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A finales de diciembre, las autoridades chinas informaron de la existencia de un nuevo coronavirus (el llamado COVID-19) en la ciudad de Wuhan. Enseguida, en enero, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dictó una emergencia sanitaria global (negándose a llamarle “pandemia” hasta ahora) y los mercados financieros se vieron sacudidos por el temor a que la epidemia cobre un importante coste económico. Hace unos días, a fines de febrero, se detectaron los primeros casos en Brasil, México y Ecuador, en ese orden, junto con su propagación a zonas como África, o los primeros casos en países como Dinamarca o los Países Bajos, dando fe de la agresividad y la rapidez con la que se propaga el virus.

El impacto humano ha sido alto con más de 2800 muertes confirmadas, la mayoría en la provincia de Hubei en China. Estas cifras superan ampliamente las del brote del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) que mató a cerca de 800 personas en 2002-2003.

En lo que respecta al impacto económico, se sentirá de manera más inmediata en los sectores vinculados al turismo, los viajes, el entretenimiento offline y las ventas minoristas, tanto dentro como fuera de China, provocando una oleada de profit warnings (revisiones a la baja en las estimaciones de beneficios) de muchísimas empresas. También puede haber problemas logísticos para el sector manufacturero a corto plazo y una alta volatilidad en el precio de las materias primas y los mercados financieros, anunciando que la actividad económica se enfriará significativamente, al menos hasta que la epidemia no llegue a su punto máximo. China parecería haber llegado a tal punto según informes médicos, y es de esperar que eso suceda en otras regiones, lo que podría no ser rápido, ampliando en el tiempo el impacto económico de la epidemia. Sin embargo, a medida que el virus se vaya controlando habrá margen para un repunte en la economía.

Por ahora, la peor parte, económicamente hablando, se la llevan China y la Unión Europa. Ya se estima una fuerte caída del crecimiento en China por el coronavirus (Beijing no ha ofrecido todavía un objetivo de PIB para 2020 y suele lanzar su estimación para el conjunto del año en el mes de marzo, pero antes de la epidemia preveía un 6 %, igual que el año pasado y su peor desempeño en casi tres décadas; hoy, en cambio, algunas previsiones hablan de un crecimiento de solo  3% para este año) y una ralentización del crecimiento en Alemania, Francia o España, o una franca recesión en Italia. Así, el crecimiento de la zona euro puede caer casi a la mitad este año (del 1 % previsto al 0,6 %).

Una actividad económica más débil en Europa y sobre todo en China, tendrá un impacto proporcionalmente mayor en el bajo crecimiento mundial actual. En términos globales, se estima que el coronavirus causará un descenso mundial del crecimiento. En lugar de un crecimiento mundial del 2,9 % previsto en noviembre, en un informe difundido por la OCDE ya se estima que el mundo crecerá solo 2,4 %. Y podría disminuir tal previsión, dependiendo de la duración de la epidemia. El impacto en Estados Unidos hasta ahora ha sido mínimo, pero podría agravarse en las próximas semanas, afectando aún más gravemente la dinámica comercial y productora globales.

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