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El virus resetea la moda: adiós al frenesí de desfiles y consumo.

La moda está inevitablemente conectada con los tiempos. No solo refleja su espíritu, sino que cambia y se desarrolla con ellos, como un reloj sensible y preciso», dice Andrew Bolton, comisario del Costume Institute del Metropolitan de Nueva York, sobre la exposición 'About time: fahion and duration', que celebrará el 150º aniversario del museo con prendas que mostrarán la naturaleza lineal y cíclica de la moda. Y cerrará con una selección del 2020 para debatir sobre sostenibilidad, trazabilidad, longevidad y demás temas éticos que enzalan con la próxima década. Cuando se inaugure, el 29 de octubre, ya sabremos algo más sobre los cambios que deja esta pandemia. Porque este año, además de década, estrenamos un mundo lleno de interrogantes. Y desde la moda piden parar, resetear, reestructurar, volver a la esencia.

El debate no es nuevo, pero el coro de voces suena cada vez más alto para frenar la locura de una de las industrias más contaminantes del planeta: produce el 10% de las emisiones de carbono; usa 1,5 trillones de litros de agua al año (un vaquero necesita 11.800 litros, los que caben en un hidroavión que apaga incendios); contamina ríos y océanos con desechos químicos y microplásticos; recorre millones de kilómetros y quema toneladas de prendas.

El precedente del 'fashion pact'

En el 2019, la presión llegó a la cumbre del G-7 de Biarritz, donde 66 compañías de lujo y moda rápida (de Chanel y Prada a El Corte Inglés, Inditex y Mango) firmaron el 'fashion pact' que el presidente francés Emmanuel Macron encargó al de Kering, François-Henri Pinault. «Quedan 11 años para detener la crisis climática antes de que sea irreversible y el sector está dispuesto a asumir su responsabilidad», anunciaban, con medidas tildadas de lavado de imagen por los ecologistas. También el Parlamento británico ha puesto en marcha un comité para acabar con los desperdicios: en el país europeo que más ropa consume, más de un millón de toneladas por valor de 140 millones de libras acaban cada año en el vertedero.

Empujadas por la bandera de la responsabilidad social que toda empresa necesita enarbolar hoy, los gigantes de la moda rápida publican en sus 'webs' los países donde fabrican, la huella hídrica, sus etiquetas de algodón orgánico y fibras de producción sostenible. Pero el ritmo de novedades, el obsceno volumen de prendas y el consumo salvaje deben parar. El mensaje es claro: la moda es un gran contaminante que depende del deseo humano por la novedad. Así que las preguntas caen sobre esta industria como un peso muerto. ¿Cómo cambiar la dinámica? Dries Van Noten ha aprovechado el confinamiento para impulsar una carta abierta (con 300 firmas como Rodarte o Donna Karan) en la que piden dos desfiles al año, entrega de colecciones a tienda que ofrezcan novedad pero también tiempo para crear deseo, rebajas solo en enero y julio, procesos más sostenibles (menos viajes, tejidos, inventario y productos innecesarios).

En manos de los gigantes

Al diseñador belga le siguió Tim Blanks, editor de la influyente 'Business of Fashion', con la iniciativa #rewiringfashion. «Todos tienen claro que el futuro es la colaboración, no la competición. Así empiezan las revoluciones». Su manifiesto ya cuenta con 1.600 apoyos como Missoni o Isabel Marant. Entre las propuestas: reordenar el calendario de presentaciones para acercar la llegada a tienda, evitando las copias y pérdida de interés de los clientes; desfiles mixtos y con formato libre en los que se pueda comprar en el momento; optimizar la potencia del digital, y cancelar el Black Friday y las rebajas a mitad de temporada.

Y a ellos se unen los organismos que regulan el sector en EEUU y Reino Unido, CFDA y BFC, que en un comunicado conjunto anuncian un giro del sistema a todos los niveles. «Se genera demasiado 'stock'. Hay que reflexionar sobre el ciclo de colecciones, ser estratégico sobre cuándo y cómo servir los productos. Fabricando menos ganaremos en creatividad, calidad, valor y vida de las prendas».

Pero el cambio real solo llegará con la voluntad decidida de los gigantes, tanto de la moda rápida como del lujo. El resto ha seguido el camino impuesto: un mínimo de cuatro colecciones al año, constantes novedades como en el 'low cost' y espectaculares desfiles para destacar en las redes. 

Marcas y grandes almacenes, en bancarrota

El coronavirus ha dejado en bancarrota a marcas y grandes almacenes. Ha generado millones de pérdidas en 'stock'. Ha descuadrado la cadena de producción y suministro. Y es evidente que se impone un consumo más sostenible, fabricar más cerca, trabajar, en definitiva, como la mayoría de los 74 miembros de ACME (Asociación de Creadores de Moda de España). 

«La moda rápida adopta el lenguaje de los que hacemos moda lenta. Esta es mi forma de vida desde 1996. Ahora se le ha puesto nombre y a todo lo llaman 'sostenible', pero el algodón ecológico es un eufemismo y la ropa de usar y tirar seca ríos. Reflexionemos sobre este ritmo desquiciado, aunque me temo que dentro de dos años estaremos igual. Las costumbres son fuertes, y la estupidez humana, inabarcable», señala Juan Duyos, al frente de un pequeño 'atelier' con proveedores locales. «Hago ropa a medida para que dure y se herede. Mis clientas no tienen prisa. La mirada se educa y desde luego podemos hacer lo que nos propongamos: recuperar las fábricas de punto de Igualada o el calzado en Levante. En España aún no nos hemos enterado de una fórmula de éxito: que la industria se una al talento».

En una primera valoración al inicio de la pandemia, ACME calculó pérdidas de 360 millones de euros entre marzo y junio. «Pero serán más», dice su directora ejecutiva, Pepa Bueno, que nombra problemas de liquidez, alquileres, pago a proveedores, bodas canceladas (y por tanto el trabajo de artesanos) y colecciones sin tiempo de venta, lo que llevará a descuentos y pérdidas brutales para estas pymes en una industria que representa el 2,9% del PIB y da trabajo a 170.000 personas en España, y a las que el Ministerio de Cultura propone una línea de crédito de hasta 780 millones de euros.

El modelo portugués

«La naturaleza nos está avisando. ¿Qué hacemos cuando producimos en lejanía? Contaminar, esclavizar. Preguntémonos si nos gustaría tener eso aquí, porque no lo vemos, pero existe. Una pieza de autor no pasa de moda, la usan varias generaciones y genera menos residuos», apunta Modesto Lomba. «Trabajamos con cita previa, así que la nueva normalidad es nuestra normalidad, más allá de mascarillas, guantes y desinfección. La venta 'on line' no será muy distinta, nuestra rotación de prendas no es tan veloz», explica. «Conozco el sector desde los años 80 y ojalá pudiéramos recuperar parte de lo que teníamos. Portugal es un buen modelo. Allí no se hizo ese cambio brutal. Y con esto no digo que la moda rápida tenga que desaparecer, sino buscar un equilibrio. Apoyemos a los creadores españoles, que somos un gueto hasta en las revistas de moda».

Andrés Sardá anima a comprar en el comercio local desde su 'web'. «Puede que perdamos ventas 'on line', pero es importante apostar por el barrio y el tejido urbano», comenta Núria Sardá, directora creativa de la firma de lencería y baño fundada por su padre en Barcelona en 1962. Con 500 puntos de venta, fabrican en España y el norte de Túnez desde que en el 2008 les compró la belga Van de Velde. «Con el covid hemos visto que el mundo puede parar de un día para otro. Y en nuestro sector el cambio debe ser mundial, respetando tiempos y precios. Acercar la producción sería lo ideal. Reconducir el 'low cost' para comprar menos. El poder está en el consumidor: si somos conscientes será determinante, como el plástico en los supermercados. Estamos ante un fin de ciclo que pide una transformación urgente».

Teresa Helbig produce todas sus prendas en el 'atelier' de Barcelona y colabora con artesanos locales, bordadoras, artistas, joyeros, floristas. «Volver a la esencia pasa por construir relaciones más honestas con los clientes. Trabajamos así desde hace 25 años y el mundo parece darnos la razón». Lo que está claro, apunta Helbig, «es que la producción externa y barata en terceros países, pensando que así construiríamos un país sólido, es un error. Tenemos que creérnoslo más. La moda es inclusión, pasión, tradición, innovación. El futuro es de las marcas que sepan adaptarse a esta nueva realidad».

Juanjo Oliva, que produce en dos talleres de Madrid, recuerda que todos somos parte del problema y al mismo tiempo de la solución. «Seguimos reglas impuestas porque nadie nos dijo que podemos inventarnos nuestro propio juego. Yo he llegado a pedir un crédito para un desfile por no saltarme la temporada». Como el resto de diseñadores, cree que se debería recuperar parte de la producción. «Pero de verdad, no colocar aquí el último componente y luego poner 'made in Spain'. Tampoco se trata de satanizar a la moda rápida, pero ellos tienen el pulmón financiero y pueden corregir la trayectoria con planes a largo plazo para crear industria en el país en lugar de mover toneladas desde Asia. Los grandes grupos ya saben el precio que pondrán en rebajas, producen con esas cantidades en mente. Deberían ser más honestos. Y los compradores, tener más criterio».

Apuesta por la comodidad

Adolfo Domínguez va abriendo poco a poco sus 391 puntos de venta en 22 países. La empresa fabrica fuera de España, salvo dos colecciones al año en su taller de San Cibrao das Viñas (Ourense). «Es momento de repensar el 'offshoring' y valorar el 'right-shoring', el hacer lo correcto. Muchos países de la cuenca mediterránea y algunos atlánticos como Portugal demuestran que es posible producir en condiciones similares a la lejanía, a la vez que aportan innovación, sostenibilidad y 'know-how'. Si Portugal puede, ¿por qué no Galicia, Catalunya o Levante?», se pregunta Adriana Domínguez, consejera delegada y desde el viernes presidenta. «De este parón forzado puede surgir un nuevo consumidor inmunizado que piensa por sí mismo, al margen de las tendencias. Además, el teletrabajo pondrá en valor las prendas cómodas. Y esa siempre ha sido nuestra apuesta: que la ropa se sienta como una segunda piel». 

 

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