La imagen se repite cada mañana ante las paradas de la ruta escolar. Alumnos de todas las edades esperan en fila india hasta que, poco a poco, los estudiantes de uniforme azul y blanco se mueven pausadamente camino del autobús. De ahí a la escuela, como si nada hubiera pasado. Porque en tiempos de pánico y de incertidumbre global, en la Nicaragua de Daniel Ortega pareciera que la vida sigue igual.
La pandemia que mantiene confinada a un tercio de la población mundial apenas se ha manifestado en Nicaragua. Cuando escribo estas líneas solo hay, oficialmente, una decena de infectados y un muerto a causa del coronavirus. No hay motivos para alarmarse -entiende el Gobierno- como si en las altas esferas de Managua no supieran que las imágenes de hospitales atestados y ataúdes apilados que llegan de España o de Italia comenzaron precisamente así, con un puñado de infectados. Así que en Nicaragua las fronteras siguen abiertas, los aeropuertos operan y los colegios y universidades reciben a decenas de miles de estudiantes. Sobra decir que el Gobierno no ha decretado cuarentena ni confinamiento porque eso sería –afirma- “alarmista y extremista”.
Tal vez por eso, para dar sensación de normalidad, la vicepresidenta del país y esposa de Ortega, Rosario Murillo, convocó hace dos semanas a sus simpatizantes a una jornada de movilización nacional. La idea era combatir el virus “andando” y “marchando”. Así que allí se plantaron, en el centro de Managua, miles de personas bajo el lema Amor en tiempos del Covid-19.
El nombre de la marcha pareciera hacer alusión a la novela de García Márquez, a esa historia de amor no correspondido entre Fermina Daza y Florentino Ariza que es todo un canto a la vejez y a la vida. Pero El amor en los tiempos del cólera tiene episodios que ojalá no recordemos estos días, como la travesía por el río Magdalena y esa visión perturbadora de decenas de muertos flotando en las aguas por la guerra, el tifus y el cólera.
Cuando Murillo tocó a rebato para celebrar la marcha en la capital del país, Nicaragua todavía estaba inmaculada. Luego llegaron los primeros casos de coronavirus y el Gobierno comenzó a reaccionar. Básicamente, con charlas en los colegios y directrices al profesorado para insistir bien en que, por encima de todo, hay que lavarse las manos con abundante jabón.
No hay que desatar estado de alarma
A cada rato se recuerda lo que ya es todo un mantra: no hay que desatar la alarma. Y políticos y periodistas oficialistas recogen el guante con una obediencia ciega al discurso presidencial. Solo así se explica que el diputado sandinista Mario Valle fuera grabado en la Universidad de Managua mientras decía a cientos de estudiantes que la pandemia no afecta a los niños, y que la mayoría de jóvenes, aunque se infecte, apenas lo va a notar.
En esa misión suprema de mantener la calma, William Grigsby, un destacado locutor oficialista decía en su programa radiofónico que el Covid-19 es el ébola de los blancos y una enfermedad que solo afecta a los ricos. Y por si hubiera alguna duda citó entre las víctimas de la pandemia a un conocido banquero o a Lorenzo Sanz, el ex presidente del Real Madrid.
Como la sangre no ha llegado al río, en Nicaragua apenas se han tomado medidas para frenar la pandemia. La liga de fútbol es la única del planeta, junto a la de Bielorrusia, que no se ha suspendido. Pero como el miedo es libre y circula sin restricción, son los propios nicaragüenses quienes están tomando sus propias medidas contra el Covid- 19. Muchos restaurantes han bajado la persiana, los cines han comenzado a cerrar, y en las zonas turísticas del país están notando ya el vacío que deja en el bolsillo el pavor al coronavirus.
La propia Iglesia ha suspendido los actos masivos de Semana Santa. Así que en Nicaragua, como en el resto del mundo, los católicos rezarán en soledad para pedirle a Dios, entre otras cosas, que la pandemia no se extienda por el país. Porque si avanza, como se espera, el sistema sanitario podría colapsar de inmediato. Un médico del Hospital Alemán nicaragüense ha contado a Univisión que el Gobierno les impide ponerse mascarillas y guantes para no infundir temor en la población. Y el epidemiólogo Álvaro Ramírez ha declarado a Infobae que en un par de semanas el Covid-19 podría alcanzar al 70% de los nicaragüenses.
Ante la pasividad del Gobierno la oposición ha decidido actuar por su cuenta y ha presentado su propio plan para frenar la pandemia. La Coalición Nacional pide al gobierno que no exponga a los trabajadores de la salud, que estos días van casa por casa dando charlas sin respetar la distancia social que exige la Organización Mundial de la Salud. El periodista y opositor Carlos Fernando Chamorro va más lejos en un artículo titulado Coronavirus en tiempos de dictadura.
Chamorro afirma que “la ausencia del gobernante o la locura de la pareja presidencial nunca puede ser una atenuante para la comisión de crímenes de Estado”.
Rechazo a la gestión del Gobierno
Que la gente tiene el susto en el cuerpo lo refleja una encuesta reciente de CID-Gallup, en la que el 76% de los nicaragüenses reprueba la gestión del Gobierno frente a la pandemia. El descontento demoscópico avanza tan rápido como el virus y se extiende como la pólvora por las redes sociales, donde muchos nicaragüenses han encontrado un héroe en el presidente de El Salvador. Porque a Nayib Bukele no le tembló el pulso para cerrar las fronteras y decretar la cuarentena y el aislamiento social.
Hay otra diferencia entre Bukele y Ortega. El primero multiplica los mensajes en twitter sobre lo que hace su Gobierno en la lucha contra el Covid. Ortega sigue inmerso en realidades antagónicas: las escuelas siguen abiertas, pero el clan Ortega-Murillo sacó hace días a sus 23 nietos del Colegio Alemán; el matrimonio permanece encerrado en palacio, pero sus seguidores obedecen órdenes de un gobierno que promueve actos públicos o visitas casa por casa. Daniel Ortega no aparece en público desde el 12 de marzo. Y algunos dicen con sorna que el líder sandinista es el primero en dar ejemplo promoviendo aquello de #QuédateEnCasa.