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Singapur pasó de tener el coronavirus controlado a vivir una situación de alarma

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Singapur era uno de los países más aplaudidos por su eficiente combate contra el coronavirus y parecía que lo tenía todo bajo control. Sin embargo, una segunda ola de infecciones ha duplicado los casos en el territorio y 8 mil infecciones.

¿Qué pasó?

Durante los primeros meses del brote, la respuesta de Singapur fue elogiada como un modelo para detener la propagación del coronavirus.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), incluso, citó sus pruebas generalizadas y el rastreo integral de contactos.

Pero en los últimos días el país asiático registró más de 1.400 casos adicionales, lo que significa que el número de casos de contagio han aumentado más del doble solo en la última semana. 

The New York Times presentó la siguiente nota en refrencia a Singapur 

Singapur hizo casi todo bien. Luego de registrar su primer caso de coronavirus el 23 de enero, esta próspera ciudad-Estado rastreó con mucho rigor los contactos cercanos de todas las personas contagiadas y, al mismo tiempo, mantuvo cierta normalidad en las calles. Cerraron las fronteras a las poblaciones que tenían la probabilidad de transmitir el virus, aunque los negocios siguieron abiertos. Había pruebas y tratamientos gratuitos para los residentes.

Pero durante los últimos días, los casos de coronavirus en Singapur han aumentado a más del doble, y, hasta el 20 de abril, se registraron más de 8000 casos confirmados, la cifra más alta en el sudeste asiático. La mayor parte de los nuevos contagios se han producido en los dormitorios abarrotados donde viven trabajadores migrantes, invisibles para muchos de los residentes con más recursos del país y, al parecer, hasta para el gobierno.

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La propagación del coronavirus en esta ciudad tan ordenada parece indicar que quizás sea difícil que Estados Unidos, Europa y el resto del mundo regresen pronto a la normalidad aunque, en apariencia, se hayan aplanado las curvas de transmisión del virus. Pese a que los demás países pueden rastrear los contactos a detalle para intentar mantener controlado un brote como lo hizo Singapur, cada día que pasa, el coronavirus se propaga, enferma y mata a más personas, lo cual hace que los científicos y los dirigentes políticos tengan que competir contra su despiadada velocidad y sus nuevos riesgos.

En todo caso, las dificultades de este país, profundamente urbano y cosmopolita, presagian un futuro a nivel global en el que los viajes serán un tabú, las fronteras estarán cerradas, las cuarentenas persistirán y las industrias como el turismo y el entretenimiento quedarán abatidas. Las bodas, los funerales y las fiestas de graduación tendrán que esperar. No se puede ignorar a las poblaciones vulnerables, como los migrantes.

“También nos adaptaremos cada vez más a la nueva normalidad”, señaló Josip Car, experto destacado en ciencias de la salud poblacional de la Universidad Tecnológica de Nanyang en Singapur. “Este es el futuro probable para los próximos dieciocho meses como mínimo, que es el tiempo que se prevé para que la primera vacuna esté disponible a gran escala”.

Singapore may see 30% drop in tourist arrivals | The Star Online

Con la proliferación de casos, Singapur abandonó su estrategia de seguir una vida aparentemente normal. Las escuelas cerraron el 8 de abril y ahora se les pide a los residentes que usen mascarillas en los espacios públicos. Se ha puesto en cuarentena a cientos de miles de trabajadores extranjeros en sus abarrotados alojamientos y se les han hecho pruebas que han resultado positivas y arrojan cientos de nuevos casos por día.

“Claro que tengo mucho miedo”, dijo Monir, un trabajador de Bangladés a quien no le permiten salir de su dormitorio pese a que necesita otro tipo de atención médica. No quiso dar su nombre completo porque su empleador no le había dado permiso de hablar con la prensa. “Ahí anda el coronavirus y no podemos salir”.

Pese a la reputación que tiene Singapur de ser una ciudad-Estado paradisíaca que ha eliminado la basura e impulsado una fuerza laboral muy preparada, este compacto país insular ha dependido desde hace mucho tiempo de más de un millón de trabajadores con salarios bajos para construir sus rascacielos, trapear sus suelos y trabajar en su bullicioso puerto. Pero estos trabajadores extranjeros, que tienen pocas posibilidades de obtener la ciudadanía singapurense, no están contemplados por la red de seguridad social del país, aunque una serie de normas les garantizan condiciones mínimas en el lugar de trabajo y cobertura médica.

En la pandemia del coronavirus, quedó demostrado que este grupo representa un punto débil importante, lo que pone al descubierto las vivencias tan diferentes de los expatriados ricos y los pobres en una urbe donde el 40 por ciento de los residentes nacieron en el extranjero.

Aunque las llegadas a su aeropuerto con clima controlado, jardines con mariposas y exhibiciones de orquídeas, estaban muy vigiladas para controlar el coronavirus, los contagios se estaban propagando en los dormitorios construidos por el gobierno donde se hacinaban 200.000 obreros extranjeros, la mayoría procedente del sur de Asia y China.

Según las autoridades singapurenses, en febrero pusieron en cuarentena a los primeros trabajadores extranjeros de bajos ingresos que dieron positivo por el coronavirus, al igual que a sus contactos cercanos.

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Ahora se están presentando brotes en decenas de dormitorios y alojamientos. También han surgido focos de contagio en las obras en construcción y en un parque industrial. El 20 de abril, Singapur registró 1426 casos nuevos asociados principalmente a las pruebas de los migrantes, un aumento récord en un país que hace un mes tenía unos 300 casos en total.

Al parecer, las autoridades de Singapur no apreciaron cuán contagioso era el virus. Según el gobierno, la mayoría de los casos son leves o asintomáticos y hasta ahora ninguno ha necesitado cuidados intensivos, lo cual tal vez explique por qué no se identificó antes la propagación entre los trabajadores extranjeros.

En un solo cuarto de estos dormitorios —que han sido el centro de brotes anteriores de otras enfermedades, como la tuberculosis— hay hasta 20 obreros. Los residentes se quejan de la infestación de insectos y de problemas en las tuberías. Tres trabajadores dijeron que sus cuartos no habían sido desinfectados a raíz del coronavirus, pese a las promesas de que las condiciones mejorarían.

Khaw Boon Wan, el ministro de Transporte de Singapur, escribió en una publicación de Facebook del 19 de abril que los trabajadores de la construcción estaban recibiendo “atención de primera”.

“Sé que nuestros trabajadores extranjeros reconocen los esfuerzos”, comentó. “Saben que ahora están más seguros en Singapur que en cualquier otro lugar, hasta en su propio país”.

Debido a que la mayoría de los pacientes están relacionados con grupos de contagio conocidos, muchos de ellos entre los migrantes, los epidemiólogos tienen la esperanza de que el confinamiento ayude a controlar la transmisión a nivel local. Hasta ahora, en Singapur han muerto once personas de la COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, lo cual representa una tasa de letalidad relativamente baja. Los hospitales no están saturados.

En un video publicado el 10 de abril, el primer ministro, Lee Hsien Loong, apeló, en tres idiomas (debido a la población diversa de la isla), al sentido de responsabilidad comunitario.

“Solo se necesita que un puñado de personas bajen la guardia para que el virus se cuele”, dijo. “Necesitamos que todos pongan de su parte”.

Otros países que habían logrado controlar la pandemia en sus fronteras también están lidiando con la reaparición de casos. China ha registrado un aumento de casos importados, y en Japón se han descubierto más casos debido a que se han hecho más pruebas.

“Lo cierto es que los estadounidenses y los europeos enfrentarán los mismos problemas”, dijo Teo Yik Ying, decano de la Escuela de Salud Pública Saw Swee Hock de la Universidad Nacional de Singapur. “Es posible que a mis amigos economistas no les guste esto, pero si se reanudan el comercio y la actividad económica, y la gente comienza a circular sin las medidas adecuadas, habrá nuevas oleadas de infección”.

Los funcionarios singapurenses subrayan que cuando se controle la transmisión local (el gobierno puede rastrear hasta 4000 contactos de pacientes por día), podría regresar una cierta normalidad a las calles bien cuidadas de la ciudad. Las escuelas pronto deberían poder reanudar sus actividades con horarios escalonados. La manufactura local puede reactivarse y los bienes y servicios, no las personas, pueden volver a circular.

Pero para un país donde todos los vuelos son internacionales, la capacidad de un virus de detener viajes y el comercio mundial sigue representando un factor paralizante.

Daniel David, de 36 años, importaba zanahorias baby de Australia y coles de bruselas de los Países Bajos para abastecer a hoteles, restaurantes y empresas de catering. Ahora persigue a clientes que han cerrado tiendas y desaparecieron sin pagarle. La vida se ha vuelto hiperlocal.

“Estamos acostumbrados a conseguir productos de todo el mundo”, dijo David. “Tenemos que acostumbrarnos a dedicarnos a lo nuestro”.

En la última semana de marzo, el número de usuarios del aeropuerto de Changi —desde donde más de cien aerolíneas suelen volar a casi 400 ciudades de todo el mundo—, cayó un 98 por ciento respecto al año anterior. Y, la semana pasada, la cantidad de personas que usaron el transporte público ha disminuido más del 70 por ciento.

Cuando los visitantes de China llevaron el virus a Singapur en enero, las autoridades del país de inmediato prohibieron los vuelos procedentes de las zonas afectadas. La policía ayudó a encontrar a los contactos cercanos de quienes daban positivo. Las personas que regresaban de los centros de esquí en Europa o de excursiones en Nueva York pasaban su cuarentena en hoteles de lujo.

Coronavirus Lessons From Singapore, Taiwan and Hong Kong | Time

Cuando apareció una segunda oleada de casos importados de Europa y de América del Norte, Singapur impidió la entrada de todos los visitantes extranjeros que iban por poco tiempo. Todos los que regresan a la isla pasan por una cuarentena obligatoria. En más de una semana, solo se registró un caso importado de coronavirus.

Pero la propagación vertiginosa del virus entre los trabajadores extranjeros fue un descuido evidente en la rigurosa planificación del manejo de epidemias, que se endureció luego de que, en 2003, Singapur resultó afectada por el virus que causa el síndrome respiratorio agudo grave.

“Durante años, hemos estado advirtiendo que estos dormitorios sobrepoblados se encuentran en riesgo, ya sea de incendio o de transmisión viral”, señaló Alex Au, vicepresidente de Transient Workers Count Too, una organización que defiende los derechos de los migrantes. “Como sociedad, decidimos seguir conservando esas condiciones de vivienda, las cuales son un foco de riesgo de contagio, porque eso permitía mantener los costos bajos”.

Alrededor del mundo, las personas que viven en espacios compartidos han sufrido una propagación descontrolada del virus: desde casas hogares de ancianos y cárceles hasta cruceros y portaaviones.

Los laboralistas de Singapur dijeron que poner en cuarentena a trabajadores saludables con infectados en las últimas dos semanas probablemente había acelerado las infecciones. Algunos de los que ahora dan negativo son separados de los enfermos para evitar que los dormitorios se conviertan en caldos de cultivo viral.

“¿Deberían mejorarse los estándares en los dormitorios de trabajadores extranjeros?” escribió en Facebook Josephine Teo, la ministra de trabajo. “No hay duda en mi mente, la respuesta es ‘sí’”.

Decenas de miles de singapurenses han donado fondos para el bienestar de los trabajadores migrantes. Se espera que el gobierno cumpla su promesa de tratar mejor a los trabajadores extranjeros.

Sin embargo, por ahora el país se tambalea debido al ataque de la pandemia a una de las poblaciones más indefensas de la isla.

El 20 de abril, Singapur les dio la orden de quedarse en casa a 180.000 trabajadores extranjeros de la construcción y a sus familias. A las organizaciones de derechos humanos les preocupa cómo van a conseguir alimentos algunos de los trabajadores que no viven en los dormitorios.

Confinado en su cuarto de un dormitorio gubernamental, donde cientos de trabajadores extranjeros se han contagiado de coronavirus, Monir dijo que tenía un solo deseo.

“Quiero irme a casa”, comentó.

Fuente: The New York Times