Las mascarillas con fines sanitarios, existentes desde hace siglos, se han utilizado preferentemente por profesionales de la salud, y sólo en determinados países asiáticos era habitual verlas en el espacio público, tanto para evitar contagiar a otras personas como para protegerse en zonas de alta contaminación.
Con la pandemia de COVID-19 se ha extendido el uso de mascarillas en lugares donde la población no estaba acostumbrada. Y eso genera dudas.
La primera es, ¿para qué sirven realmente? Básicamente, son un elemento de protección, en unos casos para quien las lleva y en otros para las personas con las que interactúa, porque limitan la emisión y entrada de gotas respiratorias. Junto con el mantenimiento de la distancia interpersonal de seguridad, el lavado frecuente de manos, y la limpieza y desinfección de espacios y superficies, son las medidas universales de las que se dispone ante esta enfermedad.
En ese caso, ¿por qué utilizarlas si no estamos enfermos? Pues porque no tenemos la seguridad de no estarlo. Es posible que hayamos sido infectados pero aún no tengamos síntomas; incluso que nunca los desarrollemos, pero sí seamos capaces de contagiar la enfermedad. En este caso, el uso de la mascarilla reduce la propagación comunitaria de la enfermedad.
Sobre este tema el diario ABC de España presento el siguiente artículo:
Elegir correctamente qué mascarilla usar
Y ¿cuál es la mascarilla que se debe usar? No todas sirven para todos los contextos, y algunas no sirven para ninguno.
Para población general sana (sin contacto con personas enfermas) se recomienda el uso de mascarillas higiénicas. Están compuestas por una o varias capas de material textil, pero eso no significa que cualquier trapo colorido sirva. Deben cumplir las normas UNE 0064-1:2020 (no reutilizables para adultos), UNE 0064-2:2020 (para niños) o UNE 0065:2020 (reutilizables para adultos y niños). Estas normas indican la eficacia de filtración bacteriana que debería ser igual o superior al 90% (reutilizables) o al 95% (no reutilizables).
Las mascarillas de tela solo valen si van acompañadas de un correcto etiquetado y de especificaciones técnicas, incluyendo el número máximo de lavados, en el caso de las reutilizables. Protegen a los demás, pero no a quien las lleva, por lo que debe asegurar el cumplimiento del resto de las medidas de protección e higiene. No son en absoluto eficaces las que no cumplan las normas, por bonitas que sean, las que estén humedecidas o deterioradas o las que hayan excedido el número máximo de lavados. Y si se pueden reutilizar hay que guardarlas bien (un recipiente o bolsa de papel limpio sirve).
Las mascarillas quirúrgicas (usualmente blancas por dentro y azules por fuera) deben ser utilizadas por personas con síntomas o diagnóstico reciente, o que hayan sido contactos estrechos recientes de personas enfermas, o sean cuidadores de personas vulnerables. También puede usarlas la población general sana. En ambos casos deben cumplir la norma UNE EN 14683.
Su función es filtrar el aire exhalado, protegiendo así a los demás, pero tampoco protegen a quien las lleva, por lo que debe seguir cumpliendo con el resto de las medidas. Tienen una duración media de 4 horas y no deben reutilizarse.
Por cierto, que quienes acostumbran a darles la vuelta deben saber que pierden el tiempo. Todas las mascarillas tienen parte interior y exterior, que no son indicativas del sentido de la filtración. Dar la vuelta a la mascarilla higiénica o quirúrgica no es eficaz para evitar que otras personas nos puedan contagiar. Ni mucho menos amplía su durabilidad.
Las mascarillas tipo FFP1, FFP2, y FFP3 son, en principio, para uso profesional o para grupos vulnerables (por indicación médica) o especialmente expuestos. En otros países se las denomina también –dependiendo de la protección que proporcionan– N95, N99, N100, KN95, KN100. Para mayor seguridad se deben comprar en farmacias o establecimientos especializados. Es importante recalcar que las que poseen válvula de exhalación no deben ser utilizadas por la población general ya que no protegen a las personas que les rodean, sino al contrario.
¿Cómo utilizarla?
Pero tan o más importante que el tipo de mascarilla es cómo utilizarla. Debe cubrir completamente desde el puente de la nariz hasta la barbilla incluyendo, por tanto, nariz y boca. Siempre. Si no lo hace, no sirve para nada. Y, por supuesto, en el cuello, en el codo, en la coronilla o en el bolsillo no cumple función ninguna, ni siquiera estética.
Es importante colocarla correctamente, tocando solo las gomas de la mascarilla. Y quitarla igual, seguido de lavado de manos. Hay que ajustarla bien a la nariz apretando la guía metálica, lo que evita que se deslice y deje al aire la nariz.
No hay evidencia de que las mascarillas agraven o produzcan enfermedades por uso prolongado, ni de que causen problemas cutáneos en personas sin patología de base. Tampoco ocasionan reducción del flujo de aire o hipoxia. Esto forma parte de los bulos o desinformaciones, y quien los propaga lo hace siempre con algún interés.
Siempre que estemos sanos, una vez las mascarillas finalizan su vida útil, deben ser introducidas en una bolsa cerrada adecuadamente y desechadas depositándolas en el contenedor para restos (el de color gris). Y mejor si previamente se cortan las gomas para evitar que los animales puedan quedar enganchados.
Ojo con la falsa sensación de seguridad
Lo que conviene tener presente es que las mascarillas no son, en ningún caso, un sustituto del resto de medidas: distancia física interpersonal, higiene de manos, protocolo respiratorio, evitar tocarse la cara, nariz, ojos y boca.
Su uso en la población debe considerarse una precaución más y no debería aportar una falsa sensación de seguridad que origine el incumplimiento de otras medidas.
Fuente: Diario ABC España