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La Organización Mundial de la Salud (OMS) libra una guerra y no es sólo contra una microscópica bola de material genético con corona. Lucha también contra otro virus, no menos sibilino: la discordia política.

La tormenta ha estallado esta semana con la decisión del presidente de EE.UU., Donald Trump, de suspender los pagos a la agencia sanitaria de la ONU en protesta por el sesgo prochino de su director, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus.

Trump no está solo. El viceprimer ministro japonés, Taro Aso, ha ironizado sobre la “Organización China de la Salud”, mientras Taiwán dice que Tedros ignoró sus alertas tempranas sobre el virus por el veto de Pekín, que logró expulsar a la isla anticomunista de las agencias de la ONU en 1971. Quizá habría convenido escuchar a Taipéi, cuya gestión de la pandemia es admirable: seis muertos y 395 casos en una isla de 23 millones de habitantes.

 

Los críticos acusan a la OMS de haber subestimado la gravedad de la pandemia y, peor, de haber sido cómplice de las tácticas de encubrimiento del régimen chino. Sus defensores, en cambio, insisten que el organismo tiene poderes limitados sobre cualquier gobierno y está siendo utilizado como chivo expiatorio por gobernantes que quieren desviar la atención de sus errores.

El vapuleo no es nuevo para la OMS. En el 2014 fue muy criticada por su lenta respuesta a la epidemia de ébola en África, que mató a más de 11.000 personas. Cinco años antes le habían reprochado lo contrario. Con el brote de la gripe A, se dijo que había magnificado la amenaza y muchos vieron detrás la sombra de la industria farmacéutica.

Ahora su jefe es tachado de marioneta de Pekín. Tedros, primer africano al frente de la OMS y que militó en un partido comunista, elogia la “transparencia” de las autoridades chinas. Sí, las mismas que hostigaron a los médicos de Wuhan que alertaron de la misteriosa neumonía aparecida en diciembre y las mismas que tardaron mes y medio en aceptar una misión de la OMS. El organismo nunca ha cuestionado la versión oficial china y queda para la historia su tuit del 14 de enero afirmando que el virus no se transmitía entre humanos, como decía Pekín.

Tedros ha mostrado “un partidismo evidente”, dice François Godement, experto en China del Instituto Montaigne de París, que subraya que el etíope evita criticar a Pekín mientras no tiene miramientos en censurar a otros países. La adhesión a la versión china, sostiene, tuvo consecuencias en la propagación mundial del virus al retardar la respuesta del resto de países.

 

No hay que buscar la razón en el bolsillo. La OMS no depende financieramente de China, cuya aportación bianual es de sólo 86 millones de dólares frente a los más de 800 de EE.UU., primer donante. “Aunque pague poco, China tiene una gran influencia política en todo el sistema de la ONU. Tedros fue elegido por los países miembros, muchos de ellos del sur global y aliados de Pekín. Viene del Gobierno etíope, que tiene muchos vínculos con China. Y guarda también la esperanza de lograr una mayor cooperación con China”, dice Godement.

Muchos recuerdan estos días la epidemia del SARS (2002-03), también nacida en China. “Pekín escondía la existencia de casos en la capital. La OMS montó una rueda de prensa y dijo: “La comunidad internacional ha dejado de creerse las cifras chinas”. A las 48 horas, el ministro de Sanidad y el alcalde de Pekín eran destituidos y China se ponía manos a la obra. La OMS había desempeñado su papel plenamente, también ayudando al gobierno a darse cuenta de su error. Pero era el 2003 y China no era tan poderosa como hoy, ni tan influyente en el seno de la ONU y de la OMS en particular”, ha escrito en Twitter el periodista francés Pierre Haski, entonces corresponsal en Pekín.

Para la psiquiatra francesa Anne Sénéquier, que codirige el observatorio de sanidad en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas, la comparación con el SARS muestra el progreso que han hecho los chinos en transparencia y cooperación. “Es esta mejora lo que la OMS ha querido destacar, y es también una estrategia de seducción”.

La experta ve la docilidad con Pekín como un equilibrio necesario por el bien común. “Los miembros de la OMS son estados que intentan, todos, hacer avanzar su propia agenda. No sólo China. Cuando Trump recuerda que es el máximo contribuyente cabe sobreentender que por ello la OMS debería prestarle más atención. Pero el trabajo de la OMS es coordinarlos a todo, hacerlos trabajar en una estrategia conjunta”, dice Sénéquier. Cree que habrá que pedir explicaciones a China (por ejemplo, sobre la dudosa cifra de muertos) pero la urgencia ahora es controlar la pandemia. “No es momento de enemistarse con un país que, además, está proporcionando material sanitario fundamental para otros estados”.

 

Sénéquier recuerda que la agencia no tiene capacidad para imponer políticas sanitarias a los gobiernos ni sancionarlos, sólo los aconseja y guía. La información que recopila y publica es la que le proporcionan los estados. “Si lo que quieren es una OMS más restrictiva, con más poder, es fácil: corresponde a los miembros dárselo”, añade la experta. El presupuesto anual de la agencia, unos 2.400 millones de dólares, es un tercio del de los hospitales de París, destaca.

Se ha criticado a la OMS por callar ante la reapertura de los mercados de animales salvajes en China que estarían en el origen de la Covid-19. Sénéquier replica con datos: “Sólo el 3% de epidemias se producen por el consumo de animales salvajes. La explosión de epidemias está ligada al cambio climático y a la actividad humana, con el aumento de la interfaz entre hombre y animales. Por eso China e India son foco de nuevas enfermedades”.

También ve injustas las acusaciones de lentitud ante una pandemia sin precedentes: “Recibir una información sobre la transmisión humana no basta, hay que verificarlo. Ocurre lo mismo con los tratamientos. A la gente le parece que se tarda demasiado pero el riesgo de un error es muy grande. Las epidemias se producen muy a menudo y no se puede cerrar un continente entero cada vez. Pero claro, a toro pasado todo parece fácil”.

El debate sobre la influencia china en la OMS “le va muy bien a gobiernos como el de EE.UU. o el británico, que no lo han hecho bien en esta crisis”, opina Robert Yates, director del Centro de Sanidad Universal en el think tank londinense Chatham House, que ve un intento de la derecha de girar el debate público. “Ahí está Trump dando pábulo a que el virus salió de un laboratorio chino. O Nigel Farage, tuiteando teorías conspirativas que vinculan la pandemia con Huawei y el 5G”.

El analista británico ve eurocentrismo en algunas críticas a Tedros: “A veces parece que moleste que los países africanos tengan relaciones con China sin que Occidente pueda decir nada”. Yates también es indulgente con la OMS. “Intenta ser apolítica, pero debe trabajar con los gobiernos. Es un juego político difícil para lograr acceso a información científica crucial y no enemistarse con nadie–valora–. Es muy importante que mantengamos la cooperación entre países. La humanidad debe ir unida para salir de esta”.

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