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En marzo y abril, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ocupaba las pantallas de los televisores varias noches a la semana explicando en tono grave a la ciudadanía cómo se contagiaba el nuevo virus, su progresión exponencial, instando a la responsabilidad civil y señalando el terrible horizonte al que Israel no quería llegar; el de países con decenas de miles de muertos, como Italia y España.

Y, efectivamente, los contagios y muertes por coronavirus se mantuvieron bajos durante los primeros meses que siguieron a la primera cuarentena nacional de marzo y abril. Los medios celebraban las rápidas medidas tomadas en el país, y alababan el salto tecnológico del control inteligente de la pandemia en el país de las 'startups'. Israel se congratulaba: habían logrado esquivar la curva. Sin embargo, seis meses más tarde, el panorama de España e Italia ha sido superado, e Israel se ha convertido en el país con mayor índice de mortalidad y contagios per cápita, y el primero en verse forzado a imponer de nuevo un confinamiento total del país.

 

El secreto del éxito (inicial)

Los elementos del inicial buen manejo estratégico israelí de la crisis se ha mezclado con otros no tan sencillos de explicar, como geográficos y sociales. “Es importante que se aplicaran el confinamiento y las regulaciones restrictivas tempranamente. En un país como este, con características geográficas particulares, esa rapidez ha sido clave”, señalaba el epidemiólogo Silvio Pitlik a El Confidencial. Entre esas características "particulares" de Israel, que en este caso favorecen la gestión de una epidemia, están su pequeño tamaño, su fuerte centralización y sus fronteras no porosas, algo que tiene en común con otros países en buena situación ante la pandemia, como Nueva Zelanda, Australia, Islandia, Taiwán y Corea del Sur.

“Otro factor relevante es su composición demográfica”, añade Pitlik. “La mortalidad por covid-19 es mayor entre los ancianos, algo que no pasaba con otras epidemias, como la gripe española, que a finales de la Primera Guerra Mundial mató a muchos más adolescentes y jóvenes”. La población israelí es relativamente joven; los mayores de 65 años representan el 10% de la población, mientras que en España son el 19,4%. Según un informe sobre la gestión de la pandemia del Centro Taub de Estudios de Política Social, gran parte de la buena suerte israelí es que el virus se ha propagado de manera desproporcionada más entre los jóvenes —particularmente entre 20 y 29 años—, mientras que en Italia, por ejemplo, lo hizo desproporcionadamente más entre la población mayor.

 

Tras el primer confinamiento, el ritmo de contagios, que estaba en un 20-30% en marzo, se redujo al 10% en abril y en mayo llegó al uno por ciento, según el informe del Centro Taub de Estudios de Política Social. A finales de mayo, cuando el ritmo de contagios marcó un 0,2% al día, Netanyahu compartió su alegría en una alocución en la televisión pública diciendo a los ciudadanos: “¡Salid a celebrar!”. Recordatorio: volver a esto en el epígrafe dedicado al fracaso.

Sin embargo, los números de ese descenso no eran homogéneos en todo el país, y aquí llega una posible explicación de cómo lo que se creyó un éxito se ha terminado convirtiendo en un fracaso: en el mes de abril, el aumento más agudo de contagios se focalizó en siete pueblos ultraortodoxos y en tres ciudades mixtas de ultraortodoxos y laicos, entre ellas, Jerusalén.

El sistema hospitalario israelí tampoco admite una descripción unívoca: Israel está a la cola de los países de la OCDE en recursos médicos clave, camas hospitalarias y enfermeros per cápita. Pero al mismo tiempo tiene un alto número de médicos per cápita.

Los posibles motivos del fracaso

Tras la primera cuarentena, la política del gobierno ha sido errática y por lo tanto el comportamiento del público también.

El primer ministro prometió que la economía y los servicios serían reabiertos “despacio y con cautela” y que se esperarían 14 días entre cada paso. Pero lo cierto es que en cuanto se empezaron a reabrir los diversos sectores, ya no hubo freno. En medio de la euforia por la reducción de contagios, incluso se alcanzó la cifra cero, Netanyahu dijo a los israelíes aquello de “salid a celebrar”. Y eso hicieron.

Ha sido como ver un accidente de auto en directo

“Ha sido como ver un accidente de coche en directo”, afirma K., maestra de primaria del sistema público de educación (no identificada porque estos funcionarios no están autorizados para hablar con los medios). “En cuanto se decidió que reabrían las escuelas, aún con el 'sistema de cápsulas', era evidente que nos íbamos a contagiar todos. Y así ha sido”, lamenta.

Lo de la “cautela” y las “cápsulas” parece un esfuerzo por nombrar con palabras seguras y técnicas una realidad que escapa al control: colegios y guarderías volvieron en cápsulas, los centros comerciales se abrieron, después los bares y los hoteles, con sus ofertas vacacionales, al tiempo que los contagios empezaron a crecer.

En junio hubo un brote importante en un instituto en Jerusalén, y si bien el Ministerio de Sanidad recomendó la clausura de todos los institutos del país, el ministro de Educación, Yoav Galant, se negó.

 

A día de hoy, varios países ya han reabierto sus escuelas —o lo han intentado— con estrategias y resultados muy dispares. Dos patrones comunes emergen de estas experiencias

“El gobierno estaba en negación”, apunta Nurit Gordon, una terapeuta de Tel Aviv. “Que es una característica muy humana, pero no lo esperado de un cuerpo gobernante que, además, conoce las cifras. Yo creo que se mezclan varios factores, los de la debilidad humana y también los pragmáticos, de no perder votantes, que debe ser lo que más le importa a este gobierno”, critica.

Los contagios subían, los comercios se reabrían y las escuelas no se cerraban, pese a las primeras voces que pedían mayor cautela en una desescalada demasiado rápida. Después llegaron las fiestas, las llamadas 'fiestas altas', con el fin de año judío, Yom Kipur y la fiesta de los Tabernáculos, que comenzaron a mediados de septiembre y terminarán el 9 de octubre, en las que las reuniones en la sinagoga son parte fundamental de la liturgia.

Las autoridades, si bien han decretado ya un segundo confinamiento, no han sido consistentes con las restricciones de rezo para la población religiosa, cuyos representantes son socios clave del gobierno de coalición.

El epidemiólogo Hagai Levine, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, no deja de recordar que la mayor parte de contagios de coronavirus suceden en espacios cerrados. Y resume a El Confidencial el fracaso israelí: “Falta de confianza y falta de solidaridad de la gente”.

Si en la primera ola los israelíes cooperaron, se encerraron en sus casas y usaron mascarillas, en esta segunda vuelta reina la indisciplina

Así como en la primera ronda de contagios los israelíes cooperaron, se encerraron en sus casas y usaron mascarillas —despotricaron, pero cumplieron—, algo ha pasado que en esta segunda vuelta reina la indisciplina.

Levine señala que la falta de confianza en el gobierno es clave para el cumplimiento de regulaciones cambiantes, la transparencia en la toma de decisiones es fundamental para que el público tenga alguna razón para hacer sacrificios, señala. Hoy en día un sondeo del Instituto de Democracia israelí indica que un 68% del público confía poco o nada en la capacidad de Netanyahu de administrar esta crisis.

“Un plan equilibrado, basado en una lógica epidemiológica, recibirá la confianza del público y se podrá implementar con éxito. Sin embargo, un plan draconiano que consiste en un confinamiento general no recibirá la confianza del público y nos puede conducir al abismo”, afirmaba Levine justo antes de que se iniciara el segundo confinamiento en Israel a mediados de septiembre. Los primeros 14 días iniciales ya han sido prorrogados nuevamente.

Bodas y arrogancia

Las 'yeshivás' (centros de estudio religioso para hombres judíos) se abrieron a mediados de agosto, las bodas masivas continuaron, el uso de mascarilla obligatorio parecía regir más laxamente en ciertos barrios ultraortodoxos del país y los titulares de los últimos días señalan que un tercio de los contagiados en Israel son de la comunidad ultraortodoxa, siendo esta apenas un 12% de la población total.

“Es suficiente con que un sector de la población no cumpla con las indicaciones como para que todo se desmiembre”, apunta el epidemiólogo Pitlik, quien añade: “Los ultraortodoxos tienen ciertas actitudes que son imposibles de frenar, las relacionadas con la liturgia y la obligatoriedad de hacerlo en comunidad, por ejemplo”.

Se suceden las irrupciones policiales en bodas y reuniones hasídicas, los arrestos y amonestaciones.

 

El coordinador de la crisis de covid-19, Rony Gamzu, informó en la televisión pública que el 28,6% de los tests de diagnóstico administrados a la comunidad ultraortodoxa han dado positivo, comparado con el 13,4% de las comunidades árabes y el 11,9% del resto del país.

“Pero por otro lado existe un factor social muy interesante del fracaso nacional”, comparte Pitlik: “Según una arqueóloga a quien leí recientemente en 'Nature', vemos que los países que actúan con arrogancia se fastidiaron con el covid. Al principio de la crisis, con esto de que Israel es la 'startup nation' y se nos pidió comportarnos como tal, lo hicimos, y luego perdimos el miedo y la modestia. Otros países, más modestos, como Vietnam, Singapur, Taiwán y hasta China vieron resultados mejores basados, entre otras cosas, en la modestia de los líderes”, sugiere el científico.

Y no está solo: los países con mayor índice de muertes y contagio en esta segunda fase, además de Israel, son Estados Unidos, India, Brasil y probablemente Rusia, si se conocieran con certeza los datos. Y todos ellos gobernados por políticos populistas de derechas. Eso, según el columnista de 'Haaretz' Chemi Shalev, no puede ser una coincidencia.

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