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Cada vez que tomamos un vuelo comercial, no somos conscientes ni de la altura que alcanza el avión ni de las condiciones en las que se mueve. 

Muy a menudo, el comandante nos informa de las mismas: “Volamos a 33.000 pies, que son unos 10.000 metros, a unos 900 km/h y en el exterior la temperatura es de 50 grados bajo cero”. Escuchamos esto sin pensar qué significa realmente. A esa altura el aire es muy tenue, no hay apenas oxígeno y el ambiente es gélido. 

Es en esas condiciones en las que se desenvuelve la élite del paracaidismo militar, saltos extremos que ponen a prueba los límites de la resistencia humana.

Para conocer cómo son estos saltos, por qué se realizan y que dificultades entrañan, el diario español El Confidencial se fue al Aeródromo Militar de León. 

Es un lugar idóneo para el adiestramiento de la élite del paracaidismo militar, que se ha dado cita estos días durante el Ejercicio “Lone Paratrooper”, unas exigentes jornadas que se repiten cada año y que reúnen a los mejores paracaidistas de muchos países amigos y aliados.

En esta edición, el covid-19 ha obligado a restringir la presencia al ámbito nacional y han participado efectivos de la Brigada Paracaidista del Ejército de Tierra (que lidera el ejercicio), del Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC), una unidad de élite del Ejército del Aire, del Mando de Operaciones Especiales (MOE), de la Escuela de Paracaidismo de Alcantarilla y del Grupo Especial de Operaciones (GEO) del Cuerpo Nacional de Policía. En total 150 efectivos. Además, para llevar a cabo los saltos, el Ejército del Aire desplazó tres aviones y la Policía Nacional uno de sus helicópteros ligeros EC-135.

Aquí no hay saltos sencillos y todos se realizan con apertura manual y en distintos grados de dificultad. Un salto manual ya requiere un adestramiento específico más allá del que recibe la tropa paracaidista, que cuando salta lo hace abriéndose su paracaídas de forma automática nada más abandonar el avión. El salto manual requiere su técnica y su aprendizaje y son los realizados a gran altura, denominados HALO y HAHO, donde se ha de utilizar oxígeno, los más extremos y exigentes.

Saltos a gran altura con oxígeno

Chequeo de equipos previo al embarque. Patrulla de la CRAV. (Foto: Juanjo Fernández)

Estas modalidades de salto en paracaídas se realizan a gran altura, entendiéndose “gran altura” todo salto por encima de los 18.000 pies (casi 5.500 m), cota a partir de la cual se precisa de la utilización de oxígeno y motivo por el que a este tipo de saltos también se les denomine “con oxígeno”. En la práctica, la altura del salto dependerá de factores tácticos llegando a unos valores máximos de 35.000 pies, más de 11.000 metros de altura.

El salto HALO (High Altitude Low Opening) consiste en un lanzamiento a gran altura seguido de un rápido descenso en caída libre por parte del paracaidista, con una apertura del paracaídas a baja cota; el salto HAHO (High Altitude High Opening) también es un lanzamiento a alta cota, pero al contrario, aquí la apertura del paracaídas es también a alta cota (casi inmediata al salto), seguido de un largo vuelo (que puede ser superior a los 30 minutos) hasta que los saltadores llegan a tierra. Evidentemente en ambos casos es necesaria la utilización de oxígeno, máxime en el caso del HAHO, donde el paracaidista puede pasar buena parte del vuelo a gran altura.

Llevar a cabo uno de estos saltos requiere una profunda planificación y una compleja preparación. Tras un 'briefing' previo, cada paracaidista comienza a equiparse y se realizan varios exhaustivos chequeos de revisión de equipos antes del embarque en el avión y durante el vuelo. Todo el proceso puede emplear cerca de dos horas.

El avión debe ir equipado con un sistema de oxígeno independiente, al que se van conectando los saltadores y se inicia lo que se denomina “respiración previa”, cuyo objeto es ir aclimatando el cuerpo de los saltadores a las condiciones de presión y oxígeno que van a tener. Esta respiración previa se realiza a una presión equivalente siempre inferior a los 10.000 pies, que se logra presurizando de forma controlada la cabina del avión y tendrá una duración determinada en función de la altura del salto.

¿Por qué este tipo de saltos?

Se podría resumir diciendo que este tipo de saltos tienen por objeto la infiltración de tropas, sobre todo para reconocimiento. De cara a cualquier operación militar, saber cómo es el terreno controlado por el enemigo, conocer la disposición de sus defensas, sus fuerzas, sus movimientos, etc. es de crucial importancia e incluso en un entorno tan tecnológicamente avanzado con satélites, drones, aviones espía, etc., todos los países con ejércitos de cierta entidad utilizan equipos humanos de este tipo para reconocimiento. “Pisar el terreno”, ser capaces en un momento dado de realizar una acción de combate, establecer contacto con fuerzas aliadas, etc son tareas que solo así se consiguen.

La clave está en la discreción. Un salto HALO permite un lanzamiento de paracaidistas, siempre equipos reducidos denominados “patrullas”, de entre 6 y 20 efectivos según la misión, en la que el avión lanzador pasa a gran altura, por ejemplo camuflado como un vuelo comercial y donde los soldados llegan sin que nadie se entere y estarán en tierra operativos con gran rapidez.

Un salto HAHO permite muchas posibilidades. El avión, a gran altura, no tiene por qué sobrevolar el punto de llegada, a menudo en territorio enemigo. Solo tiene que sobrevolar una zona en la distancia y lanzar allí seguridad. Los paracaidistas se encargarán de hacer la ruta de aproximación en vuelo con absoluto sigilo. Con esta técnica se consiguen alcanzar grandes distancias desde el punto de lanzamiento. En este ejercicio, por ejemplo, se consiguió alcanzar una distancia de 48 km saltando desde 21.000 pies (6.400 m) de altura.

Dificultad extrema

En vuelo con el C-130 Hércules del Ala 31. La tripulación va equipada para vuelos a gran altura. (Foto: Juanjo Fernández)

Todo esto es de gran dureza y con un elevado nivel de exigencia. Además de un buen soldado y un buen paracaidista, al saltador HAHO se le exige ser buen navegante, aguantar (pese al equipo especial de frío) temperaturas muy por debajo de cero (a 30.000 pies hay 50 ºC bajo cero) y respirar oxígeno puro, lo que representa un tremendo desgaste físico.

Hacer un “vuelo” en paracaídas y recorrer 50, 60 km o más para llegar al punto exacto de destino agrupados, que es el éxito de la patrulla, no es nada fácil. Imaginen de noche, que es habitual. Pero eso, que parece lo importante, solo es el inicio de la misión. Solo ha sido la forma de llegar. A partir de ahí el paracaidista se convierte en un soldado muy adiestrado que establecerá contacto con el enemigo, observará, informará o emprenderá las acciones que se le encomienden y permanecerá dos, tres días o más, aislado y solo con el material y recursos que haya podido llevar consigo.

La tecnología ayuda. Las campanas cada vez son mejores y permitan llevar más peso y mejores sistemas de oxígeno permiten hacer vuelos más largos. Otra innovación de la Brigada Paracaidista es el empleo de un dispositivo denominado “Drogue”. Se trata de un elemento aerodinámico (parece un pequeño paracaídas) que se despliega nada más abandonar el avión y que produce un efecto de frenado (minimiza el “golpe” de la apertura de la campana) y estabiliza al paracaidista durante el vuelo. “Avanzar con el empleo de este dispositivo es uno de nuestros objetivos - nos explica el comandante Rolán, máximo responsable de este ejercicio y todo un veterano que lleva 16 años en la Brigada - un paracaidista en el salto va cargado, entre paracaídas, equipo de oxígeno, armas y material diverso, con 60 kg. Con el “Drogue” se puede incrementar el peso hasta los 160 kg, un evidente avance”.

Contribución aérea

El cabo Ñáñez nada más tomar tierra (Foto: Juanjo Fernández)

No se puede ignorar que para realizar este tipo de misiones y de adiestramientos es imprescindible el concurso del Ejército del Aire, que en esta ocasión desplazó 3 aviones, un T.12 (C-212) del Ala 37, un T.21 (C-295) del Ala 35 y un T.10 (C-130 Hércules) del Ala 31. Un Ejército del Aire muy castigado por una crónica falta de recursos, que se traduce en unidades lejos del óptimo en cuanto a medios se refiere y en retrasos en el reemplazo de aeronaves que siguen envejeciendo. Con todo, sigue manteniendo altos niveles de operatividad gracias a lo que no falla: el personal.

Este tipo de misiones tampoco son sencillas para pilotos y tripulaciones. Ellos sufren también las exigencias de trabajar con oxígeno y de verse sometidos a las brutales descompresiones en los vuelos a gran altura ya que el avión, es obvio, se despresuriza antes del salto. Para ellos, aparte del oxígeno que provoca una acumulación de fatiga, se une un trabajo meticuloso de planificación y, sobre todo, de navegación. Son los responsables de llegar con precisión al HARP (High Altitude Release Point), siglas con las que se denomina al punto de lanzamiento que se debe tomar para, según las condiciones atmosféricas (vientos fundamentalmente) ser capaces de alcanzar el punto de destino. Un error aquí podría dar al traste con toda la operación.

“La coordinación es fundamental, sobre todo a la hora de indicar los tiempos, y crítica en el aviso de “dos minutos” [cuando faltan dos minutos para el salto] pues es cuando los paracaidistas se desconectan del sistema de oxígeno del avión y comienzan a consumir del suyo propio", explican a este diario el capitán Lomana y el teniente Iglesias, pilotos del C-295. "Si nos equivocamos y damos el aviso demasiado pronto el paracaidista consumirá más oxígeno del debido de su equipo individual, que podría luego hacerle falta durante el descenso y si se da con retraso, no se haría el proceso de desconexión con la suficiente seguridad”.

Paracaidistas de la BRIPAC con el equipo de oxígeno a bordo de un C-295 (Foto: Juanjo Fernández)

Fuente: Diario El Confidencial España 

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