La actriz Anya Taylor-Joy tiene 24 años y es la protagonista de Gambito de dama, que Netflix estrenó en octubre. Nació en Estados Unidos pero dice sentirse argentina, donde vivió unos años.
"Las empanadas, el pan de provolone que me gusta más que la pizza y los churros con dulce de leche”, dice Anya Taylor-Joy en una entrevista para Netflix que no se trata sobre empanadas ni sobre pan de provolone ni sobre churros con dulce de leche, sino sobre Gambito de dama, la serie que la tiene a ella como única protagonista y que se estrenó el pasado 23 de octubre. Desde entonces se mantiene entre las más vistas de Netflix.
Anya Taylor-Joy nació en Miami pero vivió los primeros seis años de su vida en Buenos Aires. Después se fue a Londres y después a Estados Unidos. Después empezó a trabajar como actriz y ya no tuvo un sitio al que llamarle casa. Por eso, dice en la entrevista para Netflix, no es de ningún lugar pero se siente argentina. Lo que dice, en realidad, es esto: “Mi actitud hacia la vida es argentina”. De ahí las empanadas, el pan de provolone y los churros con dulce de leche: la argentinidad gastronómica en su (casi) máxima expresión.
Gambito de dama es una buena historia, con un buen guion, una buena dirección, una buena fotografía, una buena producción, un buen vestuario y una buena actuación. Todo eso está al servicio de contar la vida de Beth Harmon, una niña que queda huérfana y termina viviendo en un orfanato. Allí descubre una inteligencia y un don para el ajedrez, un juego en el que se siente segura. La vida pasa en un tablero de 64 casilleros blancos y negros del que Beth es una reina invencible, inderrotable, inquebrantable.
También pasa entre alcohol y las pastillas, a las que recurre para poder controlar el juego. Y el mundo.
Sobre Beth, Anya dijo: “Había algo en el personaje de Beth que yo podía ver en mí misma, la sensación de tener un talento y estar aislada. Yo me podía ver mucho en ese personaje. Con Beth aprendí, o estoy aprendiendo todavía, a cuidarme mejor, a alimentarme bien, a asegurarme de que duermo bien, porque creo que en los últimos seis años de trabajar como actriz, siempre puse a los personajes primero. Y a Beth, para interpretarla bien, me tenía que cuidar”.
Gambito de dama podría ser solamente Taylor-Joy. Y estaría bien. Porque en el cuerpo y en la expresión de su cara tiene todas las emociones que Beth necesita y porque, además, tiene elegancia, misterio, delicadeza, inteligencia, destrucción y el aire de alguien nacido en otra época.
En el tercer capítulo, Peones doblados, Beth ya dejó de ser una promesa del ajedrez y es una chica a la que todos miran con respeto: se viste elegante y caro, viaja en primera clase y se queda en hoteles sofisticados. En un hotel Beth se enfrenta a Benny, el campeón de Estados Unidos. Camina hacia la mesa, se recoge la pollera, se sienta sin saludar a Benny. Beth no mira a nadie. Apoya los brazos sobre la mesa, inclina el torso hacia adelante y lo mira con los ojos grandes, como si fuese capaz de aniquilarlo con un pestañeo. Después apoya la cabeza sobre las manos y fija la mirada en el tablero: lo recorre, calcula cada movimiento, lo mira como quien observa a una fiera que se quiere domesticar, controlar. Después empieza la partida. Cuando termina esa escena, uno cree que podría olvidarlo todo. Menos los ojos de Beth. Gambito de dama no es solo Anya Taylor-Joy. Pero si lo fuese, estaría bien.
De ningún lugar
Anya dice ella, silla o cuchillo con la doble ele exageradamente marcada, exageradamente profunda, exageradamente porteña. En vez de pronunciar set, Anya pronuncia sat, en lugar de decir Beth, Anya pronuncia Bath, en un inglés llevado al límite. Cuando Anya habla en español mezcla palabras en inglés y cuando habla en inglés se refiere al dulce de leche como dulce de leche, así, sin traducción, sin inglés.
Anya, ha dicho, no es de ninguna parte. Y por eso no habla con las formas de ningún lugar.
“Tengo un sentido del humor muy británico, pero a la hora de expresar mi afecto soy muy latina, me gusta abrazar y estar cerca de la gente. Soy muy apasionada y supongo que eso viene de mi abuela española. Cuando me enojo insulto en castellano. Además los españoles tienen una pasión por la vida que comparto”, dijo en una entrevista con La Vanguardia. A Anya le gusta no ser de ningún lugar. Anya juega a no ser de ningún lugar.
Nació el 16 de abril de 1996 en Miami, Estados Unidos, pero los primeros seis años los vivió en Buenos Aires. Su madre es española inglesa y su padre es argentino escocés. La siguiente ciudad fue Londres. Anya demoró dos años en estudiar inglés aún viviendo allí. Se resistía porque no quería terminar de irse de Buenos Aires: abandonar la lengua, sustituirla, es una manera de dejarlo todo atrás.
Se adaptó de a poco y cuando quiso ver, un día iba caminando por Londres con su perro cuando alguien la vio, la siguió en un auto y le dijo que ella tenía que ser modelo. Anya nunca había pensado en modelar pero no le pareció una mala idea.
Anya tiene una cara de otro tiempo. La piel lisa y blanca, los ojos que siempre miran como si estuvieran sorprendidos, con la forma sigilosa en la que observan los animales, los pómulos marcados, elevados y tirantes, la boca que es como un corazón pequeño y acentuado, el cuello fino y prolongado, los brazos y las piernas largas, el torso derecho. El cuerpo delicado, fijo y hegemónicamente europeo.
Anya tiene una cara de otro tiempo: una belleza precámbrica, ingenua e intacta que vive y resalta entre pantallas de cine, Netflix y una cuenta de Instagram que tiene casi dos millones de seguidores y más de 1.000 publicaciones.
Entre los últimos 15 posteos allí —los primeros que alguien que se encuentra cuando entra a su cuenta ahora— nueve son de Gambito de dama. Las otras son fotos suyas, imágenes en apoyo al hashtag contra el racismo Black Lives Matter, la portada de una revista que la tiene a ella en la tapa y la foto de un medio que anuncia Furiosa, la película de Mad Max, de la que poco se sabe más allá de que será dirigida por George Miller y protagonizada por ella, a quien la revista Hola de Argentina catalogó como “el nuevo descubrimiento de Hollywood”; Vogue tituló una nota sobre Anya así: “La actriz nómada dispuesta a cambiar las reglas del juego en Hollywood” y La Vanguardia, así: “Un cóctel llamado Anya Taylor-Joy”.
Hace siete años, mientras hacía una campaña como modelo, recitó un poema. Un actor la escuchó y le dijo que ella tenía que ser actriz. Tuvo un casting y quedó para hacer un papel secundario en Vampire Academy. Un año después fue la protagonista de La Bruja, una película de terror dirigida por Robert Eggers, que el primer día de rodaje le agarró la mano y le enseñó qué era qué y quién era quién adentro de un set.
Desde ese día, Anya dice que lo que más le gusta de todo en su vida es estar en un rodaje. Tanto, que en los últimos dos años filmó siete películas. “A principios del año pasado estuve cerca de tener una crisis nerviosa porque no sabía cómo iba a hacer para poder cumplir con todos los compromisos que había adquirido. Finalmente rodé Emma —adaptación de la novela de Jane Austen— una durante un par de meses, me tomé un día libre, me fui a filmar Last Night in Soho con Edgar Wright, me tomé otro día libre y luego me fui a Berlín a grabar una serie para Netflix que terminé el 23 de diciembre. Así se fue mi año”, dijo en una de las tantas entrevistas que ha dado este año.
Aunque el mundo haya parado, la cara de Anya Taylor-Joy es una de las más vistas de Netflix. Nadie queda indiferente cuando Beth sentencia: "El ajedrez también puede ser hermoso". El mundo paró pero ella no para. No quiere parar.
Fuente: Diario El País Uruguay