Hace seis meses, sólo seis meses, poca gente fuera de China había oído hablar de Wuhan.
En un mercado de aquella ciudad china, sin embargo, campaba un virus que se extendería implacable por el planeta, infectaría a millones y mataría a cientos de miles, sumiría la economía global en la peor recesión en casi un siglo, levantaría fronteras y transformaría la forma de socializar, trabajar, aprender y hasta tocarse.
El mundo es hoy muy distinto de aquel 31 de diciembre del 2019 en que China informó a la Organización Mundial de la Salud de un brote infeccioso de origen desconocido en Wuhan. Fue una de esas noticias que pasan casi desapercibidas. La primera mención en La Vanguardia es de cinco días más tarde, una nota al pie de la página 35 titulada: “Alerta por la aparición de un nuevo tipo de neumonía en China”.
Varios factores explican por qué la Covid-19, a diferencia de otras epidemias surgidas en los últimos 20 años, no pudo ser contenida y se convirtió en una pandemia de dimensiones inauditas.
De entrada, la propia naturaleza del virus, con unas características “perfectamente adaptadas al mundo moderno” que han facilitado su rápida propagación, dice David Leon, profesor de epidemiología de la London School of Hygiene and Tropical Medicine.
Los expertos sanitarios tomaron sus primeras decisiones basándose en las experiencias recientes con los coronavirus del SARS y del MERS, dos de sus parientes más cercanos, ninguno de los cuales superó los 10.000 infectados. El nuevo virus, ahora lo sabemos, se transmite con mucha más facilidad. Es también menos mortífero, y eso es una gran ventaja para un virus: “Si es muy letal, mata a la gente que lo tiene y lo puede trasmitir”, dice Leon.
Pero su mejor arma es su sigilo. Los enfermos son infecciosos antes de desarrollar síntomas, antes de ser conscientes de que tienen el virus y pueden estar contagiando. Un gran porcentaje de los infectados nunca desarrollan síntomas, si bien hay debate científico sobre su capacidad infecciosa.
Peter Klimek, investigador del Complexity Science HUB de Viena y miembro del equipo que asesora al Gobierno austríaco, lo resume así: “Siempre corres detrás del virus. Incluso cuando haces el test, ya estás llegando tarde”. Esta particularidad, que hoy nos hace guardar una distancia social preventiva, no se conoció hasta marzo. Para Europa y Estados Unidos, ya era tarde.
Un virus nuevo y desconocido, que se esconde, y que ha irrumpido en un planeta más interconectado que hace diez años. Seguramente nunca un virus lo había tenido más fácil para extenderse”, dice David Leon. La emergencia de China como potencia económica, su papel en las cadenas de producción globales, explica que un virus nacido en una ciudad china pueda salir cada vez más rápido al exterior.
Contagios sin síntomas
En la tormenta perfecta de la Covid-19 han soplado también vientos políticos. El régimen comunista chino silenció al inicio a los médicos de Wuhan. Pero los errores no han sido patrimonio de regímenes autoritarios. Muchos gobiernos, con las democracias más sólidas y ricas a la cabeza, pecaron de soberbia y solo actuaron cuando era demasiado tarde. “Muchos tardaron en ser conscientes de la gravedad y se perdió un tiempo precioso. Ahora sabemos que cada día que reaccionamos o no están en juego muchas vidas”, dice Klimek.
El tiempo era un factor clave y algunos tenían más que otros. Los países más industrializados y con más viajeros internacionales estaban más expuestos. En Reino Unido, por ejemplo, cada vez parece más claro que no hubo un paciente cero sino cientos. Se han identificado hasta 1.300 introducciones del virus, la mayoría en Londres. “Es como un incendio, cuanto más focos, más difícil es apagarlo. Es una cuestión de recursos”, dice Leon. También cada día que pasa sin que el gobierno decrete el cierre nacional es más dramático. “Si tienes 10 casos, en dos o tres días tendrás 20 y luego 40. Pero si empiezas con 2.000, pasas a 4.000 y 8.000 en el mismo plazo”, señala el profesor.
“Los países que fueron capaces de implementar medidas de forma temprana tuvieron ventaja”, dice Klimek. Asia, que se había enfrentado a varias epidemias en los últimos años, lo tenía más fácil que Europa y EE.UU. Mientras los ciudadanos occidentales tuvieron que aprenderlo todo desde cero, los asiáticos ya sabían lo que era un confinamiento, las mascarillas o la distancia.
Dos antecedentes explican que muchos gobernantes subestimaran a la Covid-19, señala Pere-Joan Cardona, investigador biomédico en el Institut Germans Trias i Pujol. “Había el recuerdo de la epidemia del SARS (2002-2004), que se resolvió con confinamientos quirúrgicos en Asia. Y, sobre todo, de la gripe A (2009). Entonces los gobiernos se lo tomaron muy en serio: durante seis meses hubo reuniones semanales, se hizo acopio de tamiflu... Al final la epidemia fue mucho menor de lo esperado y se les acusó de derrochar el dinero y dejarse manipular por la industria farmacéutica. Quedaron escarmentados”, dice.
El error de cálculo ha resultado monumental. Seis meses después, la Covid-19 está lejos de estar controlada. Es más, a escala global está en su apogeo, con un récord de casos nuevos diarios y una aceleración marcada de los contagios. Se multiplican los rebrotes en lugares que estaban ya reabriéndose: ahí están Pekín, el matadero alemán o Lleida. Y Klimek apunta una tendencia inquietante: países que creían haber escapado al desastre descubren que no pueden bajar la guardia. “Al principio las zonas metropolitanas y los países más industrializados fueron los más golpeados, y los menos conectados pudieron tomar medidas antes de que el virus se propagara. Ahora la situación mejora en los primeros y empeora para los otros”. En Europa, los países occidentales dejan lo peor atrás mientras Portugal y países del Este registran récords de contagios. Y en EE.UU., el virus da tregua a Nueva York y golpea a estados como Texas.
Más exposición
“La contención, aspirar a tener cero casos, no es realista”, advierte Klimek. Señala el ejemplo de Nueva Zelanda, que lo tenía todo a favor: una isla, poco poblada y apartada. Dio por eliminado el virus para descubrir un brote a los pocos días. Demuestra hasta qué punto es difícil frenar este virus. Tenemos que vivir con él”.
Evitar los rebrotes es imposible, y en los próximos meses habrá muchos, avisa Klimek, que apuesta por concentrar los esfuerzos en contenerlos con confinamientos a escala local y un intenso rastreo de contactos. El objetivo: no tener que volver a los cierres nacionales, inasumibles para una economía exangüe.
Los modelos matemáticos con los que trabaja Klimek miden la efectividad de las medidas puestas en marcha en los distintos países. No hay una bala de plata, una medida que por sí sola pueda frenar al virus, pero hay elementos que se repiten en todas las estrategias exitosas: las restricciones de viaje, el aumento de la capacidad sanitaria, separar a los pacientes de Covid-19 en los hospitales, las normas de distancia social y un esfuerzo de comunicación para concienciar a la población.
“Lo que ocurra en los próximos seis meses dependerá sobre todo del comportamiento de los ciudadanos”, sostiene Klimek. Medidas como el uso de la mascarilla han sido mucho más efectivas en los países donde son voluntarias y se adoptaron de forma temprana que donde son obligatorias. “Las medidas no son tan determinantes como garantizar su cumplimiento a largo plazo”, añade.
Pere-Joan Cardona está convencido de que se ha producido una transformación social que evitará una segunda ola como la de primavera. “Hemos cambiado la cultura higiénica. Vamos con mascarilla, vigilamos al toser, no nos besamos... todo eso fue lo que permitió una propagación brutal del virus”, asegura.
Inquietud por la reapertura de fronteras en Europa
La perspectiva de este verano, con millones de ciudadanos europeos viajando de un país a otro, inquieta a Peter Klimek, investigador del Complexity Science HUB de Viena. “La reapertura de fronteras en Europa se ha hecho sin que esté en funcionamiento un sistema de rastreo transeuropeo. No entiendo por qué, cuando teníamos desde marzo para trabajar en ello”, lamenta el experto. La única estrategia viable a largo plazo contra la Covid-19 es extremar la vigilancia y evaluar la situación a escala local regularmente, de forma que podamos identificar los brotes lo antes posible e imponer un aislamiento quirúrgico.
El problema es cuando los focos se multiplican y los equipos de rastreo se ven superados, incapaces de identificar todas las cadenas de contagio. Es muy distinto si 50 casos provienen de un solo clúster que si se trata de 50 casos independientes unos de otros, que han ido al médico por síntomas en diferentes partes del país, explica Klimek. “Con la apertura de fronteras, si tienes un flujo constante de entradas, además con gente que en una semana puede haber visitado dos o tres países europeos, es mucho más difícil hacer rastreo –advierte–. Si aparecen varios focos difíciles de rastrear en un corto período de tiempo, podría ser suficiente para llevar a un país entero al confinamiento”.
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