Todas las amplias avenidas de Haitang —una flamante localidad playera en la isla china de Hainan, cuyas palmeras, hoteles de lujo y edificios despampanantes hacen evocar Miami— acaban llevando al mismo lugar.
A un descomunal complejo, construido en cristal y acero, de ventas libres de impuestos, en el que no falta una sola firma mundial de lujo. La pandemia de covid-19 ha pasado por aquí de refilón, sin dejar más rastro que los controles de temperatura en sus accesos y las mascarillas que luce todo el mundo. Tras los meses de hiato forzados por el coronavirus, el frenesí consumista ha vuelto por sus fueros.
Es lunes, pero da igual. Muchos de los miles de turistas que se apelotonan en los pasillos han escogido la isla para sus vacaciones precisamente para poder comprar aquí, atraídos por los precios sin las altísimas tasas que el Gobierno chino impone a los productos de lujo extranjeros. Ante la perspectiva de una ganga, las precauciones sobre la distancia física no existen. Grupos de muchachas de manicura exquisita se agolpan ante las estanterías de cosméticos —más de una hará negocio revendiéndolos al volver a casa—; familias en sandalias registran los detalles de su vuelo para recoger sus compras en el aeropuerto; mujeres con cara de concentración comprueban en su móvil cuánto ahorran antes de escoger un bolso, unos zapatos, unos pendientes. Las ganas de gastar son palpables.
Son escenas impensables ahora mismo en otros puntos del planeta. La economía china es la gran excepción este año entre los principales mercados globales, devastados por la pandemia de covid-19. El FMI prevé una contracción mundial del 4,9% en 2020, que será de un -8% en Estados Unidos y se precipitará a un -12,8% en España. Pero en China, el efecto del coronavirus parece haber quedado ya atrás. Su recuperación ha llegado antes y más rápido de lo que calculaban los más optimistas. Los expertos del FMI prevén que su PIB aumentará un 1%. Muy lejos del 6% al que aspiraba Pekín antes de que estallara la crisis, pero todo un cambio con respecto al panorama del primer trimestre, cuando su economía se contrajo un 6,8%, el primer retroceso desde la muerte de Mao Zedong en 1976. Un motivo de satisfacción para los dirigentes chinos, que pueden presumir de gestión ante sus ciudadanos.
Indicadores
La curva de su PIB ya dibuja la ansiada recuperación en V que de momento escapa al resto de los países. La inversión en activos fijos aumentó en agosto un 9,3% frente al 8,3% del mes anterior, y la producción industrial un 5,6% desde el 4,8% de julio. Los principales grupos inmobiliarios registraron un aumento del 30,7% en compraventa de viviendas. La de automóviles, un 6%. Hasta las salas de cines, que el 26 de septiembre ampliarán su capacidad a tres cuartos del aforo, ya sitúan su cuota de ingresos al 90%. Otros indicadores también apuntan a una actividad en los niveles previos, o incluso superiores, a los de la pandemia: el consumo eléctrico, que se había desplomado durante el parón de febrero y marzo, creció un 0,5% en los nueve primeros meses del año con respecto al mismo periodo de 2019.
Hasta el consumo, que ha ido hasta ahora por detrás de la industria, ha comenzado a dar señales alentadoras a medida que se ha ido afianzando la recuperación y, con ella, la confianza de los ciudadanos. Gastos como los de los visitantes del duty-free de Haitang han hecho repuntar las ventas al por menor por primera vez este año, un 0,5%, tras perder un 1,1% el periodo anterior. Una señal positiva, aunque sigue aumentando la distancia con el crecimiento del sector de la producción.
La clave ha sido, en primer lugar, el rápido control de la pandemia. Tras unos inicios desastrosos, el Gobierno decretó duras medidas de confinamiento, sin precedentes en la historia reciente y que en otro país hasta entonces hubieran sido impensables. En abril, casi tres meses después de imponerlo, se levantaba el bloqueo de Wuhan; este septiembre, según los datos oficiales, todo el país ha cumplido más de un mes sin infecciones locales, lo que permite una vida prácticamente normal.
Además, para insuflar nueva vida en una economía en coma como la que China presentaba en marzo, Pekín optó por una batería de medidas de apoyo al sector de la producción. La prioridad era proteger el empleo, fundamental para un Gobierno que tiene en la estabilidad social su principal meta: se había pasado de un paro oficial del 5,2% en las áreas urbanas al 6% (es decir, cinco millones de personas perdieron su puesto de trabajo). Las cifras reales pudieron ser todavía mucho mayores ya que los datos oficiales no contabilizan el desempleo entre los millones de inmigrantes rurales de la China interior, la mano de obra de la que se nutren las fábricas de la próspera zona costera.
Así, el Gobierno aplicó la misma fórmula a la que había recurrido en el pasado: crédito y subsidios a las empresas, estímulos que han primado la inversión del sector público en áreas como la logística y las infraestructuras, grandes generadoras de puestos de trabajo. Qu Hongbin, economista jefe para China del banco HSBC, calcula que en el segundo semestre del año el gasto en infraestructuras crecerá un 15% con respecto al año pasado.
La fórmula ha agravado desequilibrios que ya existían. Como en otros países, los hogares de menor renta han sufrido más el impacto de la crisis: solo una quinta parte de los oficialmente parados recibió subsidio de desempleo; las pequeñas empresas afrontan mayores dificultades que las grandes, especialmente en el sector servicios. “La distancia en ingresos y consumo entre los residentes acomodados y aquellos con ingresos medio-bajos está aumentando drásticamente”, alertaba el mes pasado en un discurso Wang Xiaolu, subdirector del laboratorio de ideas Instituto Nacional de Investigación Económica.
El resultado es, al menos por ahora, una recuperación desigual, mucho más apoyada en la producción que en el consumo. Este rubro podría tardar en recuperar niveles previos, dado que los hogares de renta más baja todavía no se han recuperado del impacto inicial de la pandemia. De hecho, la subida en la venta al por menor ha sido impulsada por los productos de gama alta y no esenciales como cosmética, joyería y electrónica; mientras que la comida, la ropa y otros artículos de uso diario se han mantenido estables. Si de los resultados de agosto se elimina el aumento en la compra de vehículos, las ventas al por menor entran en crecimiento negativo, del -0,6%.
Aunque asimétrica, la recuperación va a continuar en los próximos meses, según todos los indicios. Ma Jun, asesor del Banco Popular de China (PBOC, el banco central) prevé un crecimiento del PIB del 6% en el cuarto trimestre, y una normalización de las políticas macroeconómicas en el primero de 2021. “La gente subestima el poder que tienen los responsables políticos en China para estimular la demanda y hacer que se reactive”, apunta en una videoconferencia Mark Williams, economista jefe para Asia de la consultora Capital Economics. “China volverá a algo parecido a lo normal más rápido de lo que esperan muchos, y ya estamos en ese camino”, pronostica.
Dentro de China, las cifras han reforzado el mensaje del Gobierno, que viene a transmitir que “el modelo chino es mejor que cualquier otro. Por tanto, debemos intensificarlo, continuar con este modelo dirigido por el Estado”, agrega Williams.
Precisamente esta remodelación del particular sistema de capitalismo de Estado chino va a ser una de las prioridades en la gestión gubernamental del futuro inmediato y a medio plazo. El mes próximo el Comité Central del Partido Comunista celebrará su pleno anual. Allí pergeñará las líneas maestras del XIV Plan Quinquenal que dirigirá la segunda economía del mundo entre 2021 y 2025; del plan “Estándares de China 2035”, y de otros proyectos con los que Pekín quiere llegar a ser en 15 años un país de “riqueza y poder”. El mantra de esa reunión clave, a puerta cerrada en un hotel del norte de Pekín, será “circulación dual” o “doble circulación”.
Este concepto, del que todavía se sabe muy poco, trascendió por primera vez en una reunión del Politburó el 14 de mayo, presidida por Xi Jinping. En ella se apuntaba la necesidad de “extraer por completo la ventana de la enorme escala de mercado de China y el potencial de la demanda nacional para establecer un nuevo patrón de desarrollo que incluya circulación dual entre el interior y el exterior, en una complementación mutua”.
Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia de Natixis, explica que esta teoría “se basa por un lado en mantener la integración con el resto del mundo; y por otro en aumentar la fortaleza de la demanda doméstica reduciendo a la par la dependencia de importaciones”, especialmente de tecnología y otros productos manufacturados de alta gama. “Proteccionismo económico, en definitiva”, concluye.
Muy a primera vista, el nuevo modelo no supone una propuesta rompedora. Desde los tiempos de Hu Jintao y Wen Jiabao (2002-2012) se viene hablando de la necesidad de un nuevo modelo de crecimiento que ponga más énfasis en el consumo interno y menos en las exportaciones. Al fin y al cabo, el gasto de los consumidores nacionales solo representa aún el 38,8% del PIB chino, frente al 66% del de Estados Unidos.
Guerra comercial
Pero este no es simplemente el mismo perro con distinto collar. La estrategia de la “circulación dual” es también una reacción a las condiciones externas actuales: a la relación cada vez más agria con Estados Unidos, a una guerra comercial que —aunque ahora en pausa forzada— puede volver en cualquier momento, y a un desacoplamiento tecnológico cada vez más marcado. Las relaciones otrora cordiales con otros socios económicos, como la UE, Australia o India, se han deteriorado de modo notable, si no se han vuelto completamente hostiles. Es una situación muy distinta a la que China afrontaba en la crisis de 2008, cuando el multilateralismo aún era una palabra de moda.
“En la escena internacional, el mundo ha comenzado a ser más cauto ante el auge de China. La confrontación ha alcanzado un nivel sin precedentes durante la pandemia a causa de incidentes relacionados con Hong Kong y el mar de China meridional. Por ello, el Gobierno anticipa que deberá lidiar con un entorno internacional cada vez más hostil”, apunta el catedrático Xu Bin, de la escuela de negocios CEIBS en Shanghái.
“Esta vez —frente a los tiempos de Hu y Wen—, la noción es garantizar que una mayor parte del aumento de la demanda se cubre con la producción interna en vez de con importaciones. En este sentido, la estrategia de circulación dual es un corolario de Made in China 2025, el programa previo del Gobierno para mejorar la capacidad tecnológica china, ya que ha hecho posible sustituir productos de alta gama solo gracias a los progresos en sectores clave”, agrega García-Herrero en una nota de Natixis. Ello, precisa la experta, suscitará preocupación en Corea del Sur, Japón o Alemania, importantes suministradores de bienes intermedios al gigante asiático.
Pero al tiempo que trata de hacer evolucionar sus propias empresas y sectores, China mantiene importantes lazos, y dependencia, con firmas extranjeras para cubrir sus necesidades básicas, desde la alimentación a la tecnología. Solo en Shanghái, la actividad de estas empresas aporta una cuarta parte del PIB a la ciudad y un tercio de su recaudación de impuestos. Y buena parte de la recuperación de China este año se ha debido a la fortaleza de sus exportaciones durante la pandemia. Un giro a algo parecido a la autarquía supondría un desastre económico, algo de lo que Pekín —y el cerebro detrás de la nueva política, el viceprimer ministro y hombre de confianza de Xi para asuntos económicos, Liu He— son absolutamente conscientes. El Partido ha reiterado en cada ocasión que el proceso de apertura de su economía al exterior no se detendrá, sino que continuará avanzando. “He asegurado en varias ocasiones que la puerta abierta de China no se cerrará, sino que se abrirá cada vez más”, aseguró Xi durante un encuentro con emprendedores.
A la espera del pleno del mes próximo, y de conocer más detalles, la estrategia de la “doble circulación” suscita toda una serie de interrogantes. Entre ellos, qué va a hacer exactamente Pekín para alentar el consumo interno.
En algunos aspectos, las cosas han comenzado a moverse. Las autoridades chinas han presentado, por ejemplo, ambiciosos planes para crear zonas libres de impuestos por todo el país, similares a las de Haitang, que pongan al alcance de los bolsillos menos pudientes productos de lujo hasta ahora prohibitivos. Hainan, la isla donde se encuentra Haitang, tiene previsto convertirse en una zona especial de libre comercio. Xi ha aludido también a la necesidad de mejorar las cadenas logísticas dentro del país para unificar el mercado interno.
Aunque ello se reduce, casi, a meras anécdotas ante el gran problema de fondo: estimular el consumo, un problema que exige reformas estructurales de calado para que los inmigrantes rurales y las capas más desfavorecidas obtengan mayores rentas y, con ello, aumenten sus ingresos disponibles. Cerca de 130 millones de personas, o casi el 10% de la población china, viven en pobreza relativa —ganan menos del 40% del ingreso medio, lo que equivale a rentas de menos de 5.000 yuanes o 625 euros, al año—, según las investigaciones del profesor Li Shi, de la Universidad de Zhejiang. Hasta 270 millones de inmigrantes rurales carecen de permiso de residencia interno en las ciudades donde habitan, lo que les niega en ellas el acceso completo a servicios sociales básicos como la educación o la sanidad. Es fundamental atajar el desempleo: aunque el paro ha mejorado desde los peores días de la pandemia, hasta agosto solo se habían creado ocho millones de empleos este año, dos millones menos que el año pasado; el desempleo juvenil continúa en aumento.
Quizá por eso, aunque el virus ha obligado a Pekín a renunciar a uno de sus grandes objetivos para este año, doblar los ingresos medios con respecto a los niveles de 2010 —se logrará el año próximo, aseguran—, sí mantiene el segundo: eliminar por completo para finales de este año la pobreza rural, que en diciembre de 2019 aún padecían oficialmente 5,5 millones de personas. Una meta a la que ha dado un nuevo empujón en esta segunda mitad de 2020.
Pero los expertos alertan de las dificultades a la hora de conciliar objetivos a priori contradictorios. “Estimular el consumo, o la circulación interna, depende de políticas que aumentarían los salarios y beneficios a los empleados pero de modo que pondrían en peligro la circulación dual, esto es, una menor competitividad de las exportaciones. La estrategia de circulación dual es en efecto incompatible”, ha escrito George Magnus, investigador asociado del Instituto de China de la Escuela de Estudios Africanos y Orientales (SOAS) en Londres, en el blog de la institución.
Sector privado
En esta remodelación de la economía es clave también potenciar el sector privado, que según precisaba en agosto el primer ministro, Li Keqiang, ha creado el 90% de los nuevos empleos este año. Muchas empresas están aún acostumbradas a producir en masa, y apenas invierten en innovación, diseño o márketing. Cómo se llevará a cabo este apoyo está aún por esclarecer, aunque la semana pasada el Partido Comunista emitió una serie de directrices para el “sano desarrollo del sector privado”, que prometen ayudas a estas compañías al tiempo que avanzan un mayor papel del PCCh en su guía. El “Frente Unido de Trabajo”, el brazo del partido encargado de las relaciones con empresas y entidades sociales, deberá “estar al tanto del desarrollo y la demanda de las firmas privadas”, informaba la agencia estatal china, Xinhua.
Se impulsará el sector autóctono de la tecnología, a la luz de las intensas disputas con Estados Unidos por la supremacía en el sector. El veto al suministro de componentes para Huawei ya ha comenzado a estimular el desarrollo de una industria propia de semiconductores. Lo que parece alejarse es la perspectiva de reformas liberales, del tipo que reclama Washington en la guerra comercial. El empuje para desarrollar el mercado interno y el éxito en la recuperación “hace aún menos probable que veamos el tipo de reformas por las que Estados Unidos ha estado presionando, para conseguir más liberalización”, apunta Williams, el experto de Capital Economics.
En agosto Xi Jinping visitaba la siderúrgica Magang, una de las más antiguas del país y que, tras su fusión con su rival Baowu el año pasado, se ha convertido en una de las mayores empresas estatales chinas. Era su quinta visita a una empresa pública este año, en una señal del apoyo del líder chino al sector estatal y a su visión de esas compañías como vectores de innovación. “Las empresas privadas siguen siendo bienvenidas, de hecho China necesita su innovación y su potencial de crecimiento más que nunca. Pero en el núcleo del sistema económico permanecerá una base de industrias estratégicas y políticamente controladas”, apuntaba entonces el analista Nils Grünberg, del laboratorio de ideas alemán Merics.