Vivir estos días en Suecia es como vivir en una especie de oasis. Restaurantes, centros comerciales, gimnasios, peluquerías… todo sigue abierto, y están permitidas las reuniones de hasta 500 personas. El Gobierno insiste en extremar la higiene y quedarse en casa ante el mínimo síntoma de enfermedad. A los mayores de 70 años les aconseja minimizar el contacto social.
Por lo demás, casi todo sigue funcionando con normalidad. Las guarderías y las escuelas, también. Las universidades tienen la recomendación de seguir con los cursos de forma telemática, aunque las instalaciones están abiertas, y sigue habiendo estudiantes en las bibliotecas y las zonas comunes. El argumento para no cerrar escuelas es que no hay suficiente literatura científica que evidencie que sean un foco de propagación del virus, a la vez que sería contraproducente obligar a los padres a quedarse en casa para cuidar a sus hijos, especialmente aquellos con trabajos esenciales.
Con unos 10 millones de habitantes (el 20%, mayores de 65 años), Suecia ha contabilizado 25 muertes y ha detectado 2.016 infecciones, si bien las pruebas están limitadas a la población de riesgo y a los casos más graves.
Si la enfermedad se extiende puede haber problemas en los hospitales. Suecia tiene 5,1 camas de UCI por cada 100.000 habitantes (Alemania tiene 9) y según la Sociedad Sueca de Anestesiología y Medicina de Cuidados Intensivos, sólo hay 574 respiradores.
El Gobierno, formado por una coalición de socialdemócratas y verdes, se resiste a seguir el mismo camino que el resto de Europa y rehúsa tomar medidas drásticas contra la tan preciada libertad individual.
Las empresas se han visto gravemente afectadas por el coronavirus y el primer ministro, Stefan Löfven, se lo está pensando mucho antes de ir más allá y restringir la actividad económica. Hasta ahora, se ha escudado en las recomendaciones de la Agencia de Salud Pública y, más concretamente, del epidemiólogo jefe, Anders Tegnell, la cara visible de esta crisis. Al menos, hasta el domingo por la noche, cuando Löfven dio un paso al frente y habló en televisión, algo extremadamente inusual en Suecia. El último discurso televisado de un primer ministro fue en el 2003, después del asesinato de la entonces ministra de exteriores, Anna Lindh.