…) es muy baja”, declaró Zhang Wenhong, un destacado especialista en enfermedades infecciosas, en un foro celebrado el domingo.
Presiones al sistema sanitario
No obstante, cada vez hay más indicios de que el virus está afectando al frágil sistema sanitario chino.
Las ciudades están redoblando sus esfuerzos para ampliar las unidades de cuidados intensivos y construir clínicas de detección de la fiebre, instalaciones diseñadas para evitar una mayor propagación de la enfermedad contagiosa en los hospitales.
En la última semana, grandes ciudades como Pekín, Shanghai, Chengdu y Wenzhou anunciaron que habían añadido cientos de clínicas de detección de la fiebre, algunas en instalaciones deportivas reconvertidas.
El coronavirus también está golpeando la economía china, que se espera que crezca un 3% este año, su peor resultado en casi medio siglo. Según los economistas, las bajas de trabajadores y camioneros están ralentizando la producción y perturbando la logística.
Una encuesta de World Economics mostró el lunes que la confianza empresarial de China cayó en diciembre a su nivel más bajo desde enero de 2013.
La debilidad de la actividad industrial en el principal importador de petróleo del mundo ha limitado las ganancias de los precios del crudo y ha hecho bajar el cobre.
China mantuvo los tipos de interés de referencia sin cambios por cuarto mes consecutivo el martes.